Por: Graciela Cruz Hernández
De familia humilde, nació Leopoldo en noviembre de 1807. Su padre, Don Mariano, era dueño de una pequeña fábrica de productos químicos. En 1815, un accidente incendió la fábrica; resultando Leopoldo intoxicado por la aspiración de los tóxicos vapores y quedando afectado de por vida con una tos persistente. A consecuencia de este accidente su padre falleció.
Leopoldo Río de la Loza obtuvo el título de cirujano en 1827 y ese mismo año se casó con Magdalena Valderrama; de quien enviudó años más tarde, se preocupó de la educación de sus hijos y los ayudó a lograr una carrera. Leopoldo contrajo segundas nupcias, el 19 de junio de 1854, con Valenta Miranda, 24 años menor que él. De los hijos de Río de la Loza destacan en la historia farmacéutica nacional: Maximino y Francisco.
En 1828 concluyó la carrera de farmacéutico, y en 1833 se tituló como médico. En sus estudios en el Colegio de Minería, recibió lecciones de química, botánica y mineralogía; ocupándose también de la zoología y la geología. Siendo la química la ciencia que más llamó su atención.
Como docente, sobresalió por la difusión de la química en profesiones que hasta entonces no contemplaban a esta ciencia en sus planes de estudio, trayendo un gran cambio dentro del rumbo educativo del país.
En la Escuela de Medicina ocupó la de química médica (1843-1867) A partir de 1868 se hizo cargo de la cátedra de análisis químico cualitativo y cuantitativo. Ocupó la dirección de esta escuela entre 1869 y 1873.
En el Ateneo Mexicano impartió en 1845 un curso de química. Desempeñó la cátedra de química con aplicación a las artes y a la agricultura en el Gimnasio Industrial. Durante 1854 fue incorporado al Claustro de Filosofía y al Claustro de Medicina, en la Sección de Farmacia, de la Universidad Nacional y Pontificia de México. En 1856, impartió lecciones de química en la Escuela Industrial de Artes y Oficios. También, se encargó de la formación química de los alumnos de arquitectura e ingeniería civil de la Academia de San Carlos.
Río de la Loza participó activamente en el arranque de la enseñanza científica agrícola. A mediados del siglo XIX asesoró a la Junta Directiva del Colegio de San Gregorio para elaborar el plan de estudios de la carrera de agricultura. Impartió la cátedra de química en ese plantel hasta que abrió sus puertas la Escuela Nacional de Agricultura, en 1854, donde además de ocupar las cátedras de química aplicada y la primera de agricultura, asumió la dirección de 1856 a 1861.
Participó en la Escuela Nacional Preparatoria. En este lugar, Río de la Loza fue nombrado catedrático de química general y nacional.
Los estudios emprendidos por el doctor Leopoldo Río de la Loza tienen un notorio carácter nacionalista, centrados en el análisis de plantas, animales y minerales mexicanos. Hizo numerosos estudios sobre las aguas del país, fue uno de los impulsores de la hidroterapia dentro de la medicina mexicana.
Los resultados de sus investigaciones fueron publicados en las principales revistas científicas mexicanas del siglo XIX. La mayoría de sus artículos promovían el crecimiento científico del país y se enfocaban al estudio de productos naturales locales susceptibles de ser explotados en beneficio de la medicina, la farmacia y la industria nacional.
Escribió el primer tratado mexicano acerca de la química, al que llamó Introducción al estudio de la química (1850), participó en la formación de dos obras fundamentales para la farmacia nacional: la Farmacopea mexicana (1846) y la Nueva farmacopea mexicana (1874).
Leopoldo Río de la Loza perteneció a sociedades mexicanas y extranjeras, destacando: La Sociedad Filoiátrica, la Sociedad Médica «Pedro Escobedo», la Academia de Farmacia, la Sociedad Farmacéutica Mexicana, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Academia Nacional de Ciencias, la Sociedad Mexicana de Historia Natural, y otras más, figurando en muchas de ellas como fundador, miembro del consejo directivo y presidente honorario.
Río de la Loza auspició la creación de la Sociedad Química de Estudiantes Entusiastas de la Escuela de Medicina de México, establecida en 1849.
