Por: Voniac Derdritte
En mi entrega anterior expliqué las razones por las cuales la cultura cambiante, y no la política ni las elecciones, es lo que debe estar en el epicentro de la angustia del lector. Al final, si gana X o Y en esta contienda electoral, el cambio cultural seguirá su paso, y al final, sea en un mes, o en 6, 12 ó 18 años, el Marxismo triunfará. No por algo se le llama Marxismo Cultural. El hombre despierto e inteligente debe concentrar su visión en la cultura, que es el futuro, y no en la política, que es la expresión de la cultura misma, pero ésta limitada al presente. Por supuesto, no soy el único que comprende que la civilización está colapsando lentamente, y la respuesta instintiva de muchos es la búsqueda de un resurgimiento nacionalista, ideología gloriosa y noble, pero que no sólo está caduca ya, sino que es inviable en un siglo donde, al menos en Occidente, ya prácticamente no quedan naciones.
Hablemos un poco más de la guerra cultural y metafísica que ya he mencionado. El mundo de hoy yace en el epicentro de una interminable lucha entre la verdad y la mentira, entre el espíritu y la materia, entre el nacionalismo y la globalización. Mientas el Sistema nos impulsa a perseguir la ambición económica, la mente nos exige la certeza, el hecho, y el alma nos demanda la trascendencia, la inmortalidad. El éxito personal y el de nuestras sociedades postmodernas se mide con base en las cifras y las gráficas económicas, en lugar de valorarse según las virtudes y las acciones de sus individuos, como antes solía hacerse. El mundo de hoy, ha dejado ya de ser natural, se ha convertido en una máquina; sus habitantes, son ahora simples piezas, tornillos y tuercas desechables, intercambiables; nuestro hábitat original, verde, fresco y boscoso, es ahora una prisión de invisibles muros y guardias sonrientes, siempre democráticos, pero opresores, prestos a vender su alma por dinero, y a ponerse al servicio directo o indirecto del obscuro poder que lo crea: los bancos, y los reyes del dinero, sus dueños. Algunos de sus sirvientes, los ciegos o los cómplices, pero siempre esclavos de las entidades financieras, buscan con todas sus fuerzas una realidad completamente artificial, y por lo tanto promueven y apoyan el Sistema que nos gobierna, mientras que la Resistencia anhela desesperadamente regresar a una época gloriosa y próspera, pero sin percatarse de que en ese entonces, hace un siglo, el virus del colapso de Occidente ya recorría las venas de nuestra civilización. Ante la desesperación de percibir y atestiguar dicho derrumbe social, la Resistencia, atada de manos desde 1945, sólo ha podido, o quizás sabido, ofrecer datos verídicos, liberar a las mentes inquietas, aquellas que saben, o que intuyen, de su propia esclavitud. No ha logrado, o quizás comprendido, que a los pueblos no se les conquista con la razón, sino a través del ejemplo. Es el sentido de la pertenencia, no sólo el del saber, el que gana la lealtad de las masas. ¿Y de pertenecer…a qué? La respuesta, no es la que emana de los intelectuales, sino de los creadores de civilizaciones. El intelecto puede concebir teorías, explicaciones, argumentos y razones, más el mundo no está compuesto de lo anterior, sino de vínculos, emociones, identidades…y tribus.
La sociedad está cambiando, radicalizándose, agitándose, preparándose para colisionar consigo misma y colapsar, insisto, sea en un mes, en un sexenio o en un par de décadas. Y así como mil luces aisladas no podrán jamás hacerle frente a una hambrienta obscuridad que pretende devorarlo todo, la Resistencia yacerá indefensa ante la hecatombe futura si ella continúa permaneciendo a la defensiva, ocupando su tiempo en preocuparse por el estado del mundo, e intentando salvar a una civilización que por su propia debilidad…merece morir. Los superhombres de este siglo deben dejar de ver al pasado como ejemplo único de lo que puede ser, o pudo haber sido, y concentrar sus ambiciones en lo que será, en lo que ellos, y sólo ellos, pueden crear: un mundo nuevo.
