Por: Graciela Cruz Hernández
María de la soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador; heroína de la independencia mexicana, nació en la ciudad de México, el 10 de abril de 1789.
Hija de padre español y madre criolla, al quedar huérfana permaneció bajo la custodia de su tío, el doctor en leyes y respetable abogado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador. Gracias a la posición familiar y a los bienes heredados de sus padres, que quedaron bajo la cuidadosa administración de su tío Agustín, Leona adquirió una esmerada educación; cultivó las ciencias, las bellas artes, la pintura, el canto y la literatura.
Leona creció en virtud y sabiduría, dotada de un espíritu libre que no admitía tutela alguna que limitase su desarrollo, en un clima de apertura a todas las novedades, tanto en lo que se refería a sus lecturas como a sus amistades y actividad social. Fue en el bufete de su tío y tutor donde conoció a quién llegaría a ser su esposo, Andrés Quintana Roo quien trabajaba como pasante en leyes, de quien se enamoró y con quien colaboró, llena de entusiasmo, en favor de la protesta criolla por los acontecimientos que se sucedieron en Nueva España a partir de 1808. Entre otras actividades, desde 1810 actuó como mensajera de los insurgentes, dio cobijo a fugitivos, envió dinero y medicinas y colaboró con los rebeldes, transmitiéndoles recursos, noticias e información de cuantas novedades ocurrían en la corte virreinal.
Proselitista fervorosa de la causa insurgente, a finales de 1812 había convencido a unos armeros vizcaínos para que se pasaran a su bando, trasladándose a Tlalpujahua donde estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón. Pero poco después, las autoridades interceptaron a uno de sus correos, el cual la delató, por lo que fue vigilada y seguida cada vez más de cerca.
En marzo de 1813, la Real Junta de Seguridad y Buen Orden intervino y le instruyó un largo proceso en el que aparecieron las piezas y documentos que la inculparon gravemente, como los relativos a sus intentos de huida para pasarse al campo de los rebeldes. Para escándalo de su tutor, se la internó en el Colegio de Belén; allí fue sometida a interrogatorio y se presentaron las pruebas y diligencias judiciales que figuran en las Actas reproducidas por su biógrafo Genaro García. Según este historiador, “su simple lectura convence del valor y nobleza excepcionales de Leona, cuya actitud parece muy superior a la de tantos insurgentes que se hallaron en parecidas circunstancias”.
Declarada culpable, estuvo presa en el mismo Colegio de Belén, hasta que el 23 de abril de ese año la liberó un grupo de caballeros bajo el mando de Andrés Quintana Roo, quien la mantuvo oculta por unos días y forzó más tarde su salida de la capital. Simulando ser arrieros Leona, con la cara y los brazos pintados de negro, y unas cuantas mujeres, vestidas también de negro, marchaban sentadas sobre unos huacales. Los cueros y las hortalizas, al parecer, iban cargados de tinta de imprenta, además de letras y moldes de madera para la confección del periódico de los rebeldes. Empeñada en seguir colaborando con la insurgencia, huyó de la capital con destino al campamento de Tlalpujahua.
A partir de entonces su vida coincidió con la del intelectual y político yucateco, con quien por fin se unió en matrimonio, ya que antes se había opuesto su tío, argumentando que Quintana Roo era pobre.
En la ciudad de Oaxaca, recién liberada por Morelos, se encontró con algunos amigos, entre ellos Carlos María de Bustamante, quien escribió a Morelos contándole las aventuras de Leona. Se conocen las cartas que el líder insurgente envió a Leona desde Chilpancingo; preocupado por su situación, decidió recompensarla con una asignación económica en nombre del Supremo Congreso, más tarde ratificada y aprobada por el propio Congreso, el 22 de diciembre de 1813.
Siguiendo al Congreso que, forzado por la persecución de los realistas, peregrinó de una población a otra a lo largo de 1814 y gran parte de 1815, se mantuvo Leona acompañando a su marido, éste en condición de diputado y enseguida vicepresidente y presidente en funciones de la asamblea popular, mientras se elegía generalísimo a Morelos, se proclamaba la Independencia de la América mexicana y se daba a conocer en Apatzingán el texto completo de la Constitución de México. Leona siguió colaborando y trabajó en la confección de los periódicos que se publicaban gracias al impulso de Quintana Roo: El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano.
