Por: José Alberto Villasana
- Con su Encíclica “Laudato Si”, Francisco cae dentro de las peores corrientes del ambientalismo mundialista. Aunque inexistente, la falsedad del “calentamiento global” queda consagrada como dogma.
- La eco-teología que emplea, toma elementos del ecologismo extremo de la New Age.
- En un análisis marxista inexplicable, la Encíclica opone gratuitamente los “marginados” de las periferias contra las transnacionales “ecocidas”.
- El documento es avalado por Joachim Schellnhuber, promotor del Gobierno Mundial y de la reducción poblacional forzada.
La Encíclica “Laudato Si” es desafortunada no solo porque hay temas mucho más urgentes para la Iglesia en estos momentos, sino porque viene a favorecer una serie de conceptos socialistas falsos y dañinos para el hombre.
En primer lugar, el documento se basa en la tesis, completamente errónea, de que el planeta está sufriendo un “calentamiento global”. Dice el documento: “Existe un consenso científico muy consistente que indica que estamos en presencia de un preocupante calentamiento del sistema climático”. Si algo no existe es precisamente un “consenso científico”. Todo lo contrario.
La falsedad del “calentamiento global” fue creada en ámbito iluminista-sionista para justificar una serie de medidas mundialistas como el impuesto global al carbón, a los combustibles fósiles, etc… y, sobre todo, medidas para reducir la “sobrepoblación” mundial que supuestamente es la causa de dicho “sobrecalentamiento”.
El 21 de noviembre de 2009 sucedió lo que se conoce como el “climategate” o el “gran escándalo del siglo”, y es que un hacker entró a la red interna de la Unidad de Investigación Climática (CRU) de la Universidad de East Anglia, Inglaterra, y sustrajo más de mil correos que demostraban como los “científicos” de este centro llevaban trece años mintiendo y manipulando las cifras térmicas para hacer creer que existe un calentamiento global. Este centro provee los análisis de temperatura a todas las academias y mass media del mundo.
En un correo particular, el profesor Phil Jones, jefe del CRU, relata la preparación de una figura para la declaración de la Organización Meteorológica Mundial sobre el estatus global del clima en 1999. Escribe: “He completado “el truco de la naturaleza de Mike” de sumarle a las temperaturas reales a cada serie por los pasados 20 años para esconder el declive”. Al haber sido descubierto en esta gran farsa, Phil Jones estuvo a punto de suicidarse.
Contrariamente a lo que postularon esos falsos científicos durante tantos años, y que sirvió a la creación del gran mito, hay evidencias que demuestran lo contrario: el planeta se ha venido enfriando en las últimas décadas. No solo padecemos inviernos cada vez más fríos y fenómenos de congelamiento que antes no existían. También hay datos científicos, como el arrojado por la sonda TIMED, lanzada al espacio por la NASA para medir la variación anual de la temperatura atmosférica, que demuestran lo contrario al mito del “calentamiento”.
TIMED significa “Thermosphere, Ionosphere, Mesosphere Energetics and Dynamics”, y es una sonda lanzada por la NASA el 7 de diciembre de 2001 para medir las temperaturas de la ionósfera, la mesósfera y la baja termósfera de nuestra atmosfera terrestre. A los ocho años, la sonda arrojó dos importantes datos consistentes y reveladores: el planeta Tierra se está enfriando, y dicho enfriamiento es debido a las variaciones en el ciclo solar. Es decir, ningún calentamiento global y nada que ver con la “causa humana” postulada por los ambientalistas y agentes del gobierno mundial.
En diciembre de 2009, un mes después de que se publicó el “escándalo del siglo” de la CRU, John Coleman, fundador del Weather Channel, junto con más de 30,000 científicos, denunciaron a Al Gore por fraude, al dedicar su Fundación, “The Climate Project”, a diseminar por todo el mundo la falsedad del calentamiento global.
