Por: Luis Reed Torres
● «Una Obra Maestra de Política y de Saber»: Lorenzo de Zavala
● «El Pueblo le Envolvía en su Tierno Entusiasmo»: Guillermo Prieto
● «El Pensamiento fue Grande y hay que Honrar por él al Autor»: Francisco Bulnes
Dentro de unos cuantos días se cumplirán 198 años de la entrada del Ejército Trigarante –27 de septiembre de 1821– a la ciudad de México, capital de la hasta entonces Nueva España. Habían pasado largos once años desde que el cura don Miguel Hidalgo llamó a la rebelión en el pueblo de Dolores. Su lucha, al igual que la de Morelos y otros caudillos insurgentes, fracasó por los tintes de guerra fratricida que le fue impresa desde un principio y lo único que provocó fue que se retardara la tan anhelada libertad. La mayor parte del elemento criollo, es decir mexicanos hijos de españoles, dejaron momentáneamente de lado sus ideales de independencia y ofrecieron su espada al Virrey al comprobar que la contienda se caracterizaba desde un principio por crímenes sin sentido, desenfrenados saqueos y destrucción de vasta obra material que se había edificado.
No fue sino hasta el 24 de febrero de 1821 que don Agustín de Iturbide, que hasta hacía poco combatía a los insurgentes, proclamó el Plan de Iguala –también llamado Plan de las Tres Garantías– que impuso un cariz enteramente distinto a la lucha. El documento plasmaba tres puntos esenciales que rápidamente fueron aceptados por quienes se enfrentaban en los campos de batalla: Unión, Religión e Independencia. Con tales elementos como base, el antiguo coronel realista logró unánime consenso para conseguir la independencia. Obtuvo tal éxito su visionaria concepción política, que Iturbide pudo poner fin al cruento y dilatado combate de once años en sólo siete meses y ya prácticamente sin derramamiento de sangre. De allí que desde el año 1821 y hasta 1921, don Agustín de Iturbide fuera considerado Libertador de México por insurgentes y realistas primero, y más tarde por liberales y conservadores. Por añadidura fue también el creador de nuestra hermosa bandera, cuyos colores representan las tres garantías ya anotadas: Unión (rojo), Religión (blanco) e Independencia (verde).
Llegado a este punto, quiero insertar aquí el testimonio que sobre don Agustín y su Plan de Iguala plasmaron tres importantes escritores liberales de distintas épocas (existen decenas de testimonios más) que hacen justicia a la figura de Iturbide y que, con sus textos, destierran la equivocada idea de que don Agustín es «un héroe de los conservadores» o «de los clericales».
Tales pensadores son don Lorenzo de Zavala, don Guillermo Prieto y don Francisco Bulnes.
«Los que examinen el famoso Plan llamado de Iguala –dice Zavala (1788-1836), liberal radical, íntimo de Vicente Guerrero– por haberse publicado en aquel pueblo por primera vez, teniendo presentes las circunstancias en que se hallaba la nación mexicana, convendrán en que fue una obra maestra de política y de saber. Todos los mexicanos deseaban la independencia, y esta era la primera base de este documento. Las matanzas que se habían hecho en los españoles, en represalia de los que estos hicieron por su parte durante los nueve años últimos, requerían un preservativo, por decirlo así, para que en lo sucesivo se evitaran semejantes actos de atrocidad que debían poner en actitud hostil a cincuenta mil españoles que aún estaban residentes en el país. Era necesario consagrar un artículo que, como fundamental, explicase las intenciones del nuevo caudillo, y echó mano de la palabra Unión para expresar que debía haberla entre los criollos y los españoles, considerados como ciudadanos y con unos mismos derechos. Por último, como la religión católica es la que profesan todos los mexicanos y el clero tiene una influencia bastante grande en el país, se sentó también como base fundamental la conservación de este culto, bajo la palabra Religión, y de esas tres voces Independencia, Unión y Religión se denominó el ejército de las tres garantías. Se estableció el sistema monárquico representativo y se ponían los principios elementales de esta forma de gobierno y los que garantizan los derechos individuales en varios artículos. Finalmente, se dejaba en libertad a los españoles que quisieran salir de la nación con todos sus bienes, a las tropas expedicionarias se les costeaba el viaje a cuenta del erario público, y a los que deseaban mantenerse en el país se les trataría como a soldados mexicanos. El plan, como se ve, conciliaba todos los intereses, y elevando a la Nueva España al rango de una nación independiente, que era el voto general, hizo callar delante de este inmenso beneficio las pretensiones particulares de los que querían la república y de los que deseaban la monarquía absoluta. Todos los hijos del país se unían en el principio de nacionalidad; cada uno reservaba para después sus pretensiones diferentes. Dentro de poco veremos desarrollarse ese germen de ideas envueltas todavía en las tinieblas o sofocadas por el gran interés de la causa común».