Finalmente, capturado y muerto José María Morelos, Leona y su marido se escondieron en la zona de Michoacán, rechazando los repetidos indultos que les llegaban desde la capital, donde su tío Agustín seguía con pesar y resignación las peripecias de su sobrina, tratando de influir primero en el ánimo del general Félix Calleja y más tarde en el virrey Ruiz de Apodaca.
Delatados en 1817, Leona fue capturada en una cueva, cuando acababa de dar a luz su primera hija, a la que pusieron por nombre Genoveva. En esta ocasión, la petición de clemencia en favor de su esposa formulada por Quintana Roo, que prometió entregarse, fue aceptada por el virrey. De este modo se acogieron a su indulto y fueron confinados en la ciudad de Toluca, donde permanecieron en completo retiro hasta 1820.
En julio de este año se celebró en Toluca el feliz acontecimiento de la jura de la Constitución de Cádiz, con cuyo motivo escribió Leona Vicario un poema titulado La libertad y la tiranía. En agosto de este mismo año regresaron a la ciudad de México y, consumada la independencia y en compensación por la pérdida de sus bienes familiares, el Congreso de la República concedió a Leona Vicario, en la sesión celebrada el 8 de agosto de 1823 una liquidación con la que fue compensada por sus bienes perdidos durante la lucha.
El Congreso del Estado de Coahuila y Texas acordó que la villa de Santiago del Saltillo se denominase Leona Vicario, constando en el expediente de concesión la respuesta agradecida de “la mujer fuerte de la Independencia”, como ya era por entonces conocida, pero el nombre no prevaleció, quedando simplemente en 1827 como Saltillo. Más tarde, con una segunda hija a la que llamaron Dolores, en recuerdo de la villa en la que Hidalgo proclamó la rebelión de 1810, siguió las vicisitudes políticas, periodísticas y poéticas de su esposo, a quien defendió y por quien peleó cuando el presidente Anastasio Bustamante decidió su persecución y condena como represalia por las campañas de prensa que se difundían desde El Federalista, editado gracias a los recursos de Leona.
En febrero de 1831, unos policías secretos fueron a su casa, en busca de complicidades y como maniobra de intimidación, lo que le hizo solicitar una entrevista con Bustamante y enviar unas cartas de protesta ante El Sol, el periódico oficial. A estas protestas contestó El Sol pocos días después: “En prueba de imparcialidad insertamos hoy una carta que nos ha dirigido la señorita doña Leona Vicario, esposa de don Andrés Quintana Roo, a la cual dio cosquillas una visita hecha por dos jefes de cuya educación y sentimientos no es creíble fueran a la casa de dicha señora a cometer faltas y mucho menos crímenes…”
Días después El Federalista publicó una larga relación de lo sucedido suscrita por la esposa ofendida. Ello dio lugar a una larga polémica de prensa en la que intervinieron El Sol, El Registro Oficial y el propio Secretario de Relaciones del partido en el poder, Lucas Alamán.
La carta firmada por Leona y dirigida a Alamán, fechada el 2 de abril, está llena de bellos conceptos de elevado patriotismo: “Mi objeto en querer desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, no es otro que el muy justo deseo de que mi memoria no pase a mis nietos con la fea nota de haber yo sido una atronada que abandoné mi casa por seguir a un amante… Todo México supo que mi fuga fue de una prisión y que ésta no la originó el amor, sino el haberme apresado a un correo que mandaba yo a los antiguos patriotas… Confiese usted, señor Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de gloria y libertad para la patria no les son unos sentimientos extraños; antes bien suelen obrar en ellas con más vigor. Son más desinteresados y parece que no buscan más recompensa que la de que sean aceptados.”
Hasta el final de su vida escribió y opinó, tanto en las páginas de El Federalista como en las tertulias literarias y políticas que había sabido impulsar y a las que asistió siempre lo más granado de la sociedad liberal. El 21 de agosto de 1842, a la edad de 53 años falleció Leona Vicario en la ciudad de México, rodeada de su esposo y de sus hijas. Sus cenizas se encuentran en la cripta de la Columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma.
Leona Vicario, que como su nombre lo dice, fue una mujer llena de fuerza y con amplio sentido de poder y justicia, fue una mujer que luchó por sus ideales pese a toda adversidad y circunstancia, su nombre está inscrito en letras de oro junto con la de hombres y mujeres notables de nuestro país, por eso podemos decir que Leona Vicario es un orgullo de nuestra Identidad Nacional Mexicana.