Hoy en día, los grupos nacionalistas debaten cómo remediar el caos actual que todos vivimos, y durante dichos acalorados intercambios intelectuales, mil veces se ha afirmado que erradicando el feminismo, el sionismo, la masonería, la Élite Internacional y las densas tinieblas del Marxismo Cultural, el hombre finalmente será libre. Se discute también si debemos apoyar a un partido o a otro, como si ello realmente fuese a hacer un cambio. Nada más lejos de la verdad. Todo lo anterior sólo son síntomas y consecuencias de la decadencia del hombre occidental, mas no las causas de ésta. Los últimos guerreros de Occidente no han comprendido aún que no es la obscuridad la causa, sino la consecuencia de la ausencia de luz. Es el ser humano el que se ha degenerado. Son los hombres y mujeres los que se han vuelto decadentes, y quienes no obstante, como último suspiro de su antigua grandeza, con preciso y verídico análisis, hoy en día han descrito la enfermedad, más nunca a ellos mismos como el origen de la misma. La Resistencia no es la excepción. En un mundo de debilidad física, intelectual, moral, espiritual y psicológica, y a la par, de insaciable y hedonística ambición material, son las propias masas y élites intelectuales las que voluntariamente se han esclavizado a cambio de comodidad, mientras que la Élite Internacional, sólo ha sabido ser la proveedora de la misma. El hombre, al renunciar a su propia grandeza y a su gusto por la adversidad, aceptó convertirse en esclavo, y cedió entonces a cambio de una afelpada deshonra, el control del mundo a sus nuevos amos, los antiguos usureros y eternos enemigos de Occidente. Es el hombre, entonces, el que debe resurgir de su pútrida inferioridad, y cuando éste lo haga, será su propia luz ancestral la que atraviese y disperse las tinieblas que hoy lo asfixian.
Cuando volteamos a nuestro alrededor y contemplamos nuestra sociedad con los ojos de la consciencia, podemos percatarnos de que el futuro que inevitablemente corre hacia nosotros no es uno de reconciliación, tampoco de paz, sino uno de guerra, muerte, hambruna y tragedia. Todo Occidente se encuentra en un profundo caos. La invasión de Europa continúa todos los días, sumergiéndola en una marea de inmigrantes que nada de europeos tienen. Según los pronósticos más optimistas, las poblaciones nativas de la mayoría de los países occidentales del Viejo Continente se convertirán en una minoría en sus propios países a mediados de este siglo. La situación en América Latina no es prometedora tampoco. En esta región, la Élite Internacional ha decidido ahogarla no con una inmigración masiva de culturas incompatibles y antagonistas, sino hundirla en un caos económico y social como resultado de la incrustación del Marxismo en sus sociedades. La situación es irremediable y no hay elección que pueda revertir lo que sucede. Es sólo cuestión de tiempo: el telón de la civilidad habrá de caer y será la naturaleza la que juzgue al fuerte y condene al débil. Millones de hombres y mujeres perecerán cuando esto suceda. Es por ello que la Resistencia, hoy más que nunca, debe permanecer como una fuerza intelectual que desmienta las falsedades de este mundo, pero más importante aún, es ella la que debe concentrar sus energías en la adquisición de tierras y en la construcción de infraestructura y viviendas para su habitación, de tal forma que cuando la convulsión final llegue, del deceso de este desahuciado mundo, un nuevo futuro pueda surgir…el nuestro.
Quiero ser lo suficientemente claro con lo escrito en el párrafo anterior. Si en estas elecciones ganan los neoliberales, el país continuará su deterioro y en unos años quedará sumergido en la pobreza, provocando en el proceso una enorme turbulencia social. Y si ganan los marxistas, México se hundirá en la miseria y también vendrán grandes convulsiones sociales. No es cuestión de que gane “el menos peor”, como coloquialmente se dice, sino de liberarnos de las cadenas mentales que nos impiden ver más allá, y darnos cuenta de que no importa si este país de degenerados y débiles mentales colapsa, así como tampoco es de trascendencia si la Europa occidental, región llena de pusilánimes afeminados y decadentes, es destruida. No. Lo que importa es que en ambas regiones, la gente valiosa, que sin duda la hay, sobreviva el colapso que cada día se acerca más y más, y con el tiempo, alcance de nuevo la prosperidad. En ambas regiones, quienes importan son los hombres y mujeres sanos intelectualmente, moralmente y espiritualmente, no los portadores del virus de la decadencia. ¿Y cómo garantizamos que lo anterior ocurra? Lo explicaré por fases, pero sin dar demasiados detalles, pues este artículo es público, y la estrategia, por su naturaleza histórica, debe permanecer privada.