No fueron los primeros científicos. Ya en junio de 2008 se había llevado a cabo la firma de la “Declaración de Manhattan”, suscrita por 500 científicos y liderada por los doctores Arthur Robinson y Scott Armstrong, y a la cual se han sumado posteriormente otros 31,000 científicos. La Declaración establece que es falsa la información de que se están fundiendo los glaciares y de que la temperatura mundial se está incrementando. “Es una falsedad interesada, porque miles de burócratas y políticos vienen a convencernos de que el mundo está en peligro, y de que los necesitamos a ellos y sus sueldos para salvarnos” señaló Armstrong.
El mito nació en 1970, en la ONU, cuando un grupo de ambientalistas y políticos celebraron el “Día Mundial de la Tierra” y decidieron lanzar, sin prueba científica alguna, la “alarma” del supuesto “calentamiento global”.
En 2007, la misma ONU auspició la publicación del Informe Intergubernamental sobe el Cambio Climático (IPCC), el cual gratuitamente predijo aumentos en las temperaturas globales durante los próximos 92 años que pondrían en peligro el ecosistema terrestre. Los ambientalistas, liderados por Al Gore, tomaron el IPCC como biblia a imponer por todo el mundo.
Otra falsedad, que se añadió a la primera, es que el supuesto calentamiento es antropogénico, es decir, originado por la sobrepoblación humana. Aquí es donde los agentes del gobierno mundial argumentaron que es necesario reducir la especie humana como asunto de supervivencia. Sobrecalentamiento, escasez de alimentos, de agua y espacio, hacen necesario no solo contener el crecimiento poblacional, sino reducirlo por cualquier medio posible.
La bandera ambientalista que justifica reducir la población mundial no solo es patrocinada por la ONU, fundaciones privadas se han sumaron también a esa causa globalista. Una de las ponencias más escandalosas, durante la Cumbre Mundial sobre el Clima llevada a cabo en Cancún en 2010, fue la de Ted Turner, magnate fundador de CNN. Allí declaró abiertamente que “es necesario reducir la población, de los 7 u 8 mil millones de habitantes que hay actualmente, a unos 2 mil millones”.
Bill Gates el gurú de Microsoft, quien lleva a cabo campañas masivas de vacunación, sobre todo en África (de las que han surgido enfermedades modernas de diseño) ha declarado que “si hacemos un buen trabajo con nuevas vacunas, servicios de salud reproductiva, atención médica, tal vez podamos reducir la población en un 10 o 15 por ciento”. Joachim Shellnhuber, fundador del Instituto para el Impacto Climático, a quien Francisco pidió presentar su Encíclica en El Vaticano, ha declarado que es preciso reducir la población mundial a 7 mil millones a solo uno y medio.
Ban Ki-Moon, Secretario General de la ONU, declaró abiertamente, el 26 de octubre de 2009, que “Un acuerdo climático debe incluir una estructura de Gobernancia Global”. Nos preguntamos ¿qué tiene que ver un acuerdo climático con un Gobierno de alcance mundial? No lo explicó, solo se limitó a repetir el mantra sobre el cual se ha venido construyendo esa gran mentira elitista y antihumana.
El segundo elemento lamentable de la Encíclica es que retoma conceptos tomados de la New Age. Ésta corriente de pensamiento tiene sus más remotas raíces en la Sociedad Teosófica de la espiritista rusa Helena Blavatsky. En 1885 escribió su “Doctrina Secreta” en la que configuró el plan de un Gobierno Mundial y una religión mundial, objetivos nacidos en la masonería iluminista.
Punto esencial de la New Age es la teoría del ecologismo extremo, que viene a ser una forma moderna de panteísmo, al postular la figura de la “hermana Tierra” o Gaia la “madre Tierra”, y la idea de “energía” que fluye a través de la naturaleza y de los seres vivos.
Antropomorfismos como el de la “hermana Tierra” usados por la Encíclica, aun si fueran solo metafóricos, no hacen sino preparar el camino para la imposición de la “Carta de la Tierra”, futura “Constitución” del Gobierno Mundial diseñada para sustituir la tabla de los 10 mandamientos. La Carta, que hoy tiene el status de una “ley blanda”, servirá de base para documentos vinculantes a ser adoptados por los gobiernos como parte de una “ética” global.
