Por: Gustavo Novaro García
En 1920, un año de turbulencia política en el que México tuvo tres presidentes (Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón), en el que el país llegaba a diez años de sacudimientos por la Revolución Mexicana, el tipo de cambio entre el peso y el dólar era de dos pesos mexicanos por un dólar estadounidense.
En 1992, cuando gobernaba Carlos Salinas de Gortari, el periodo de crisis y devaluaciones que inició en 1976 bajo Luis Echeverría Álvarez, llevó a la moneda estadounidense a costar 3,094 pesos por un solo dólar. Sí, más de tres mil pesos mexicanos por un dólar. Una reforma ese año le quitó tres ceros al valor de nuestra moneda y, comenzando 1993, un peso se cotizaba a 3.26 por dólar.
Paulatinamente la divisa de los vecinos siguió escalando posiciones y alrededor de 2008, bajo el mandato de Felipe Calderón, volvió a superar la barrera que había mantenido durante décadas: los 12.50 pesos por un dólar estadounidense.
El 2 de enero de este 2020, el tipo de cambio que fijaba el Diario Oficial de la Federación (DOF) era de $18.86, los cálculos del gobierno y de las empresas privadas consideraban que el dólar permanecería estable alrededor de los 19 pesos.
Pero, los efectos de la pandemia que es el COVID-19, que empezó en China y lentamente se ha propagado alrededor del orbe, han alterado las perspectivas de crecimiento económico, ya que afectan al comercio, al turismo y a la producción en una escala internacional.
Y México resultó no ser la excepción.
El lunes 9 de marzo, producto de una guerra petrolera entre Arabia Saudita y Rusia se desplomó el precio del petróleo, eso afectó a los mercados bursátiles mundiales; los inversionistas, como siempre, consideraron que la economía más grande del mundo, la estadounidense, era la que mejor podía capotear el temporal y, por lo tanto, comenzó una compra masiva de dólares.
Eso hizo que el peso mexicano, una moneda que artificialmente había mantenido un valor estable, respaldado por tasas de interés más altas que en otros países, sufriera un sacudimiento que a lo largo de la semana lo llevó a superar brevemente la barrera de los 22.50 pesos por dólar.
El Banco de México y la Secretaría de Hacienda intervinieron, lógicamente, en el mercado cambiario para evitar que el peso tuviera una baja aún mayor, sin embargo, se prevé que difícilmente este año la moneda mexicana recupere el valor que tenía al comienzo de año.
Eso impactará de diferentes maneras el comportamiento de individuos, empresas y gobierno, ¿Por qué?
Si bien es cierto que un peso más débil favorecería la llegada de más turistas extranjeros a México, las amenazas de salud impedirán que temporadas propicias como el spring break traigan viajeros al país, por el temor al contagio durante los vuelos. Los cruceros también se han suspendido y los cruces en vehículo por la frontera norte se pueden ver afectados.
El envío de remesas caerá, debido a que habrá una menor actividad económica en los Estados Unidos y la inyección de esos recursos se sentirá en las comunidades que dependen de ellos.
Menores ingresos por la venta de crudo se complican por la adquisición de derivados petroleros, como es el caso de la gasolina, que son en dólares.
Así, es que si nos ponemos realistas y previsores debemos considerar que el tipo de cambio, desde un punto de vista optimista se situará entre los 20 y los 21 pesos.
López Obrador actúa bajo una óptica económica en la que cree que un presidente es juzgado de acuerdo con la paridad peso-dólar, que si el dólar aumenta, la popularidad del mandatario decae, por lo tanto, apostará lo necesario a evitar que el tipo de cambio se deprecie aún más, en vez de esperar a que adquiera un nivel que se considere equilibrado.
La recomendación: tome sus precauciones y trate de no endeudarse en dólares. El Banco de México todavía actúa con autonomía, pero una crisis de popularidad, sumada a una económica, pueden llevar a este gobierno a tomar decisiones impredecibles, como ocurrió en 1982.