Por: Graciela Cruz Hernández
El 13 de enero de 1891, nació Miguel Agustín Pro. Tercero de once hermanos, Su padre Miguel Pro, trabajaba en una villa minera en el Estado de Zacatecas, con un cargo ejecutivo.
Agustín, desde niño tenía un corazón sencillo, poseía un gran sentido del humor y gustaba de recorrer las minas y convivir con los trabajadores. Tuvo la oportunidad de trabajar en la oficina de la mina con su padre. Agustín, captaba las peculiaridades de los rostros de las personas haciéndoles caricaturas, aprendió a tocar el mandolín y la guitarra.
Al trabajar junto a su padre, Agustín veía la forma de comportarse de sus amigos mineros y notó que se diferenciaba mucho a la forma que él estaba acostumbrado en su familia y en lugar de rechazarlos, sintió la necesidad de ayudar a los menos privilegiados.
Agustín amaba a su familia y tenía dos hermanas que abrazaron la vida religiosa, algo que en su momento no aceptó Agustín, pero su madre Josefa Juárez, prudentemente lo invitó a un retiro espiritual del cual Agustín salió transformado y con la firme decisión de abrazar el sacerdocio.
Tenía Agustín veinte años, cuando el 11 de agosto de 1911 entró al seminario de la Compañía de Jesús, en El Llano, Michoacán. Agustín que desde niño se distinguía por su buen sentido del humor y agradable carácter lo conservaba siendo seminarista, y aunque contrajo una grave enfermedad, su cara siempre alegre no dejaba ver lo que su enfermedad le hiciera sentir. Agustín Pro siempre fue respetuoso observador de la Regla jesuita y de sus estudios.
En la persecución religiosa, tuvo que marcharse junto con otros seminaristas a continuar sus estudios a California, antes de salir del país, Agustín pudo ver por última vez a su madre en esta vida terrena.
Después viajó hacia España, donde estudió retórica y filosofía, estudió teología en Enghien, Bélgica. Una úlcera estomacal, la oclusión del píloro y toda la ruina del organismo hicieron prever un desenlace rápido al final de sus estudios en Bélgica. Su organismo tras varias operaciones, se reduce a tal extremo que sus superiores en Enghien trataron de apresurar el regreso a México, para que la muerte no le llegara fuera de su patria. Finalmente fue ordenado sacerdote el 31 de agosto de 1925.
Antes de viajar a México, el padre Pro realizó un viaje a Lourdes, pidiendo a la Virgen le diera las fuerzas que necesitaría para ayudar a sus hermanos en la fe. El arduo trabajo que el padre Pro realizó en México, no hubiera podido hacerlo dada su pobre salud, de no haber sido por la intercesión de la Madre de Jesucristo.
Cuando el padre Agustín Pro, regresó a México, lo encontró en una situación terrible, el presidente Calles, perseguía con mano de hierro al clero y líderes católicos. No sólo los ministros sino también muchos fieles, sobrevivían en un continuo esconderse, huyendo de un lado a otro, siempre con el temor de ser detenidos y sumarse a la ya larga lista de mártires mexicanos que pagaban con su sangre el precio de su fe, muchos dispuestos a todo por mantenerla, aún a costa de su vida, haciendo realidad el texto bíblico que dice: “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”.
El padre Pro, ideó la forma de trabajar en su ministerio sacerdotal en medio de tan severa persecución. Con continuos métodos y artimañas lograba evadir a la policía, pudo organizar “Estaciones de Comunión” en toda la ciudad, eran las casas de valientes fieles que las ponían a disposición para que los católicos pudieran recibir los sacramentos. Se celebraban las misas antes del amanecer y había vigilantes que estaban atentos por si llegaba la policía, utilizaban claves para comunicarse que cambiaban constantemente. Ricos y pobres se reunían en pequeños lugares para adorar y recibir a Jesús Sacramentado, tal como lo hacían los primeros cristianos y como desgraciadamente se hace nuevamente en algunas partes del mundo.
Narra el Padre Joaquín Cardoso que el p. Pro “decía misa, confesaba, daba comuniones, asistía enfermos, imponía los santos óleos a los agonizantes, impartía ejercicios espirituales a grupos de trabajadores, visitaba las cárceles, todo multiplicado, todo difícil, todo bajo la constante amenaza de la Inspección Policiaca.” Eso que el padre Pro, hacía en favor de sus semejantes y como fiel ministro de Dios, eran los “delitos” que pagaría con la muerte.
Respecto a la grave enfermedad que padecía el padre Pro, él decía que no tenía tiempo de pensar en ella y se abandonaba en las manos de Dios, y en medio del peligro y del dolor físico él sólo deseaba hacer la voluntad de Dios. El padre Pro, para ejercer su ministerio sacerdotal, se valía de maniobras que desconcertaban a los persecutores, por ejemplo un día yendo en taxi se dio cuenta que la policía lo venía siguiendo en otro carro y el padre le dijo al taxista que continuara su marcha mientras él se lanzaba a la calle, para disimular el golpe que se había dado al caer se echó a andar como si fuera un borracho y hablando como tal, la policía creyó que era un borracho y se siguieron de largo, después se dieron cuenta que sí era el padre Pro, se regresaron a buscarlo pero ya se les había escapado.
