Religiosa y benefactora
Por: Graciela Cruz Hernández
El 9 de octubre de 1715, en lo que fuera llamado el Gran Reino de la Nueva Vizcaya, en Villa San Francisco de Patos, hoy General Cepeda, Coahuila, nació María Ignacia de Azlor y Echeverz.
Hija de don Joseph de Azlor y Virto de Vera, quien fuera gentilhombre de la Cámara de Su Majestad, gobernador y capitán general de las provincias de Coahuila y Texas, recibió el nombramiento de mariscal de Campo de los reales ejércitos del rey de España, por desterrar la amenaza francesa del territorio al recuperar las misiones y presidios del este de Texas y fincar su poblamiento con nuevos colonos. Su madre, fue Ignacia Javiera de Echeverz, Marquesa de san Miguel de Aguayo.
Descendiente directa en la sexta generación del conquistador vasco Francisco de Urdiñola, quien había obtenido grandes mercedes de tierra por sus servicios a la Corona española y compró otras tantas, por lo que se hizo de un vasto territorio. En estas tierras en los lugares pequeños y alejados, como lo era Nueva Vizcaya, no existían escuelas para niñas. Las familias que querían educar a sus hijas necesitaban enviarlas lejos. No era fácil, pues resultaba muy costoso y había que separarlas del seno familiar desde temprana edad. Muchos kilómetros debían recorrerse para llegar a lugares como Querétaro, Guadalajara o México, donde se encontraban los conventos y escuelas que brindarían dicha educación, se aunaba a la distancia las muchas dificultades y peligros que tales viajes implicaban.
María Ignacia tenía 18 años cuando murió su madre en el mes de noviembre del año 1733, poco después, murió su padre en marzo de 1734. Al morir sus padres, María Ignacia y su hermana heredaron una gran fortuna: dinero, joyas, ganado y tierras; pero María Ignacia de manera especial, heredó una fuerte vocación religiosa que su madre le inculcó. Los deseos de María Ignacia eran apartarse del mundo, quería ser religiosa pero en los reinos de Castilla, pues también quería al estar allá, cumplir unas encomiendas de sus difuntos padres. Antes de irse a España se enclaustró en el Convento de la Purísima Concepción, permaneciendo en él durante aproximadamente un año.
En marzo de 1737 María Ignacia, con 21 años de edad, se embarcó en Veracruz rumbo a España con la intención de visitar a sus parientes europeos, cumplir las mandas encomendadas por sus padres y finalmente tomar el hábito. En esta larga travesía la acompañaron su cuñado Francisco de Valdevieso, Conde de San Pedro del Álamo, un capellán y dos criadas. El 8 de marzo se hizo a la mar rumbo a La Habana, donde esperó hasta julio para continuar su viaje al puerto de Cádiz en octubre del mismo año. Continúa hacia Zaragoza escoltada por el Conde de Guara, su primo, para su “sombra y respeto”. En el santuario de la Virgen del Pilar dona seis mil pesos, “la manda” que su padre le había encargado, más otros cuatro mil de su parte. Hizo lo mismo en otros santuarios cumpliendo mandas y añadiendo ella otro tanto de su parte.
Terminadas las encomiendas y las visitas a sus parientes, se hospedó en la casa de su tía Doña Rosa de Azlor y ahí vivió poco más de dos años, vivía una vida fervorosa, frecuentaba los sacramentos sin importar distancias ni las inclemencias del tiempo, socorría a los afligidos y enfermos, servía comida en el Real Hospital de Nuestra Señora de Gracia y era desprendida en las limosnas para los necesitados, afable en el trato y enemiga de la ociosidad.
El 24 de septiembre de 1742, ingresó como secular al Convento de la Enseñanza de la Compañía de María Santísima en la ciudad de Tudela, en Navarra. A los cuatro meses de noviciado se celebró fastuosa ceremonia en la cual se le daba la aceptación oficial, con repique de campanas y la asistencia de sus parientes aristócratas de Aragón y Navarra, las autoridades y el cabildo religioso, el ayuntamiento y la nobleza de la ciudad. A los dos años realiza sus votos perpetuos de la orden, con ceremonia solemne donde cambia la corona de flores por la corona de espinas.
