Por: Graciela Cruz Hernández
Hijo de Antonio Alcalá Juárez y María Guadalupe Prieto Acuña, Macedonio nació en Putla, Villa de Guerrero, Oaxaca, un 12 de septiembre de 1831.
Vivió su infancia en medio de las labores del campo, en un ambiente donde no era común escuchar música, pero en cuanto la escuchó, supo que había nacido para ella, así que siempre trataba de estar presente en los eventos sociales en donde la pudiera escuchar.
Siendo ya adolescente no se pudo limitar a sólo escucharla, así que buscó la manera de estudiarla; las clases eran costosas y tuvo que trabajar largas jornadas en el campo para poder pagarlas. Tomó clases particulares de poesía, redacción, composición clásica y orquestación, llegando así a dominar varios instrumentos: piano, órgano, violín, viola, violonchelo, contrabajo y guitarra.
Por su gran empeño y dedicación, Macedonio fue recompensado por el gobierno del estado de Oaxaca cuando este le concedió una beca para continuar sus estudios en la Ciudad de México.
Tiempo después volvió a Oaxaca, fue uno de los fundadores e integrantes de la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia, con esta institución daban a conocer las obras de los compositores regionales en las festividades religiosas y en algunos actos públicos. También, Macedonio conseguía contratos temporales para tocar el piano o el violín en diversos establecimientos, o el órgano en las parroquias.
Volvió a recibir una merecida recompensa a su talento y entrega al ser nombrado director de la Banda de Música de Oaxaca.
Con su propio conjunto musical tocaba en bailes, serenatas y fiestas particulares. Pronto se volvió muy popular y había ocasiones en que tenía que desplazarse de un municipio a otro el mismo día para amenizar fiestas y reuniones.
El Mtro. Alcalá empezó a crear sus propios temas, principalmente valses, los cuales gustaban mucho y pronto su fama empezó a crecer y pronto llegó a tocar a la capital, en donde fue reconocido como un compositor excelso.
Algunos años después se trasladó a la ciudad de Yanhuitlán, Oaxaca, en donde empezó a llevar una vida más tranquila como profesor de música. Más adelante se casó y tuvo tres hijos: José, Ignacio y Soledad, pero como sabemos la vida es a veces como una rueda de la fortuna y con el paso de los años su situación económica se fue volviendo más y más precaria… Intentó volver a tocar en eventos y fiestas, pero la fortuna no le sonreía y lo que ganaba no era suficiente para darle una vida estable a su familia, lo cual le llevó a la depresión entregándose al alcohol arruinándolo aún más.
Pensó entonces regresar a Oaxaca para buscar mejores oportunidades e inició el viaje en compañía de su hijo José, pero no consiguió llegar, pues cayó enfermo por un problema hepático causado por el alcoholismo.
Su familia buscó la ayuda de los hermanos de Macedonio, Nabor y Bernabé, pero éstos se negaron a ayudarles. Como pudo, Macedonio llegó a su tierra, buscó donde vivir, con solo treinta y siete años de edad, bastante enfermo, al parecer de tuberculosis y con el poco dinero que tenía, encontró un lugar al lado de la Iglesia de las Nieves, se trataba de un mísero cuarto donde se refugió con su esposa e hijos. En esta situación y cuando toda esperanza parecía perdida les llegó milagrosamente la ayuda: La noticia de su regreso al estado de Oaxaca, llegó a oídos de sus pocos pero leales compañeros de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, de la que en 1859 fue uno de los fundadores y mediante el maestro Cosme Velásquez, quien había sido pianista de las orquestas del inspirado artista, la agrupación le hizo llegar médico, medicinas, algo de dinero, ropa de cama y dos colchonetas gruesas, pues su cama era sólo un petate.
Se dice que mientras el Mtro. Alcalá yacía convaleciente, lo visitó un grupo de indígenas de un pueblo cercano. Se habían enterado que era músico y lo contrataron para que les compusiera un vals en honor de la Virgen patrona de su pueblo.
