Por: Salvador Kalifa Assad
INTRODUCCIÓN
El fenómeno del populismo ha captado nuevamente la atención en varias partes del mundo, especialmente a partir de mediados de 2016, cuando el electorado en el Reino Unido (RU) decidió en un referéndum respaldar mayoritariamente la opción de abandonar la Unión Europea (UE), convencido por un discurso en el que el país resultaba perjudicado por plegarse a los intereses supranacionales de la UE. Al año siguiente, con una retórica parecida Donald Trump (DT) ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos (EU). En 2018, las elecciones presidenciales en nuestro país y en Brasil arrojaron también ganadores que hicieron campañas con orientaciones populistas.
Por otro lado, en Europa han tenido éxitos líderes populistas en Italia, Francia, Hungría y España, entre otros países. En consecuencia, es oportuno revisar el contenido y alcance de todas estas propuestas y tratar de encontrar las enseñanzas de la historia sobre episodios anteriores, para lo cual me refiero en particular al artículo publicado en el otoño de 2019 por Sebastian Edwards (SE), investigador chileno actualmente Profesor de la cátedra Henry Ford II sobre International Economics en la Universidad de California en Los Ángeles, EU.
ANTECEDENTES Y TERRENO FÉRTIL EN AMÉRICA LATINA
Como lo señala el artículo de SE, el término populista se originó en EU a principios de la década de 1890 cuando el Partido del Pueblo (People’s Party) fue llamado también Partido Populista (Populist Party). El término fue usado también para identificar al movimiento de los Narodniks en la Rusia del siglo XIX y al movimiento del Crédito Social en Canadá. A finales de ese siglo y principios del siguiente, algunos políticos estadounidenses fueron identificados como populistas. Es el caso de William Jennings Bryan que contendió a la presidencia en 1896, 1900 y 1908, con una campaña en contra del patrón oro como base de la política monetaria y abogó por la remonetización de la plata.
Otros políticos en EU a finales del siglo XIX y principios del XX pueden clasificarse también como populistas, como Huey Long, Gobernador de Louisiana y luego Senador cuya plataforma electoral afirmaba preocuparse por los pobres, apoyaba a los trabajadores rurales, propuso limitar la fortuna de cualquier persona a 50 millones de dólares y distribuir el exceso entre los pobres. Las profundas reformas económicas de Franklin Delano Roosevelt para hacer frente a las consecuencias adversas de la Gran Depresión en los años treinta, también se consideran impregnadas de populismo.
Estos ejemplos dan una idea de los criterios para clasificar a un político como populista. El artículo de SE comienza expresando que “La mayoría de las definiciones de populismo se refieren a movimientos encabezados por individuos con personalidades fuertes y carismáticas, cuya retórica gira alrededor de las causas y consecuencias de la desigualdad. Los líderes populistas son nacionalistas, y oponen los intereses “del pueblo” con aquellos de las élites, grandes corporaciones y bancos, multinacionales, inmigrantes y otras instituciones extranjeras, incluyendo al Fondo Monetario Internacional.” Con esta caracterización, SE apunta que “Los economistas proporcionan más estructura a la discusión de las políticas populistas y han ofrecido definiciones centradas en las políticas insostenibles (macro y micro) para alcanzar la redistribución.”
A principios de la década de 1990, Rudi Dornbusch (RD) y SE definieron al populismo como un conjunto de políticas económicas orientadas a la redistribución del ingreso mediante la instrumentación de estrategias que violan la “economía sensata” (good eonomics), incluyendo las restricciones presupuestarias y los criterios de eficiencia. De acuerdo con otro economista, Dani Rodrik, el populismo se refiere a un conjunto de “políticas irresponsables, insostenibles que con frecuencia terminan en un desastre y dañan en su mayoría a la gente que supuestamente deberían ayudar.”
Aunque con frecuencia el populismo en la vida real no aparece claramente definido y más bien se presenta en diversos grados, SE considera importante revisar la historia de América Latina, donde encuentra que han existido por lo menos 15 episodios populistas antes de 1990 y 7 posteriores, convirtiéndose así la región en un campo fértil para este fenómeno que ahora, como señalé al principio de esta colaboración, se presenta simultáneamente en otras regiones como Europa y los mismos EU.
El análisis de SE permite diferenciar algunas características entre los episodios antes y después de 1990, por los que a los primeros los llama “populismo clásico” y a los segundos “populismo nuevo”. Una de esas características es que en los episodios populistas previos a 1990 se presentó como clave lo que se denomina como “dominancia fiscal”, según la cual la deuda pública se vuelve insostenible y la política monetaria tiene que ser usada como apoyo para mantener la solvencia fiscal, dando lugar normalmente a un crecimiento en la inflación.
