Por: Justo Mirón
¡Hola, chiquillitos y chiquillitas, niños y niñas, damas y damos, estudiantes y estudiantas, jóvenes y jóvenas! Espero se encuentren en perfecto estado de salud y que se hayan cuidado –y lo sigan haciendo– de la pinky pandemia que no sólo no tiene para cuando acabar, sino que, por el contrario, se va incrementando cada vez más peligrosamente. Les recuerdo que, por lo pronto, las autoridades sanitarias ya aceptaron que los muertos atribuidos al coronavirus en el país ascienden a 140 mil y no a casi 90 mil como se ha estado manejando. Pero como a todo lo que viene de la Cuarta Trastornación siempre es falso, hay quienes piensan que el número real de decesos rebasa fácilmente los 200 mil. Y como decía un viejo amigo mío ya desaparecido: «Son tan ca…miones los federales que no lo dudes ni tantito».
Bueno, amigochitos y amigochitas, ese no es el tema del que me quiero ocupar hoy, aunque no quiero dejar de recordarles que el afamado doctor Gato-él fue recibido en la Cámara de Diputados como estrella de Hollywood y que si galanazos como Errol Flynn, Tyrone Power, Cary Grant, Robert Taylor y Clark Gable resucitaran, de seguro se volverían a morir de la puritita envidia. Aún más: el corresponsable de miles y miles de muertes de ciudadanos mexicanos fue agasajado con una serenata ¡en pleno Palacio Nacional! con motivo del Día del Médico. Y repito aquí como siempre: háganme el refabrón cavor. Yo no sé si exista o haya existido alguna vez el Día del Verdugo que, en todo caso, sería el ideal para felicitar con todo entusiasmo al susodicho. Pero en fin, aquí lo dejo porque ya me ando sulfurando.
Mejor vamos «a lo que te truje, Chencha», como decía el clásico.
¿Qué tal las disculpas de López al narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias «El Chapo», por llamarle así en un lapsus linguae? Por principio de cuentas «chapo» no es un calificativo que se utilice de manera peyorativa, pues lo que quiere decir es «persona de baja estatura», según definición del Diccionario de la Real Academia Española. En otras palabras, en modo alguno implica una agresión, pues sería tanto como considerar ofensivo llamarle «larguirucho» a un individuo de elevada estatura. En los siglos XIX y XX, pródigos en eufemismos, a los chaparros se les denominaba de «estatura breve», en tanto que a los altos se les nombraba de «aventajada estatura». El asunto es, empero, que nada de lo asentado implica desdén, desprecio, ni mucho menos una ofensa o insulto, y sólo la ignorancia enciclopédica de López, de la que podemos enumerar incontables ejemplos de todo tipo –lingüísticos, históricos, geográficos y demás– puede suponer que llamarle «chapo» a «El Chapo» amerita una excusa inmediata.
Pero en realidad lo que aquí resulta risible –y por otro lado preocupante porque pareciera que habría connivencia con el narcotraficante– es que semejante disculpa a un delincuente de tomo y lomo proceda de alguien que si de algo se caracteriza es de su continua y continuada serie de insultos a todo aquel o aquello que dude de sus percepciones políticas, económicas y sociales, o bien se atreva a disentir de ellas así sea en mínima parte.
Así, López ha calificado pública y estentóreamente a sus opositores, ya sean reales o imaginarios, de las formas siguientes: señoritingos, peleles, títeres, puchos (así le llaman en Tabasco a la gente de tez blanca; en el Diccionario de la Real Academia se le define como la colilla de un cigarro y/o cosas pequeñas y sin importancia), mafiosos, pirrurris, fifís, hipócritas, corruptos, lacayos, farsantes, fichitas, comandante Borolas (a Felipe Calderón), canallín (a Ricardo Anaya) y desde luego «neoliberales» y «conservadores», que si bien no constituyen en sí adjetivos infamantes, López sí los utiliza con esa intención un día sí y otro también en el curso de sus ya agotados, pobres y manidos discursos.
Y por supuesto, jamás de los jamases ha ofrecido López disculpa alguna a los agraviados que, por otra parte, son no cientos de miles, sino millones de mexicanos que ostensiblemente han quedado decepcionados de él y aun ya lo repudian. Única y exclusivamente el excelentísimo señor don Joaquín Guzmán y Loera ha sido merecedor de sus disculpas.
COLOFÓN: El desparecido dictador Hugo Chávez fue el predecesor contemporáneo de López en ese y en otros aspectos, toda vez que llamó a sus adversarios majunches (mediocres), ladrones de siete suelas, judas, candidatos del imperio, orejas de cochino, podridos…
Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol y López simplemente sigue los pasos de uno de sus más queridos maestros.
Bueno, amable público y amabla pública, hasta la próxima.