En una primera fase, debe fundarse una tribu intelectual. Varias familias despiertas deben concientizarse y organizarse, verse como miembros de un nuevo clan y dueños de una nueva identidad, unidos por su cosmovisión e intereses, excluyentes de todo aquél que no sea como ellos.
En una segunda fase, dicha tribu ha de hacerse con tierra e infraestructura para que los más aptos de sus integrantes vivan ahí, se abastezcan como sus ancestros lo hacían, y forjen las cualidades necesarias para purgarse a sí mismos y a sus pares de la insaciable hambre postmoderna de gozar de excesiva comodidad. Ahí, no sólo sus cuerpos y voluntades serán esculpidos, sino que ellos habrán de aprender mucho del conocimiento requerido para su futuro, lejos de la decadencia del sistema educativo. Mientras, los demás habrán de crear los medios de producción dentro de la sociedad necesarios para que los futuros líderes laboren en ellos.
En una tercera fase, de entre el fango de la sociedad general, se promoverá el reclutamiento de nuevos seres potencialmente aptos para ser la semilla del futuro, siempre viendo por su bienestar y entrenamiento, de tal forma que los más aptos de entre ellos sirvan como nuevos flujos genéticos que alimenten a la tribu, previniendo así su propia degeneración.
Mediante la propuesta anterior, conceptos ya caducos como nación, democracia, sufragio universal, izquierda, derecha, etc., y los viejos enemigos, tales como el Marxismo Cultural, sus creadores, y todos sus tentáculos, dejarán de tener importancia, y sin importar quién gobierne en los países de Europa o América, ello dejará de tener un impacto en lo único que realmente habrá de importar: la tribu. Si la sociedad colapsa, la tribu tendrá todos los medios y posibilidades de sobrevivir, y si no ocurre ninguna hecatombe, entonces los mejores individuos serán inmunes a la permanente degeneración de nuestra civilización, y ello, la calidad, y jamás la cantidad, será lo que siempre habrá de prosperar.
Sé bien que lo que escribo parece una vaga idea, algo irrealizable, y me alegro que así lo parezca. La puerta del futuro no debe abrirse a cualquiera que la presencie, y de ninguna manera es mi interés que todos comprendan la solución a los problemas actuales. Al contrario, deliberadamente describo la solución de forma abstracta, pues mis palabras no son para todos, sino sólo para los futuros hijos del Nuevo Occidente. Los más inteligentes de entre mis lectores, los de mayor visión y consciencia habrán de sobrevivir y heredar sus genes a la siguiente generación de hombres y mujeres. Los demás, cada seis años seguirán preocupándose por las elecciones y las traiciones de los políticos, por la cada vez peor situación de la economía nacional y por la vomitiva degeneración promovida en los medios masivos de comunicación, hasta que la obscuridad de este mundo finalmente los engulla a ellos y a sus hijos, y sus flamas de cordura y buenas intenciones se extingan. Los mejores, los únicos que importan, serán los que habrán de sobrevivir.
Termino mi artículo reiterándole a mis lectores, en especial a los jóvenes: no malgasten sus energías tratando de salvar a un Imperio Romano cuya mente y cuyo cuerpo yacen ya seniles y podridos por ideologías foráneas y malas decisiones. Simplemente…dejen que colapse. Y mientras tanto, utilicen su energía para forjar su cuerpo, su intelecto, su moral, su espíritu y su carácter, y finalmente, escuchen el llamado de la Historia, que no los ha elegido para morir “salvando” a un cadáver, ni tampoco para votar en una elección. Ustedes que leen mis palabras: ustedes han sido elegidos para crear un mundo nuevo, y algún día, ser recordados por sus hijos y nietos, no como los últimos en buscar preservar el fuego de una moribunda antorcha que luchaba inútilmente por ahuyentar a la noche, sino como los pioneros que se atrevieron a señalar hacia el alba, y ser testigos…de un nuevo amanecer.