(Zavala, Lorenzo de, Ensayo Histórico de las Revoluciones de México Desde 1808 Hasta 1830, Tomo I, México, Instituto Cultural Helénico y Fondo de Cultura Económica, 1985, 332 p., pp. 88-89. El subrayado me pertenece. Edición facsimilar de la segunda edición publicada en 1845)
Por su parte, Guillermo Prieto (1818-1897), periodista, poeta, varias veces diputado y Ministro de Hacienda en los gabinetes de Juan Álvarez y Benito Juárez, luego de repasar los puntos principales establecidos en el documento de Iturbide, asienta lo que sigue:
«El Plan de Iguala circuló en alas de relámpago por todas las provincias, conmoviendo hondamente a los pueblos y despertando los sentimientos de libertad y gloria que son alma de los grandes avances de la humanidad (…) La de Iturbide era propiamente una marcha triunfal; los insurgentes retraídos renovaban los bríos con los que habían acompañado a los primeros héroes se unían a Iturbide; el clero, a su tránsito, le saludaba como a su hechura, como a su salvador; repicaba sus campanas, le quemaba incienso, le cantaba el Te Deum; el pueblo le envolvía en su tierno entusiasmo porque le daba patria y libertad (…) Negrete, tan encarnizado enemigo de los insurgentes, le proclama en Guadalajara; Cortázar y Bustamante en el Bajío; don Luis Quintanar, en Valladolid».
(Prieto, Guillermo, Lecciones de Historia Patria, México, Tipografía de la Secretaría de Fomento, Tercera Edición, 1891, 515 p., pp. 326-327. El subrayado me pertenece. Entre quienes apoyaron el Plan de Iguala se cuentan también, entre otros, Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro en 1810; Ramón López Rayón. hermano de don Ignacio; Manuel Mier y Terán, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero, Andrés Quintana Roo, Manuel Gómez Pedraza, Anastasio Bustamante y mil más, entre insurgentes y realistas, pues así de plural era tal documento)
A su vez, don Francisco Bulnes (1847-1924), el poderoso polemista liberal, senador, tribuno parlamentario y autor de macizas obras históricas revestidas de sorprendente y pasmosa erudición, escribió con particular lucidez y vigor estas líneas:
«El Plan de Iguala no es un pacto entre el derecho de conquista y el derecho moderno. Sostenían la causa realista: un gran ejército mexicano con jefes y oficiales criollos, el clero, los españoles, los mexicanos españolizados por amor a los españoles o por horror a los insurgentes, originado por lo que creían que era conducta criminal en su modo de revolucionar, o porque en vista de su desorden no daban a la sociedad las debidas garantías ni de que pudiese triunfar una nueva revolución, o bien, de que una vez triunfante fuera posible establecer un gobierno digno de tal nombre.
«El partido realista con los elementos que he expuesto era demasiado fuerte y había probado ser invencible. Iturbide concibió el plan de retirar el apoyo de los mexicanos a la causa realista, y hacer de la guerra de independencia una guerra franca y limpia de mexicanos contra españoles, quitándole la deformidad de guerra civil que había tenido nueve años. El pensamiento fue grande y hay que honrar por él a su autor. El clero, aun cuando tenía españoles a su cabeza, estaba dispuesto a sacrificar el españolismo antes de sacrificar sus más caros intereses en el liberalismo que desarrollaba en la monarquía española. Iturbide hizo bien en levantar el pendón de la inviolabilidad de los privilegios de la Iglesia que con tanto ardor defendía el clero, con lo cual atraía a su causa a los españoles y criollos ultramontanos. Con su idea de la unión entre mexicanos y españoles, considerándolos a todos como hijos del país, echaba abajo la bandera de ¡mueran los gachupines! y aniquilaba el programa de persecución contra ellos, consiguiendo así el apoyo de muchos españoles mexicanizados, entre otros motivos por haber formado familias mexicanas y tener puestos muy queridos en la sociedad. Con el programa de unión se alcanzaba también el apoyo de los mexicanos que amaban la independencia y no la favorecían por el horror al programa insurgente de destrucción del elemento español en sus personas y propiedades. Con la promesa de la independencia, Iturbide halagaba legítimamente a todos los nativos del país. Con la promesa de una monarquía constitucional Iturbide satisfacía las aspiraciones fundamentales de los insurgentes y de gran parte de los realistas de abolir para siempre el absolutismo.
«Con la promesa de poner en el trono a un príncipe extranjero, Iturbide había creído evitar las terribles luchas de la ambición por el mando supremo, que tan funestas habían sido a la revolución en lo material y en lo moral».
(Bulnes, Francisco, La Guerra de Independencia. Hidalgo-Iturbide, México, Talleres Linotipográficos de El Tiempo, 1910, 426 p., pp. 343-344-345. El subrayado me pertenece)
Así, fueron pocos quienes se opusieron al Plan de Iguala o de las Tres Garantías –Unión, Religión e Independencia–. Y, como dice Guillermo Prieto, en esas circunstancias la marcha de Iturbide por el país fue triunfal.
Tanto el Plan de Iguala como el lábaro patrio y la independencia se deben a don Agustín de Iturbide. Esto es un hecho histórico incontrovertible, reconocido abiertamente por la más amplia gama de personajes insurgentes y liberales que pueda imaginarse, y entre los que enlisto –para poner fin a este apunte– a Lorenzo de Zavala, Guillermo Prieto y Francisco Bulnes, ya citados, e igualmente a Justo Sierra, José María Bocanegra, Carlos María de Bustamante, Julio Zárate, Andrés Quintana Roo, Juan de Dios Arias, José Joaquín Fernández de Lizardi, José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías, Juan Wenceslao Barquera, José María Iglesias, Manuel María de Zamacona, Ignacio Comonfort, José María Lafragua, Benito Juárez, Francisco G. Cosmes, Ignacio Esteva, Fernando Iglesias Calderón y Vicente Riva Palacio.