Por: Voniac Derdritte
“El cambio está en tus manos…” Una frase resonante, atractiva, llena de esperanza, de compromiso, un llamado a la acción, y al final…una completa pérdida de tiempo.
Corre el mes de abril de 2018. En México, en un par de meses, habrá elecciones. Los ánimos están agitados. Se dice, no ha habido otra elección como ésta en la historia moderna de este país. Todo el mundo tiene una opinión formada, sin importar su nivel de estudios, su empleo, su capacidad intelectual, su ideología o sus experiencias de vida. En las reuniones familiares, tarde o temprano surge el tema de las elecciones; cuando uno aborda el transporte público, se puede escuchar la conversación politizada de sus usuarios; en las universidades, la contienda política es tema de discusión permanente; en las calles, la el marketing electoral está por doquier, y en los medios masivos y las redes sociales, fluyen los datos, los rumores, y la propaganda como caudales incontenibles de información. ¿Cuál es el problema? El problema, es que en todo buen circo debe haber animales, y aquí no se les ve por ningún lado.
Los humanos del siglo XXI son seres curiosos, incluso los más inteligentes y despiertos. Viven su vida anhelando la libertad y la independencia, pero dejan en manos de otros el control de sus propios destinos. Se preocupan, a veces con justificada razón, por aquél que los gobierna, pero nada hacen para estructurar sus vidas de tal manera que sin importar quién se siente en el trono de sus sociedades, hoy, mañana o en diez años, ellos y sus hijos puedan sobrevivir y prosperar. Es sin duda, una posición bastante peculiar. En todo Occidente se aprecia el mismo fenómeno. Es la tierra de la libertad, dicen, pero también el reino de los dependientes y de los esperanzados. Los primeros dependen de que el gobierno haga las cosas. Necesitan de éste para la construcción de escuelas y que ellos puedan estudiar, como si la educación habitase en éstas, en lugar de en los libros; necesitan de éste para el suministro de alimentos a lugares aislados, en lugar de sus habitantes organizarse, sembrar, comerciar y crear sus propios medios de sustento; requieren de éste para la seguridad de sus calles, en lugar de ellos mismos cuidarse los unos a los otros, y en casos extremos, hacer justicia por su propia mano. Mil ejemplos más hay al respecto. Y los segundos: los esperanzados. Ellos son los peores. Viven sus vidas con la esperanza de que las cosas cambien para bien, o al menos de que no empeoren. No entienden la Historia, ni mucho menos el periodo histórico en el que viven. No se dan cuenta de que así como el invierno ha de llegar, tarde o temprano, sin importar el número de rezos o de plegarias lanzadas a los cielos, también el colapso de la civilización habrá de tocar a nuestras puertas, y ninguna cantidad de votos podrá jamás remediarlo. ¿Quiero decir entonces, que como lo único que queda ya de Occidente es su cadáver, no hay nada más por hacer? ¿Acaso deberíamos sólo echarnos al suelo y morir? ¡Por supuesto que no!
Toda nuestra vida, como pueblo, hemos vivido a la expectativa de que algún día llegue un cambio. Cada seis años resurge la inútil esperanza, y siempre termina por suceder lo mismo: cuando ganan los verdes, se benefician unos; cuando ganan los azules, otros; cuando ganan los rojos, algunos más, y así sucesivamente. QUÉ IMPORA QUIÉN GANE. Tú, el que está leyendo esto; tú no vas a obtener nada. Tú no eres más que un esclavo del Sistema, y sin importar quién gane, lo seguirás siendo. Cada año que pase tendrás menos dinero en tus bolsillos, mientras que los precios de tus alimentos serán más altos; cada año que pase tendrás más miedo de salir a la calle, mientras que los delincuentes tendrán más motivación de depredar a tu familia; cada año que pase tendrás menos empleo, y tus hijos un futuro más incierto; cada año que pase serás más viejo, y por lo tanto, menos útil para este Sistema, que tanto espera impacientemente tu muerte, para sustituirte por una máquina. ¿No te das cuenta? Claro que no. Los esclavos no ven más allá de su siguiente plato de migajas, y los capataces, ésos que usan traje, más allá de su siguiente quincena.
