Por: Justo Mirón
Niños llorando, madres desesperadas, miembros de la Guardia nacional que deberían estar cuidando la seguridad de los mexicanos pateando, tacleando, gaseando a migrantes que estaban confiados en que México los recibiría con los brazos abiertos y les permitiría continuar su camino hacia los Estados Unidos.
Las mentiras de Andrés Manuel López Obrador ya no se limitan sólo a México donde nos hemos acostumbrado a ellas. No. Se hicieron extensivas a los países centroamericanos.
Antes de tomar posesión del cargo de presidente de nuestro país, López Obrador ofreció que una vez en el poder, el gobierno le otorgaría visas de trabajo a migrantes centroamericanos para que laboraran en México, como si el empleo sobrara en nuestro país.
«Lo ideal es que nadie se vea obligado a emigrar, y, si ya toman la decisión de salir de sus pueblos, que tengan opciones en México», planteó en Tamaulipas.
Pocos días después, ahora en Chiapas manifestó: «Nada de mal trato con los migrantes centroamericanos, no queremos que ellos sufran lo que sufren nuestros compatriotas. No queremos que haya injusticias». «Cuentan con nosotros», dijo.
Confiado en las palabras de López Obrador el ex diputado hondureño Bartolo Fuentes, muy ligado a las caravanas masivas migratorias, señaló: «No creo que el hombre (López Obrador) sea un mentiroso, va a entrar de Presidente, va a dirigir a esta gran nación y les ha prometido algo, entonces hay que ver, digo que vale la pena, que esperen”.
Pobre iluso, no sabía lo que muchos mexicanos comprendíamos por años de experiencia: la palabra empeñada por López Obrador no vale nada.
En los meses iniciales de la nueva administración, se otorgaron visas humanitarias, que tienen vigencia de un año, a los migrantes, que las aceptaron con la esperanza de que les sirviera para cruzar en algún momento a Estados Unidos, su destino final y preferido.
Lógicamente esa postura molestó abiertamente al gobierno estadounidense que es contrario a la migración ilegal, especialmente a los menores no acompañados, que inunda su país.
Donald Trump entonces comenzó a mandar señales de su molestia. Primero envió a su yerno Jared Kushner a que se entrevistara con el gobernante mexicano, quien intentó mantener la reunión en secreto, pero no pudo, allí se le dijo que debería revertir su política migratoria o atenerse a las consecuencias.
López hizo caso omiso, pensó que Trump, como él acostumbra, se quedaría en la simple retórica. Pero el estadounidense aseguró en Florida estar muy molesto con México por supuestamente no ayudar en detener la llegada de migrantes centroamericanos y que estaba dispuesto a cerrar la frontera entre su país y el nuestro.
Entonces López tomó nota, pero siguió sin tomar las acciones con el vigor que le demandaba el mandamás de Washington. Pero intentó ocultar, para variar, su vacilación en su show mañanero. Así, rechazó que hubiera un cambio en su política migratoria en abril del año pasado justificando que las acciones policiacas contra los centroamericanos se debían a que no fueran víctimas de la violencia en el norte o la trata, a pesar de que Marcelo Ebrard un día antes explicara que México no podía seguir otorgando visas humanitarias.
Para ese momento la crisis migratoria había estallado más de 400 mil indocumentados, en su mayoría procedentes de Honduras y Guatemala, que cruzaron desde México a EU, fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza estadounidense, entre enero y abril del año pasado.
Ya molesto y determinado, Donald Trump amagó con imponer aranceles a productos mexicanos si no es frenada la migración. Ante esa acción que le hubiera dado la estocada final a una economía que se caía en pedazos, López Obrador reculó. El Instituto Nacional de Migración cerró la permisividad y pasó a la contención. México comenzó a deportar a los centroamericanos, y a ciudadanos de países africanos y asiáticos que habían aprovechado las ingenuas puertas abiertas de México.
López Obrador desplegó así la recién creada Guardia Nacional a la frontera sur. México se convirtió en el muro virtual de Estados Unidos, como lo había propuesto Trump, que comenzó a llamar a López Obrador “Juan Trump”.
Y se llegó así a las imágenes que le han dado la vuelta al mundo y han desmentido por completo las palabras vacías de sustancia de quien ha dicho que “primero los pobres”: hombres, mujeres y niños cruzando el Suchiate y siendo recibidos del lado mexicano con violencia, con sadismo, con equipo antimotines.
López Obrador le había fallado de nuevo no sólo a su pueblo, sino al de los países vecinos. Y mientras tanto, el llanto de los niños que habían creído en él, bañaba el suelo chiapaneco.