Este es el caso, en general, de la experiencia de los episodios ocurridos en América Latina entre 1930 y 1990, comenzando por la primera gestión en Brasil de Getulio Vargas. Llama la atención que el análisis no incluya la experiencia mexicana entre 1934 y 1940 con el gobierno de Lázaro Cárdenas que, en general, encaja dentro de los parámetros considerados para identificar a un gobierno como populista.
Con base en los episodios respectivos del “populismo clásico”, RD y SE encontraron un patrón que puede dividirse en cinco fases. En la primera, antes de que el líder populista acceda al poder, existe una profunda insatisfacción de la población respecto al desempeño económico, con un intento de las autoridades respectivas por revertirlo, usualmente con el apoyo de un programa del Fondo Monetario Internacional (FMI). En la segunda fase, una vez que las autoridades populistas conquistan el poder, logran que la opinión pública esté de acuerdo con el diagnóstico oficial y las soluciones propuestas.
Durante la tercera fase, la economía enfrenta limitaciones en su capacidad productiva como resultado de la expansión de la demanda, falta de capital externo y fuga del nacional. La cuarta fase es el preludio del colapso, con una escasez generalizada de bienes, mayores fugas de capital y un aceleramiento notable de la inflación. La quinta fase consiste en reparar los perjuicios del desastre, normalmente con un plan ortodoxo de estabilización bajo un nuevo gobierno.
En el caso del “nuevo populismo”, aunque comparte las fases del “clásico”, en general, la naturaleza exacta de esas fases es diferente. Por ejemplo, las crisis no necesariamente son tan repentinas y abruptas como en el pasado. Además, los escándalos masivos de corrupción en las autoridades ayudan a llevar al poder a los populistas. SE identifica 7 episodios de “nuevo populismo” en América Latina, donde seis coinciden en la orientación de izquierda de sus líderes, incluyendo a México, y la excepción es la orientación de derecha del actual mandatario de Brasil. (Diapositiva 2).
SE señala también que en el pasado reciente se han presentado nuevos casos de populismo fuera de América Latina, como los de Donald Trump en EU, Tayyip Erdogan en Turquía y Matteo Salvini en Italia, con un contenido alto de nacionalismo, proteccionismo y antiinmigración.
CONCLUSIÓN
El mal social del populismo no es exclusivo de América Latina, aunque en nuestra región es donde ha estado más arraigado prácticamente desde principios del siglo pasado. En nuestro caso, si bien el artículo comentado de SE no incluye la experiencia con el cardenismo, es un dato que ese régimen constituye un antecedente importante para los sexenios posteriores de Luis Echeverría, José López Portillo y el actual.
En este sentido, una pregunta válida es ¿cómo evolucionará en México el populismo de la llamada cuarta transformación? De acuerdo con el análisis de SE, el “nuevo populismo” no desemboca necesariamente en una crisis repentina y profunda. Por ahora, en nuestro país existen dos restricciones para la instrumentación de una política económica abiertamente desordenada: el papel de las agencias calificadoras de deuda y el régimen de flotación del tipo de cambio.
Además, según el autor referido, otra limitación que puede tener la política populista es la independencia del Banco de México (Banxico) y su política monetaria, lo que fue evidente en el caso extremo del Ecuador con la dolarización, aunque esto no impidió que el régimen correspondiente introdujera distorsiones en la economía, como los precios de los combustibles. El intento de corregirlos el año pasado desembocó en serios disturbios que obligaron al nuevo gobierno a dar marcha atrás en su elevación.
Por otra parte, sobre la autonomía de Banxico cabe aclarar que ya dos subgobernadores han sido aprobados a propuesta del actual presidente de la República y que en la segunda mitad del sexenio ya la mayoría de ellos habrán sido nominados por él, logrando controlar así las decisiones de nuestro banco central, por lo que existe el riesgo de que esas decisiones respondan a la orientación del “nuevo populismo”. Al respecto, uno de los subgobernadores nombrados por la administración actual ha argumentado que la economía se estancó en 2019 por una política monetaria restrictiva que necesita de un mayor relajamiento.
En todo caso, como demuestra ampliamente la historia de México y del resto de América Latina, las políticas populistas no conducen a los resultados que pretenden sus líderes porque violan los principios económicos básicos y causan un gran daño que luego tarda muchos años en repararse.
BIBLIOGRAFÍA
Dornbusch, Rudiger, and Edwards, Sebastian. 1991. “The Macroeconomics of Populism in Latin America” University of Chicago Press.
Edwards, Sebastian. 2019. “On Latin American Populism, and Its Echoes around the World”, Journal of Economic Perspectives 33 (4).
Rodrik, Dani. 2018. “Is Populism Necessarily Bad Economics?”, AEA Papers and Proceedings 108 (1).