Aunque seguía muy enfermo, Macedonio Alcalá se sintió motivado por tener trabajo que hacer y puso todo su esfuerzo en la composición de “Dios Nunca Muere”, inspirado por la ayuda que sentía haber recibido de Dios en esos momentos tan adversos. Quizá es por los momentos tan difíciles que Macedonio estaba pasando cuando escribió este tema que le habían pedido, que en él puso toda su alma, por eso no es de sorprender el éxito que tuvo este tema desde el primer momento que fue escuchado en público y que a pesar del paso de los años aún nos mueve las fibras del corazón el escuchar esa bellísima composición, porque es en los momentos más duros de la vida de una persona cuando al elevar sus ojos a su Creador y reconociéndolo como tal, sale de nuestro ser lo más bello que podemos dar y dejar a los demás.
El pueblo entero estaba tan agradecido con el Mtro. Alcalá que le brindaron toda la ayuda necesaria para que terminara de recuperarse y concluyera finalmente su traslado a la ciudad de Oaxaca.
Así, se estableció de nuevo en su ciudad natal, en donde radicó el resto de su vida, que se apagó no mucho tiempo después, el 24 de agosto de 1869 a tan solo unos días de su cumpleaños número 38.
Fue sepultado con honores, en el Panteón de Oaxaca. Mientras era sepultado, sonaron los acordes de su inmortal vals “Dios Nunca Muere”, interpretada por una de las orquestas de la región, la cual fue dirigida por su compadre José Maqueo, quien tristemente lloraba la muerte de Macedonio.
Con respecto a su compadre José Maqueo existe la siguiente anécdota sobre la composición del vals “Dios Nunca Muere”
Relata alguno de sus biógrafos, que su compadre, el flautista José Maqueo, cierta ocasión lo fue a visitar. Platicaron más de dos horas, y José Maqueo al despedirse, sin que se diera cuente el destacado maestro, bajo la almohada, le dejó cuarenta pesos… Al día siguiente, Macedonio, encontró el dinero y con frases poco perceptibles por su enfermedad, pidió rápidamente a su esposa, una pluma, tinta y papel pautado, inmediatamente empezó a escribir… y le expresó a su mujer: “Mira, Dios Nunca Muere, nuestro Padre siempre consuela al afligido”. Entonces el inmortal poeta y músico Macedonio Alcalá, con mano trémula y temblorosa, con mucho esfuerzo y gran inspiración compuso su bello vals “Dios Nunca Muere”… Después llamó a uno de sus hijos, y le dijo: “llévaselo a Maqueo, con toda mi gratitud”.
Tras la muerte de Macedonio Alcalá, su hijo José fue recogido por su tío Bernabé, de quien se dice que años más tarde cambió algunos compases del vals “Dios Nunca Muere” y lo publicó con su nombre. José no se opuso por lo mucho que le debía a su tío, pero afortunadamente los indígenas de Tlacolula protestaron por el plagio, y demostraron que la composición era original de Macedonio Alcalá.
Todavía al día de hoy, el vals “Dios Nunca Muere” está considerado como el himno de Oaxaca, habiendo gente que lo escucha de pie y con el mismo respeto y emoción cual se tratase del Himno Nacional Mexicano.
La obra musical de Macedonio Alcalá Prieto incluye más de cincuenta temas entre valses, marchas, danzas, mazurcas, pasodobles… De su creatividad musical, destacan las siguientes piezas: “Acuérdate de mí”, “Crepúsculo”, “Cielo y Tierra”, “Decídete”, “Dios Nunca Muere”, “Se casaron”, “Isabel”, “Quiéreme así”, entre otras olvidadas por el paso del tiempo y porque de muchas de sus obras por no decir la mayoría no se encontraron sus partituras… El distinguido maestro fundó e impulsó a seis orquestas para que salieran del estado de Oaxaca, entre ellas, la que él dirigía, para otras tierras, como: Veracruz, Chiapas, Chihuahua, Guerrero, Puebla, Hidalgo, Toluca, Tlaxcala y la Ciudad de México.
Mucho después de su muerte, los herederos del laureado artista, registraron toda su obra en la Sociedad de Autores y Compositores de Música (SACM), correspondiéndole en dicha agrupación (fundada en 1945), el número de Socio 1135.
Muchas veces basta con una obra excelente en la vida de una persona para que su recuerdo quede grabado en las páginas de la historia y el Mtro. Macedonio Alcalá Prieto nos da muestra de ello cada vez que escuchamos “Dios Nunca Muere”.