Por: Luis Reed Torres
Por los rumbos de San Ángel, Contreras y Tlalpan, en las afueras de aquella ciudad de México de 1847 –plena época de la invasión estadunidense a nuestro país, comenzada en 1846– se libró el 19 de agosto la famosa batalla de las lomas de Padierna, en la que aproximadamente 8,500 yanquis enfrentaron a 5,000 mexicanos que intentaban frenar su avance hacia el centro de la capital. El grueso de la denominada División del Norte, al mando del general Gabriel Valencia, enfrentó ese día con gran denuedo al enemigo, a su vez comandado en jefe por el general Winfield Scott. Al final, debido a las felonías de Santa Anna –una más– el fragoroso encuentro se saldó con trescientos estadunidenses muertos y setecientos mexicanos caídos. Adicionalmente, casi novecientos de nuestros soldados fueron hechos prisioneros.
Sobre aquel acontecimiento, que sin duda pudo sellarse con un triunfo mexicano que habría dado al traste con los propósitos de Scott, el general Valencia, jefe del punto de defensa como queda dicho, redactó más tarde un documento casi desconocido en el que, tras relatar pormenorizadamente sus disposiciones para detener al invasor, asevera que éste fue rechazado y que sufrió muchas bajas, y que al presentarse Santa Anna –a la sazón Presidente una vez más– en el campo de acción al frente de seis mil efectivos, esperaba con toda lógica que embistiera con toda energía a las tropas de Scott y consolidara su derrota, pues se hallaba virtualmente detenido ante la firme defensa de Valencia.
«Más por un hecho inconcebible y doloroso en el que el alma se azora al contemplarlo, se pierde la cabeza en conjeturas y quisiera el que escribe no tener que decirlo –acusa don Gabriel– las repetidas fuerzas y el general que las mandaba, lejos de hacer lo que el caso pedía, la táctica dispone, el patriotismo y el honor mandaban para completar la victoria, destruir a los enemigos, salvar a sus compañeros y cubrirse de gloria, lo que hicieron fue variar de posición subiéndose hasta lo más alto de la loma, y desde allí estar de fríos espectadores de que por ellos no se concluía con los enemigos de la patria, ni triunfaban como lo merecieron por sus hechos heroicos los bizarros generales, jefes, oficiales y tropa del valiente Ejército del Norte que tenía el honor de mandar».
A más de eso, Santa Anna ordenó a un azorado Valencia que se retirara por donde pudiera y abandonase la artillería, a pesar de que el triunfo contra los estadunidenses era absolutamente posible. Valencia califica esto de «vergonzoso», y añade que el enemigo recibió refuerzos procedentes de Tlalpan que pudieron ser destruidos si Santa Anna no hubiese retirado sus propias fuerzas de San Ángel y los hubiese interceptado por un camino intransitable y repleto de malezas que por fuerza tenían que recorrer, pues era el único disponible. Así, al amanecer del 20 de agosto el enemigo, aunque maltrecho, emprendió una vigorosa ofensiva y flanqueó a las fuerzas de Valencia, quien se vio precisado a abandonar sus posiciones en compañía de su escolta, diezmada también por los yanquis, y del séptimo regimiento de caballería.
En el documento ya mencionado, Valencia agrega que llegó con el resto de sus tropas a la línea donde se hallaban Santa Anna y las suyas, «que nomás vinieron a presenciar nuestra desgracia», pero que evitó encontrarse directamente con don Antonio porque temió perder el control por lo que había sucedido.
Concluye Valencia:
«Estos son los hechos que sin aliño alguno presento a mis compatriotas de lo que ha pasado para que formen juicio y fallen contra el culpable de la función de armas de que me encargo; y los cuales hechos pueden ser comprobados a cualquiera hora; los de oficio por los oficios, las órdenes verbales de los ayudantes porque todos viven, y el abandono criminal de no auxiliarme con los seis mil hombres en el momento más crítico de la batalla y más decisivo para la victoria, por más de veinte mil testigos, amigos y enemigos, mexicanos y extranjeros, que han presenciado el caso» (Gabriel Valencia a sus Conciudadanos, Toluca, 22 de agosto de 1847, Biblioteca Nacional de México, 10 p., pp. 5-7-9-10).
Por lo demás y en la misma tesitura, con fecha 15 de julio de 1849 el diputado Ramón Gamboa refutó ampliamente y por escrito un informe de Santa Anna en el que éste pretendía justificar sus diversas acciones políticas y militares adoptadas durante la guerra de Texas y luego en el curso de la invasión estadunidense a México. A lo largo de 72 páginas, Gamboa enderezó una verdadera filípica contra el jalapeño, nutrida de pruebas irrefutables y sesudas consideraciones contenidas en veinticuatro puntos, y dejó así para la posteridad un valiosísimo testimonio –hoy enteramente desconocido– del desastroso devenir de Santa Anna en las épocas citadas, que naturalmente sólo pueden explicarse con cargo a la más asombrosa ineptitud o a la traición más artera, como ya dejé constancia en anterior entrega al referirme a los tratos de Santa Anna con los yanquis en Cuba el año 1846 (Impugnación al Informe del Señor General Santa Anna, y Constancias en que se Apoyan las Ampliaciones de la Acusación del Señor Diputado Gamboa, México, Imprenta de Vicente García Torres en el exconvento del Espíritu Santo, 1849, 72 p.).