En el extranjero fue socio de la Sociedad Imperial de Zoología y Aclimatación de París, de la Academia de Medicina de Madrid, de la Sociedad Americana de Geografía y Estadística de Nueva York, de la Academia Científica de Italia, de la Academia de Agricultura de Florencia, de la Sociedad Universal Protectora de las Artes Industriales de Londres y del Museo de Ciencias, Arte, Literatura e Industria del Continente Americano de Nueva York.
Leopoldo Río de la Loza también ejerció diversos puestos públicos, iniciándose en esta línea de trabajo en 1829 como miembro de la Junta Municipal de Sanidad de la Ciudad de México.
Fue inspector de los medicamentos que ingresaban a la Aduana capitalina, visitador e interventor facultativo del Apartado de platas, presidente de la Comisión Promovedora de Mejoras en los Hospitales, inspector de establecimientos industriales, y regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México en dos ocasiones. Además, fue miembro fundador del Consejo de Salubridad del Departamento de México desde 1841, en el cual se integró como profesional de la química, ejerciendo las funciones de secretario y tesorero. Río de la Loza participó en la reorganización de la educación de la ciudad de México. En 1842 formó parte de la Junta de Instrucción Pública de la capital.
Río de la Loza con el fruto de su trabajo se hizo propietario de enormes terrenos y de algunos bienes en la Ciudad de México. Llegó a ser dueño de tres boticas. Donó material didáctico a las instituciones escolares en que trabajaba y costeó la fundación de su fábrica de ácidos.
El 8 de febrero de 1843, Río de la Loza compró en el barrio Tlaxcoaque, un solar de aprox. 712 m2 y en 1848, obtuvo un corral que lindaba con este terreno, con una superficie cercana a los 1200 m2 para instalar una fábrica. Ahí montó la primera cámara de plomo para la fabricación de ácido sulfúrico que hubo en México. Además de este producto, se elaboraban ácido nítrico y muriático, éter sulfúrico, esencias varias, sosa y carbonato de sosa, sulfato de potasa, de sodio y de hierro, álcali volátil, cloruro de cal, alquitrán, solimán, mercurio dulce y óxido rojo de mercurio; y madre perla, entre otros. Uno de sus mayores logros fue el aislamiento en el laboratorio que hizo de sustancias naturales como el oxígeno, el anhídrico carbónico y el nitrógeno, convirtiéndose en el primer químico mexicano en realizar tal proeza.
En 1852, el Consejo Superior de Salubridad recibió la queja de los habitantes del barrio de Tlaxcoaque denunciando que el establecimiento se había incendiado en dos ocasiones, y temían otro accidente similar de consecuencias graves. Además, se quejaban de los desagradables olores que despedía la fábrica.
Río de la Loza vendió su industria el 1° de abril de 1852, a Eugenio Maillefert y Compañía. Entregó el terreno, la finca, los aparatos y las mercancías existentes, y se comprometió a no producir ni participar en la fabricación de los productos que se elaboraban en la fábrica. Vendió los derechos de producción incluso de aquello en lo que había sido pionero en la industria mexicana.
En 1868, adquirió una fábrica de productos químicos por el rumbo de la Viga, que dos años después traspasó a Carlos Maillefert.
Su arduo e incansable trabajo debilitó su salud, dejó sus actividades y se recluyó en su hogar. El doctor Leopoldo Río de la Loza murió en México D.F. el 2 de mayo de 1876. Deseó que su deceso fuera discreto, y que al día siguiente de que ocurriera, fuera trasladado al panteón con absoluto y profundo secreto. Su cuerpo fue sepultado en el Panteón de Dolores.
Fue pieza clave dentro del proceso de institucionalización y profesionalización de la química y la farmacia mexicanas. Fue promotor incansable de la aplicación de la química en la medicina, la farmacia y la agronomía mexicanas. Por ello, el Dr. Leopoldo Río de la Loza es un orgullo de nuestra Identidad Nacional Mexicana.
Fuentes:
Rev. Soc. Quím. Méx vol.45 no.1