En otra ocasión que lo estaban buscando, él se dio cuenta y entró a una farmacia y tomó el brazo a una señorita y le pidió que simulara ser su novia sino lo echarían a la cárcel, ella aceptó, los policías al ver a un hombre vestido de civil y del brazo de la señorita no creyeron que fuera el padre que buscaban, después llegó un sargento y cuando ellos le describieron al novio de la señorita, el sargento les grito furioso que ese era el padre Pro, pero para ese momento ya se les había escapado de nuevo.
En otra ocasión el padre estaba presidiendo una reunión de muchachos de la Acción Católica, cuando la policía llegó y rodeó el edificio, el padre se escondió en un armario; entró un coronel al lugar y apuntando con dos pistolas a los jóvenes les preguntó por el cura Pro, ellos dijeron no saber, el coronel furioso les gritó que tenían un minuto para que dijeran dónde estaba el cura o los mataba a todos; entonces sintió el coronel un cañón frío en la nuca, el padre había salido de su escondite, -“Suelte esas pistolas o muere” le dijo el padre. El militar obedeció, los jóvenes recogieron las pistolas y el padre les gritó que huyeran y salieron por los subterráneos del edificio. El padre le dijo al coronel que se volviese para que viera con qué lo había encañonado y desarmado, el coronel con humillación se dio cuenta que aquello era el pico de una botella vacía.
El movimiento religioso tenía como líder principal al p. Pro y como lema: “Viva Cristo Rey”. Y fue así que en medio de persecuciones, miedos, incertidumbres, dolor, pero con mucha fe en Dios transcurrió cerca de año y medio.
Después, Plutarco Elías Calles, aprovechando que gracias a una delación (indiscreta o forzada) el P. Pro estaba en los sótanos de la Inspección de Policía atribuyó a él y a sus hermanos Humberto y Roberto, quienes pertenecían a los grupos “Unión Popular” y “Liga Defensora de la Libertad Religiosa” (organismos que Calles odiaba), la responsabilidad de un acto cuyo verdadero autor no había podido ser descubierto.
Todo se inició el domingo 13 de noviembre de 1927, Luis Segura Vilchis, católico, miembro de la “Liga Defensora de la Libertad Religiosa” y de la “Unión Popular”, sin decir para qué, solicitó prestado un automóvil y con dos bombas caseras que él hizo, intentó, en las calles del Bosque de Chapultepec, matar al entonces candidato a la reelección presidencial, Álvaro Obregón. El Ing. Segura Vilchis, saltó ágilmente del automóvil desde el que arrojó la fallida bomba. Y luego se las ingenió para ver a Obregón y asegurarse de tenerlo como testigo de que en el momento del atentado no estaba en ese lugar. Obregón exigió de inmediato la detención de quienes fueran responsables. Calles, de inmediato aprovechó la ocasión para presentar como culpables a los hermanos Pro, Humberto y Roberto, ciertamente participaron, sin saberlo y sin culpa alguna al prestar inocentemente el auto en que se cometió el atentado. Por la tarde llegó a manos de los hnos. Pro, una nota periodística, dándose cuenta del atentado contra Obregón y que éste los mencionaba como sospechosos.
Cuando se dio cuenta de que habían aprehendido a los Pro y que se iban a desquitar en ellos siendo inocentes, el Ing. Luis Segura Vilchis se entregó y confesó ser autor del intento de asesinato. Pero Calles no iba a desperdiciar la oportunidad de sacrificar a los Pro y ordenó fusilar a los valientes hermanos, tras una farsa de juicio. Por una intervención se evitó la muerte de Roberto Pro, pero no las de Humberto y Miguel Agustín.
En la mañana del 23 de noviembre de 1927, salió el padre al patio donde sería fusilado, lo vio lleno de tropa, varios fotógrafos y a algunos miembros del Cuerpo Diplomático, fueron invitados “para que se enteraran de cómo el gobierno castigaba la rebeldía de los católicos”.
El padre Pro caminó sereno y tuvo tiempo de oír a uno de sus aprehensores, que le susurraba:
–Padre, perdóneme. –No sólo te perdono; te doy las gracias. Le respondió
Quien le pedía perdón era el Inspector, Valente Quintana, a quien habían asignado para perseguir al padre Pro.
Le dijeron que expusiera su último deseo. El Padre Pro dijo: “Yo soy absolutamente ajeno a este asunto… Niego terminantemente haber tenido alguna participación en el complot”. “Quiero que me dejen unos momentos para rezar y encomendarme al Señor”. Se arrodilló y dijo, entre otras cosas: “Señor, Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos”.
El P. Pro oró por sus verdugos: “Dios tenga compasión de ustedes”; “Que Dios los bendiga”. Extendió los brazos en cruz. Con el Rosario en una mano y el Crucifijo en la otra. Exclamó: “¡Viva Cristo Rey!”. Luego recibió el tiro de gracia.
Prosiguen los fusilamientos. El ingeniero Luís Segura Vilchis, motivado con el ejemplo del Padre Pro, muere con dignidad, como lo hace su hermano Humberto y varios más.
Los restos del Padre Pro, se encuentran en la Iglesia de la Sagrada Familia, en una urna al lado derecho del altar. El martirio del Padre Pro, jesuita y mexicano ejemplar, fue una muerte en expiación, en favor de un México que era católico de verdad y que ahora necesita volver a serlo para enfrentar la agenda de muerte y depravación que ahora impera en nuestra querida nación mexicana.