En ningún país de Occidente existen los partidos políticos. En teoría, los hay, y de todos los colores y corruptos sabores que uno podría soñar, pero en la realidad, no existe ninguno, sólo la Élite Nacional, compuesta por los Factores Reales de Poder, es decir, la clase política, los medios masivos de comunicación, los grandes grupos de empresarios, las jerarquías religiosas, las sociedades secretas, etc. No es que todos sean una gran y amorosa familia, unida y consolidada, claro que no, pero sí una clase individuos con vínculos e intereses específicos y similares, que en público compiten los unos con los otros, e incluso se pelean entre sí, pero que a puertas cerradas se les ve comiendo en la misma mesa, bromeando, abrazándose, y sobre todo, haciendo negocios y estrategias para incrementar su poder. No por nada vemos constantemente que los políticos se cambian de partido a la menor provocación, y sus nuevos amigos los aceptan sin titubear. Al final, la Élite Nacional está al servicio de la Élite Internacional, donde radica el verdadero poder y donde se toman realmente las decisiones. No importa quién llegue al poder en México. Todo sigue un mismo plan. Lo único que cambia es el camino por el que se llega al destino elegido por ellos, los verdaderos poderosos. Tomemos el reciente caso de Trump, por ejemplo. Muchos grupos nacionalistas en Estados Unidos afirmaban que él destruiría a la Élite Nacional de su país, “Drain The Swamp”, lo llamaban, o sea “drenar el pantano”, en inglés, como alusión a la corrupción que hay en Washington. Él mismo en sus discursos lo prometía, paralelamente a su lema de “America First”, o sea, “Estados Unidos primero”. Incluso en un discurso público llegó a afirmar la existencia de la Élite Internacional y de cómo ésta lo maneja todo. Realmente fue un antes y un después por lo álgido, controversial y hasta violento que fue el desarrollo de la campaña estadounidense. Llegó el día de las elecciones presidenciales y para sorpresa del mundo entero, ganó Trump. Los círculos nacionalistas de todo el mundo estallaron de júbilo. Por primera vez llegaba al poder un candidato anti-establishment, y no a cualquier silla presidencial, sino nada más y nada menos que a la de la potencia económica y militar más fuerte del mundo. Eso fue en 2016. Desde que llegó al poder, Trump se ha rodeado de banqueros coludidos con la Élite Internacional, como Steve Bannon, Gary Cohn y Steve Mnuchin, entre otros, así como de servidores públicos y consejeros de Bush jr, tales como Dina Powell y John J. Sullivan, por mencionar algunos. El año pasado Trump bombardeó Siria y hace unos días lo volvió a hacer. Dado lo anterior, muchos de los círculos nacionalistas que fanáticamente lo han apoyado, hoy se encuentran desconsolados. No paran de preguntarse: ¿dónde quedó lo de “Drain The Swamp” y “America First”? Evidentemente, la Élite Internacional, digámoslo amablemente…no se lo autorizó. Sí, a él, al presidente de Estados Unidos. No le dieron permiso. Teniendo en mente esto, ¿qué nos hace pensar que las decisiones importantes en México se toman en los Pinos? Si la Élite Internacional desea crear de México otra Venezuela, sin importar quién gane, así sucederá, y si no lo considera aún pertinente, entonces aunque gane cierto personaje, el futuro será otro. Al final, si México sigue el modelo cubano, habrá escasez y no habrá qué comprar (pero no para la Élite Nacional. Ellos sí tendrán acceso a todo), y si ganan los neoliberales, entonces habrá propiedad privada, libre mercado y diversidad de productos, es cierto, pero no habrá dinero para comprarlos (aunque la Élite Nacional sí tendrá capital, pues ellos controlan los medios de producción nacionales). Gane quien gane, nosotros perdemos.
Y entonces, ¿qué hacer? Para simplificar los escenarios, supongamos que el futuro del país depende realmente de quien gane las elecciones. Concedámonos el placer de la ingenuidad, por un momento.
Si ganan los marxistas, entonces sabemos que se impondrá un Estado benefactor que dilapidará los recursos financieros del país, con tal de tener a la mayoría de la población fiel y contenta. Para solventar lo anterior, o se subirán los impuestos a todo, o bien, el gobierno se endeudará enormemente. Después de un par de años se entrará en una crisis que terminará por generar un escenario de profunda inestabilidad social y económica. Habrá escasez, corrupción, comercio clandestino, manifestaciones, inflación y pérdida de poder adquisitivo. En pocas palabras, habrá muchos billetes, pero éstos no valdrán nada. Al final, habrá una crisis política, en el mejor de los casos, y en el peor de los mismos, conflictos civiles. Por supuesto, todo lo anterior muy sazonado con el siempre suculento Marxismo Cultural, para que la crisis, llegue cuando llegue, lo haga envuelta de diversidad, tolerancia, igualdad, y en definitiva amor, mucho amor.
Si los neoliberales triunfan, entonces continuará la privatización, las “innovadoras” reformas estructurales y la consecuente explotación de nuestros recursos naturales por parte de las corporaciones trasnacionales, y todo lo demás seguirá su camino cuesta abajo como hasta ahora: trabajos mal pagados, alza de precios, desempleo, inestabilidad económica, inseguridad, corrupción, inflación, ineptitud, intrascendencia internacional, etc. En pocas palabras, seguiremos siendo una colonia de Estados Unidos, sin rumbo histórico preciso, ni rasgos de identidad nacional propia, excepto los de vivir en la pobreza generalizada y alguna vez haber pertenecido a la clase media. Seremos pobres, pero eso sí, orgullosamente capitalistas.
Como mencioné antes, gane quien gane, nosotros perdemos. No es cuestión de escoger “al menos peor”, ni de rezar para que no llegue ése otro. No. La gente inteligente, hoy como a lo largo de la Historia, no le dejará al azar su propio futuro ni el de sus familias, ni perderá el sueño especulando quién llegará al poder. Seis meses han de pasar entre el día de las elecciones y la toma de poder del ganador, y 180 días habremos de tener todos nosotros para preparar nuestro futuro cercano, en todo sentido, sea cual éste sea. Aquellos que llenos de esperanza, o de miedo, decidan que su vida y la de sus hijos va a depender de un hombre sentado en los Pinos, indiferentemente de quien sea, merecen vivir lo que pronto le sucederá no sólo a México, sino a todo Occidente. Los que realmente valen la pena, o sea los despiertos y los inteligentes, son inmunes a lo que habrá de ocurrir, pues ellos saben que sin importar lo que toque a sus puertas dentro de ocho meses, ellos estarán preparados.
“Bienvenido sea el caos, pues en él, sólo los más fuertes e inteligentes…habrán de sobrevivir.”