Por: Gustavo Novaro García
Eran tan bajas las expectativas de la visita de López a su homólogo Donald Trump, por su incultura y falta de roce diplomático fuera del país, que el que no cometiera errores garrafales de forma o fondo, fue visto como una victoria por las fuentes oficiales.
Pero vista con lupa, esa breve gira nos deja en puntos finos y en asuntos concretos, un resultado muy diferente. Desde que López, reacio a usar cubrebocas en México y hacerse la prueba de Covid, aceptó a hacer ambas cosas para el viaje, indicó que es el mexicano común que cuando piensa que sí le van a aplicar la ley, la acata sin vacilar.
En primer lugar, la ausencia del primer ministro canadiense Justin Trudeau, convirtió la renovación del acuerdo comercial entre las tres naciones en un asunto de dos, eso mostró que para Trump lo importante en su búsqueda de la de relección era presumir una buena relación con el vecino del sur. Un personaje de una visión política opuesta a la suya, y quien antes de asumir la presidencia había sido muy crítico con él.
En segundo lugar, López se insertó en el proceso electoral de los Estados Unidos y tomó partido por el candidato republicano, lo que no fue bien visto por los demócratas, comenzando desde el ex vicepresidente Biden, y pasando por el presidente del partido, y congresistas. Lo que permite vislumbrar que una derrota del partido en el poder en noviembre, complicará mucho la posición de López y su régimen en un nuevo panorama.
En tercer lugar, López se concentró sólo en el poder ejecutivo, ignoró por completo el peso que tiene el legislativo en el país del norte, por lo que se le vio carente de tacto y visión de largo plazo.
Ya en un plano de detalles, observamos muchas cosas. Desde que llegó al suelo estadounidense, López se puso en manos del servicio secreto de aquella nación, la que le brindó protección, apoyo, traslados, logística y lo hizo ver como un verdadero jefe de Estado, no como el viajero improvisado que tomó vuelos comerciales.
Después, la pésima foto que lo muestra insignificante en el monumento a Lincoln, lo señala como alguien impresionado con una cultura política superior. Era obvio que López rindiera tributo al estadounidense, y a Juárez, el operador político de aquél, porque él mismo de palabra, se inscribe en esa corriente política de pensamiento: los estadounidenses tienen la última palabra sobre cómo debe funcionar el continente.
El que López ignorara una rueda de prensa y específicamente impidiera preguntas de los reporteros, puede ser visto como una muestra de astucia política por un lado; por el otro, señala a alguien inseguro, quien sabe que sometido a un escrutinio real, es incapaz de dar respuestas coherentes, reales e informadas.
Un detalle, además, revela la falta de preparación del mandatario mexicano en un escenario internacional. Tras la firma protocolaria, él guarda el bolígrafo en la bolsa interior de su saco, ignoraba que un presidente estadounidense tras signar algo importante, le obsequia la pluma a quien considera el principal promotor del documento en cuestión. Así, se ve sorprendido cuando Trump sí le obsequia su pluma.
El discurso en El jardín de rosas, donde López agradeció que Trump no nos haya tratado como una colonia, indica una baja autoestima y consideración hacia su país y él mismo por parte del tabasqueño. Debemos reconocerle que más o menos cumplió con el ceremonial y que leyera con una cadencia normal, pero los elogios a su huésped salieron de proporción.
El balance de la visita nos muestra a un presidente mexicano subordinado a su homólogo del norte, que olvidó a los migrantes y que por su pésimo desempeño en economía, seguridad y salud está desesperado por la aprobación y el respaldo de quien conduce por ahora a la primera potencia mundial.
Veremos cómo cosechara en noviembre los resultados de esta siembra. Por lo pronto, retornó a una dura realidad en donde la violencia, el Covid-19 y el desempleo siguen imparables y en la que las palabras y el ceremonial no pueden remplazar la prueba de los hechos.