Por: Graciela Cruz Hernández
Considerado el más grande músico y compositor de la época novohispana y el más destacado e importante del continente americano, Manuel de Zumaya, es el representante más prolífico del barroco musical en América y el más famoso de los compositores novohispanos.
Nació en la Ciudad de México, probablemente en 1680. A los diez años de edad ingresó a la capilla musical de la Catedral de México y en poco tiempo se convirtió en la figura principal de la escuela parroquial. En 1694, Zumaya comenzó sus estudios de órgano con José de Idiáquez, uno de los mayores organistas de la Nueva España. En 1700, Manuel de Zumaya, fue nombrado organista adjunto de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
En las actas de la Catedral de México, Zumaya, cuando era organista y ayudante de coro, no es mencionado entre 1700 y febrero de 1708, posiblemente porque Zumaya viajó a Italia en ese periodo, ya que de otra forma no se explica la completa ausencia de noticias suyas en la Catedral de México. Su reaparición es en 1708 componiendo música teatral para el Palacio Real de México en el que se representó el drama El Rodrigo para conmemorar el nacimiento del príncipe Luis Fernando, obra hoy perdida, pero en su tiempo clasificada como melodrama y catalogada como la primera ópera compuesta en América.
Tres años después, Zumaya puso música a la ópera La Parténope en 1711, compuesta con motivo del cumpleaños de Felipe V sobre un libreto italiano, por encargo del recién llegado virrey Don Fernando de Alencastre Noroña y Silva. Y considerada la segunda ópera de América. El Duque de Linares, gran aficionado a la ópera italiana, encargó a Zumaya la traducción de libretos italianos y la composición de nueva música para los mismos. El libreto de La Parténope, se conserva en la Biblioteca Nacional de México, aunque la parte musical se ha perdido igual que la de El Rodrigo.
Por lo que se sabe de la vida y obra de Zumaya y las influencias que tuvo, se deduce que sus óperas superaron el lenguaje de la zarzuela barroca. En 1709, un contemporáneo suyo experto en música afirmó que “era tan eminente compositor de contrapunto, que puede ser maestro de capilla en la Real de Su Majestad” lo que significa que ni en España había otro compositor de su calidad.
En 1710 es nombrado Segundo Maestro de Capilla aunque por jerarquía no le correspondía ocupar ese cargo, pero el cabildo se lo dio, ya que: “ningún organista podía dirigir desde el órgano”, solo él, así, Zumaya se encargó de la dirección del coro, el cuidado del archivo musical, el resguardo de la capilla donde ensayaban y daban clases y además debía reclutar y evaluar a cantores y músicos para poder garantizar el buen funcionamiento de la capilla musical. También debía de encargarse de la composición de piezas destinadas a fiestas especiales.
El 7 de junio de 1715, Zumaya es nombrado nuevo maestro de capilla de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, que era el nombramiento y cargo musical más importante de la Nueva España.
A partir de ese momento y con la libertad artística que le daba ese cargo, Zumaya comenzó una serie de innovaciones en la composición e instrumentación de obras, además, ordena la construcción del segundo órgano monumental de la Catedral de México. El primero fue construido en España y montado y estrenado en México y el segundo se construyó completamente en México. La música en la Catedral de México gozaba de un extraordinario esplendor al momento en que Tomás Montaño, amigo muy cercano de Zumaya, fue nombrado obispo de Oaxaca en 1738. Zumaya decidió irse con él a Oaxaca como maestro de capilla de la Catedral de Oaxaca a pesar de las enérgicas y continuas protestas del Cabildo de la Catedral de México, que pedía que regresara. Manuel de Zumaya se quedó en Oaxaca hasta su fallecimiento el 21 de diciembre de 1755.