María Ignacia a quien también se le conocía como “La Indiana”, siempre tuvo en mente la situación de las niñas y mujeres de su patria, tenía una idea fija: poder regresar y dedicarse a la educación de las mujeres en la Nueva España.
Por fin, después de 15 años, obtiene el permiso para fundar en América una filial de su orden. Regresa a México el año 1753. María Ignacia junto con un grupo de 11 religiosas llegaron a Veracruz, donde descansan unos días y parten para continuar su camino a Puebla y después de unos días de descanso continúan su camino a la capital de México.
Su idea, fundar en la Nueva Vizcaya un convento de su orden para educar a las mujeres. Lo quería en la ciudad de Durango, por el rumbo de la ermita de Santa Ana. Sin embargo, su proyecto no es apoyado por las autoridades a pesar de que ella estaba dispuesta a donar el capital necesario para financiarlo. Realizó varios intentos, pero todos resultaron inútiles: no obtiene el apoyo de las autoridades ni locales ni virreinales, por lo que opta por construirlo en la Ciudad de México. Ahora lo conocemos como el templo y convento de Nuestra Señora del Pilar de Religiosas de la Enseñanza y Escuela de María o sólo templo de la Enseñanza.
La madre María Ignacia de Azlor encuentra en México capital mucha oposición por parte de las maestras de Miga (escuelas no oficiales de niñas), quienes solicitaron al arzobispo ayuda para que no se construyera, pues veían amenazada su forma de vida y sustento. Además, se corrieron rumores de que, en realidad, la madre Ignacia no tenía los fondos para costearlo. El arzobispo exigió a los albaceas de María Ignacia, que eran los marqueses de Aguayo, que dieran cuenta de lo que tenía la monja y lo entregaran. El apoderado depositó 72 mil pesos además de alhajas de oro, plata y pedrería, láminas y cuadros, y seis mil ovejas. Desde luego, se inició la construcción de su sueño en la capital de la Nueva España. Para ello adquirió dos casas en la calle de Cordobanes (ahora Donceles, en ciudad de México), y encomendó su proyecto al fraile agustino Lucas de Jesús María, quien contrató a todos los obreros necesarios para tal obra: alarifes, cantereros, herreros, ebanistas, escultores y pintores, quienes trabajaron en la bella construcción del templo y convento de Nuestra Señora del Pilar de Religiosas de la Enseñanza y Escuela de María. En la portada de la iglesia, en los espacios intercolumnios, se encuentran las esculturas de san Juan Nepomuceno, patrono de la iglesia, y san Miguel arcángel, su ángel tutelar. Arriba, en la ventana coral, está la Virgen del Pilar, su titular y patrona.
El pequeño templo es una de las joyas del barroco novohispano que aún hoy día podemos admirar. La edificación durante la Reforma fue clausurada y usada como prisión, Palacio de Justicia, Archivo General de Notarías y escuela; una vez restaurado el convento, hoy es la sede de El Colegio Nacional. El antiguo templo de la Enseñanza y Escuela de María fue de nuevo abierta al culto en 1910. Todavía conserva su esplendor ultra barroco y cada 12 de octubre allí se reúne una parte de la comunidad española para venerar a la Virgen del Pilar.
Desafortunadamente María Ignacia de Azlor, una de las primeras mujeres que se preocupó por la educación escolar de las niñas novohispanas del siglo XVIII, murió a los 42 años de edad en 1767, fue velada y enterrada frente al comulgatorio de la capilla que no pudo ver terminada pues su construcción tardó 16 años.
Fue una gran y excepcional mujer, que cambió suntuosos vestidos y cómodas habitaciones por un sencillo hábito y la austeridad de una celda de convento, usando la riqueza que Dios le permitió tener, no para su propio beneficio sino para ponerlos al servicio de los demás, ganando con ello una riqueza mayor en el cielo.
Fuentes:
https://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080026241/1080026241_002.pdf
https://www.inehrm.gob.mx – PDF (Mujeres en el límite del periodo virreinal María Cristina Mata Montes de Oca)