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Por: Luis Reed Torres
Como con la llamada 4t y su máximo apóstol, Andrés Manuel López Obrador, se ha vuelto a poner de moda el populismo marxista pregonado desde el Foro de Sao Paulo –del que Morena es entusiasta participante– y como el propio titular del Poder Ejecutivo y sus seguidores han hecho públicas sus simpatías por personajes como Fidel Castro, Ernesto «che» Guevara, Salvador Allende, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, entre otros, voy a exponer aquí, a partir de hoy y en varias entregas, la verdadera personalidad tanto de Karl Marx como de Friedrich Engels, así como el espíritu y las intenciones que animaban a ambos en su propósito de imponer el totalitarismo en la sociedad con todas las consecuencias que semejante afán entrañaba. En otras palabras, la auténtica evidencia acerca de lo que estos dos individuos representan históricamente, imagen ciertamente distante de lo que generalmente se piensa sobre ambos.
Si en un texto anterior me ocupé de demostrar lo que Marx y Engels pensaban de nuestro país al referirse a la guerra de despojo que padecimos entre 1846 y 1848 a manos de nuestro poderoso vecino del norte y que nos provocó la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio (Profundo Desprecio de Marx y Engels a México y a los Mexicanos, 3 de julio de 2020), hoy abundaré, como ya dije, sobre otros sentimientos destructivos y malsanos que dominaban el interior de esos personajes.
Veamos:
Aparte de los insultos y desdenes a México y sus habitantes que ya publiqué en su momento, Marx se lanzó también de hecho contra Iberoamérica, pues en tal tesitura se inscribe la carta que con fecha 14 de febrero de 1858 dirigió desde Londres a Friedrich Engels al comentarle una eventual comparación de Bolívar con Napoleón Bonaparte: «Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoléon I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque» (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Materiales Para la Historia de América Latina. Cuadernos de Pasado y Presente/30, Córdoba, Argentina, 1972, 350 p., p. 94).
(Marx aludía a Faustin Elie Soulouque, un ex esclavo negro, cruel y astuto, que se había hecho del poder en Haití bajo el nombre de Faustin I)
Y en otro texto sobre Bolívar publicado en diciembre de 1860, Marx escribía: «La fuerza creadora de mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar» (Ibidem).
De hecho, según revela el acucioso investigador Nathaniel Weyl, de la Escuela de Economía de Londres y de la Universidad de Columbia, Marx ya había redactado una ficha biográfica del Libertador de seis naciones iberoamericanas de manera «violenta e inmoderada» cuando fue contratado para escribir temas que empezaran con la letra «B» y que serían incluidos en una enciclopedia auspiciada por Charles Dana, un antiguo patrón de Marx que luego se vio sumamente inquietado por los desplantes dogmáticos y férreamente partidistas de que hacía gala su ex empleado.
Por cuanto corresponde a su sentir por los negros, Marx y Engels utilizaron siempre el término despectivo «nigger» en lugar de la palabra emocionalmente neutral «neger» para referirse a aquéllos. Asimismo, apasionado de las teorías racistas de un etnólogo francés de nombre Pierre Trémaux –quien sostenía que la raza negra no era producto de la evolución, sino degeneración de la especie humana–, Marx escribió a Engels, el 7 de agosto de 1866, que Trémaux había descubierto «que el tipo común de negro es la forma degenerada de una especie mucho más desarrollada».
Otra piedra de toque para pulsar nítidamente la opinión que le merecía la gente de color a Marx la relata Robert Payne, célebre historiador y oficial naval inglés y uno de sus más autorizados biógrafos.
Resulta que Marx se encontraba un tanto inconforme de tener por yerno al doctor Paul Lafargue –esposo de Laura Marx– porque éste, al parecer, resumía en su persona las razas y sangres más variadas, incluida «menos de una octava parte de negro». Pues bien, Lafargue –por lo demás hombre rico y afable– era llamado por su suegro «negrillo» o «gorila», como dice Payne, «con su humorismo tosco y pesado» (Payne, Robert, Marx, Barcelona, Editorial Bruguera, S.A., 1969, 528 p. 357).
Engels, por su parte, no desentonaba con las opiniones de Marx, pues cuando en cierto momento el doctor Lafargue contendió para diputado por un distrito electoral de París que incluía el área del zoológico, comentó sarcásticamente que «pues ya que su origen negro lo sitúa un grado más cerca del reino animal que a la especie humana, indudablemente que Lafargue es el candidato ideal para ese distrito» (Weyl, Nathaniel, Karl Marx: Racista, México, Lasser Press Mexicana, S.A., 1981, 312 p., p. 23).
«Estos eran puros prejuicios raciales –aclara Nathaniel Weyl–; Lafargue era en realidad un hombre de apariencia distinguida y aristocrática».
Sin embargo, semejantes sentires contra Paul no predominaron después demasiado en el ánimo de Marx, tanto más cuanto que se enteró que el desdeñado médico era heredero de una gran fortuna que, a los ojos de Marx lo convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en un «tipo buen mozo, inteligente, enérgico y de musculatura desarrollada», con «un talento excepcional para la medicina».
Con el profundo desprecio que albergaba por los negros, no fue en modo alguno extraño que Marx escribiera lo que sigue cuando despectivamente replicó a Pierre Joseph Proudhon al abogar éste por la emancipación de la gente de color en Estados Unidos:
«La esclavitud es una categoría económica como otra cualquiera. Por consiguiente, también tiene sus dos lados. Dejemos el lado malo de la esclavitud y hablemos de su lado bueno: de suyo se comprende que sólo se trata de la esclavitud directa, de la esclavitud de los negros en el Surinam, en el Brasil, en los estados sureños de América del Norte.
«Lo mismo que las máquinas, el crédito, etcétera, la esclavitud directa es el eje de la industria burguesa. Sin esclavitud no habría algodón; sin algodón no habría industria moderna. La esclavitud ha dado su valor a las colonias, las colonias han creado el comercio universal, el comercio universal es la condición de la gran industria. Por lo tanto, la esclavitud es una categoría económica de elevada importancia.
«Sin esclavitud –continúa Marx–, América del Norte, el país de más rápido progreso, se transformaría en un país patriarcal. Borrad Norteamérica del mapa del mundo y tendréis la anarquía, la decadencia completa del comercio y de la civilización modernas. Suprimid la esclavitud y habréis borrado a Norteamérica del mapa de los pueblos» (Marx, Karl, Miseria de la Filosofía. Respuesta a la Filosofía de la Miseria de P. J. Proudhon, México, Siglo XXI Editores, 215 p., pp. 69-70. La primera edición de este libro escrito por Marx es de 1847).
En otras palabras, aparte de que se equivocó en esa aseveración –como en muchas otras ocasiones y en los temas más diversos–, nada importaba a Marx el triste destino de la gente de color en Estados Unidos y, por el contrario, hacía particular hincapié en que la desaparición de la esclavitud borraría a esa nación del mapamundi y esto implicaría un desastre universal.
Ya veremos en la próxima entrega cómo tanto Marx como Engels detestaban igualmente a los pueblos eslavos…