Por: Luis Reed Torres
PARTE 2 (y última)
Vale la pena analizar la segunda y más importante causa de la corrupción en México según el punto de vista de don Rigoberto López Valdivia, abogado e intelectual mexicano de altos vuelos, de quien en la entrega anterior reproduje algunas líneas de su trabajo “Las Causas Políticas de la Corrupción” que, fechado el 31 de mayo de 1979, apareció incluido luego en su erudita obra titulada “La Quiebra de la Revolución Mexicana”, editada el año 1982.
Como asenté anteriormente, para López Valdivia, en síntesis, una de las causas estructurales de la corrupción era la existencia misma del enorme sector paraestatal, en el que se encontraba “la ocasión propicia para lucrar deshonestamente con el dinero de la nación”.
Ahora bien, más importante que esto “es el ambiente de ficción, de simulación, de mentira en que vive el pueblo de México en relación con sus bases constitucionales”.
Apoyado en una tesis del doctor Rodulfo (con “u”) Brito Foucher, catedrático de Derecho Político y rector que fue de la Universidad Nacional Autónoma de México, teoría a la que enriquece, López Valdivia asienta que desde temprana edad, en las clases de civismo para niños en primaria y secundaria, y luego para jóvenes de preparatoria y de profesional, se enseña, entre otras cosas, que México es una democracia representativa y federal; que el pueblo es soberano; que existe una estricta división de poderes; que la independencia entre éstos es absoluta; que nadie puede ser privado de la vida, de la libertad o de sus posesiones sino mediante juicio seguido ante los tribunales; que nadie podrá ser aprehendido de no mediar una orden judicial; que la justicia mexicana será expedita y que dictará sus fallos dentro de los plazos y términos establecidos por la ley, y que su servicio será gratuito; que nadie podrá ser torturado; que un detenido será juzgado dentro de un plazo de cuatro meses si se trata de penas menores y antes de un año si la pena excede ese tiempo. Y así hasta el infinito…
El problema de todo es que, en la práctica, es simple y sencillamente letra muerta. O, dicho de otra manera, que casi nada de lo que está asentado en las leyes mexicanas –la Constitución incluida– es cierto; o bien, queda absolutamente nítido que todo lo que se predica es falso.
Sin embargo, dice López Valdivia, el ciudadano mexicano, trátese de quien se trate, a pesar de que en primera instancia advierte todo lo anterior, se ve en la imperiosa necesidad de repetir y asegurar que cree en todo esto y que todo eso se lleva a efecto, si es que desea triunfar en la sociedad mexicana actual. (A esto yo agregaría que el mexicano está también virtualmente obligado a repetir machaconamente un sinfín de falsedades de orden histórico y a rendir reverente pleitesía a los “héroes” oficiales, en flagrante atropello de la ciencia y la crítica históricas, cuyo auténtico fin es la búsqueda de la verdad).
De ese modo, lo primero que se despierta en el mexicano joven ante esta “Mitología Constitucional” –como la llama López Valdivia– es el escepticismo, pues sabe bien que ninguna de las tesis que le han enseñado funciona o es aplicable; pero como se ve en la urgencia de dizque aceptarlas para luego repetirlas, ese mexicano se torna cínico, toda vez que es el momento en que se percata de que “lo único real, lo único que sí tiene eficacia y efectividad es el usufructo del poder”. Y de ahí a volverse corrupto sólo hay un paso, pues al carecer de un verdadero ideal de vida política, “pues tenemos más de siglo y medio de estar viviendo en un sistema de simulación, de fraude y de mito”, el mexicano arriba, como ya se anotó, a la conclusión de que lo verdaderamente efectivo radica en el usufructo económico del poder.
Por eso, enfatiza don Rigoberto, “… escepticismo, cinismo y corrupción son los tres pasos lógicos dentro de un sistema constitucional político de ficciones, simulaciones, embustes y mentiras”.
Recuerdo al lector amable que esto se escribía treinta y cinco años atrás. Y es incuestionable que de esa fecha a la actual el panorama es aún más desolador ante la generalizada corrupción y creciente impunidad que corroen a la nación.