El ecologismo extremo está cargado de análisis marxista, y ha venido a ser una reelaboración de la teología de la liberación en términos pseudo científicos. Este es el tercer elemento preocupante de la Encíclica.
Padre de la teología ecologista es Leonardo Boff quien, en el Congreso Continental de Teología, llevado a cabo en Brasil en 2012, hizo una invitación a reinterpretar el cristianismo para salvar a la “crucificada madre tierra”. Declaró: “Dentro de esa opción por los pobres (propugnada por la Teología de la Liberación) hay que meter al gran pobre que es la Madre Tierra, que es Pachamama, es la Magna Mater, es la Tonantzin, es la Gaia, es el gran pobre devastado y oprimido”.
Citando a Jon Sobrino, otro liberacionista asistente al congreso, Leonardo Boff subrayó que “la Tierra esta crucificada, hay que bajarla de la cruz, hay que resucitarla y eso es la tarea de una eco-teología de la liberación”.
Según Boff el universo es “autoconciente”, y la “tierra ha comenzado a pensar, sentir y amar”. “La teología de la liberación nació escuchando y explicando el grito de los pobres, pero no solo los pobres gritan: gritan las aguas, gritan los árboles, gritan los animales, gritan los vientos, la Tierra grita”, dijo.
En un análisis marxista, propio de esa eco-teología, la Encíclica contrapone los marginados de las periferias a las transnacionales ecocidas. Sin ningún miramiento se atreve a sentenciar: “Esas situaciones provocan los gemidos de la hermana tierra que se unen a los gemidos de los abandonados del mundo”. ¿En dónde está la relación entre el supuesto “calentamiento global” (que afecta a la “hermana tierra”) y la pobreza existente en las periferias y los abandonados del mundo? No se explica, simplemente es lanzado como sentencia ideológica.
Una oscura y estrecha visión de la Encíclica sobre la historia ignora los enormes logros que la innovación en los mercados y la tecnología han aportado para sacar de la pobreza a cientos de millones de seres humanos. El documento está lleno, más bien, de sentencias reminiscentes de los más radicales ambientalistas marxistas.
Como diría Michael Shellenberger, presidente del Breakthrough Institute y co-autor de An Ecomodernist Manifesto: “Cuando el Papa habla de “fe irracional en el progreso humano”, quisiera que él visitara el Congo para que vea cómo es la vida allí sin ese progreso”.
El escritor francés Pascal Bruckner ha observado que el ambientalismo moderno se compone esencialmente de la farsa condenatoria de dos ideologías surgidas en el Siglo XX: el marxismo, que condenó el capitalismo por los problemas de la humanidad, y la ideología del “Tercer Mundo”, que condenó el progreso de Occidente.
Francisco se lanza contra aquellos que sostienen el mito del “progreso material ilimitado”, pero a la vez hace un llamado en pro de las energías renovables. La pregunta es ¿cómo se van a descubrir y promover esas energías renovables si no es a través de los avances de la tecnología y de la inversión financiera?
Francisco asume el tono apocalíptico de los ambientalistas radicales, lo cual es verdaderamente irónico. El verdadero Apocalipsis que el Evangelio nos ofrece es el de la esperanza en el inminente retorno de Jesucristo para gozo de quienes son fieles. En cambio, la Encíclica demuestra ser el documento menos esperanzador surgido en la historia de la Iglesia.
“Laudato Si”, muy aparte de lograr concientizar sobre el deber de cuidar el planeta, debido a estos tres perniciosos elementos, se puede convertir más bien en un instrumento de manipulación ideológica por parte de quienes pretenden imponer una religión mundial y un gobierno mundial socialista.
Diría el gran teólogo Moltmann: “Si la Biblia se vuelve ecologista, el hombre deja de ser el centro y soberano del mundo, y se convierte en el último llegado a una tierra que debe tutelar”. Todo un cambio de fe respecto a la visión del hombre.
La eco-teología que inspira la Encíclica de Francisco no se basa en el mandato divino “Poblad y dominad la Tierra” (Gen 9-7), se basa en una ideología que es totalmente contraria a ese mandato divino. Cabe preguntarse ¿por qué?