Por: Justo Mirón
En el transcurso de la semana anterior se supo que la pareja imperial, digo, presidencial, que ahora habita con republicana austeridad Palacio Nacional, acudió ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI), para volver sus augustos nombres Andrés Manuel López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller, marcas registradas.
Si usted pensaba sacar unas toallas, un jabón, unos helados, con esos nombres, pues ya no podrá hacerlo, porque tendría que pagar derechos por usarlos. No sé si por la cabeza de alguien habrá cruzado tan descabellada idea, pero así es. Por eso, ya ningún niño se podrá llamar como el querido prócer o su abnegada cónyuge. Serán únicos e irrepetibles.
A López lo hemos padecido desde que se convirtió en el dirigente nacional del PRD, allá en los lejanísimos años 90 del siglo anterior. Algunos ya conocíamos el tamaño de su ignorancia y de su limitada capacidad intelectual, la presidencia de la república únicamente ha magnificado esos rasgos de su personalidad. Pero para muchos, la forma de conducirse de su esposa, ha sido una desagradable sorpresa.
Ella se dio a conocer desde la campaña presidencial, los adoradores de López alababan su inteligencia, sus conocimientos, sus estudios. Cercanos a ella filtraban su admiración por Fidel Castro y Salvador Allende; su odio por nuestra herencia española y que empujaba a su marido hacia ideas de la nueva izquierda.
¿Qué fuimos encontrando cuando pasó de lo íntimo a lo público? Primero un video que circuló profusamente, en el que la dama celebraba a ese gran poeta “Mamado Nervo”, el que, a pesar de que sus propagandistas quisieron calificar de falso, no dejaba dudas de su autenticidad.
Después, junto a su marido, en Chichén Itzá, afirmó que el Sol se traslada alrededor de la Tierra, algo que Copérnico siglos antes había aclarado era al revés. O una fotografía, junto con Tatiana Clouthier, en la que realizaban gestos obscenos contra sus críticos.
Ya con la victoria, dijo que ella no sería Primera Dama -lo que es una etiqueta honorífica-, pero lo que también por otro lado, la exime de tener responsabilidades como es la de encabezar El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), encargado de la parte social de las actividades gubernamentales. Sin embargo, sí aceptó ser titular de tiempo completo como académica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, a pesar de residir en la capital del país.
Resultó que también era cantante, cantó a dueto con Tania Libertad “Estás aquí”, con arreglos de Armando Manzanero, obvio, no fue un éxito. También ha escrito -mala- poesía. En fin, se nos presentaba como una humanista postrenacentista.
Pero ha sido en la red social Twitter, en la que Beatriz Gutiérrez ha estado envuelta en varias controversias. Se enfrascó en una de ellas con el youtuber Chumel Torres, porque éste llamó “Chocoflan” al hijo adolescente que tiene con López. El escándalo le costaría a Torres su despido por parte de la compañía HBO, luego de que se disculpara.
También Gutiérrez mostró su falta de sensibilidad cuando alguien le escribió que ojalá realizara más acciones en pro de los niños con cáncer, a lo que ella respondió “No soy médico”. Con eso se ganó el mote de La Zopilota.
En un vuelo a Cancún, durante la pandemia, alguien se le acercó de forma educada y le reclamó las críticas al Conapred. Ella lo tomó como una agresión, e inclusive López señaló que se le habían acercado de forma violenta.
Es así como este personaje quiere registrar sus señas de identidad, para que nadie más usufructúe con ellas. Pero visto lo que se ha expuesto, ¿De verdad alguien querría emplear esta figura para ganar dinero? Lo contrario más bien parece probable.