Por: Luis Reed Torres
A partir de la década de los años treinta del siglo XX, pero sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, –de la que la URSS emergió como la verdadera triunfadora merced a la complicidad de ciertos círculos de Occidente–, las figuras de Karl Marx y Friedrich Engels fueron ensalzadas hasta el endiosamiento. Sus teorías políticas, económicas y sociales pasaron a la categoría de dogma y quedaron revestidas de un halo romántico y humanista. Asimismo, ambos encarnaron en prototipos de luchadores antiintervencionistas y decididamente antiimperialistas. Sus retratos, en gigantescas dimensiones, presidieron siempre los concurridos mítines de proletarios y desposeídos y desde luego las enormes concentraciones en las plazas públicas de las capitales de los países dominados por el comunismo.
Su memoria, en una palabra, quedó para la posteridad devotamente venerada…
Sin embargo, existen suficientes datos que echan por tierra semejantes pretensiones humanitarias de los personajes citados y que, por el contrario, revelan y prueban hasta la saciedad su incontrovertible e indeclinable pensamiento imperialista que implica el predominio de las potencias sobre los pueblos débiles, así como su racismo recalcitrante y el particular odio cerval de Marx al prójimo en general.
De ese modo, mexicanos e iberoamericanos en general, así como negros y eslavos entre otros, fueron objeto de furibundas diatribas de Marx, particularmente debido a su aspecto físico, si bien el propio hombre de Tréveris distaba ciertamente de ser un Adonis. Igualmente, se cuenta con abundantes referencias en cuanto a la prepotencia y la envidia que envenenaban el espíritu de Marx. Sin embargo, a reserva de tratar en próximas entregas y probar con puntualidad esto que vengo diciendo, hoy sólo me concretaré a referirme a lo que Karl Marx y Friedrich Engels pensaron y escribieron en relación a la guerra entre México y los Estados Unidos (1846-1848) que, como todo mundo sabe, derivó finalmente en la pérdida de más de la mitad del territorio original de nuestro país.
Así pues, para entrar en materia reproduzco la siguiente anotación –digna de cualquier extranjero con especial y gratuito desprecio a México–, escrita cuando la contienda citada aún estaba por decidirse:
«Los norteamericanos siguen liados en guerra con los mexicanos. Hay que esperar que se adueñen de la mayor parte del territorio mexicano y sepan utilizar mejor el país de lo que éstos lo han hecho» (Kommunistische Zeitschrift –Revista Comunista–, número de Septiembre de 1847, editada en Londres por Marx y Engels, en Marx, Karl y Engels, Friedrich, Materiales Para la Historia de América Latina, Cuadernos de Pasado y Presente/30, Córdoba, Argentina, 1972, 350 p., p. 218).
Y cuando, en efecto, cierta y desgraciadamente en nuestro Palacio Nacional se vio ondear la bandera de las barras y las estrellas; cuando lágrimas de impotencia y de rabia resbalaban libremente por las mejillas de los mexicanos; cuando nos precipitábamos al abismo merced al derecho de la fuerza –sustituto de la fuerza del derecho–, Friedrich Engels firmaba un artículo en el que, entre otras cosas, decía lo siguiente:
«En América hemos presenciado la conquista de México, lo que nos ha complacido. Constituye un progreso, también, que un país ocupado hasta el presente exclusivamente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo (…) sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos. Es en interés del desarrollo de toda América que los Estados Unidos, mediante la ocupación de California, obtienen el predominio sobre el Océano Pacífico» (Artículo Die Bewegungen von 1847, publicado el 23 de enero de 1848 en la Deutsche Brüsseler
Zeitung –Gaceta de Bruselas–, en Marx y Engels, Materiales Para la Historia de América…, pp. 183-184).
De aquí se desprende, entonces, que Marx ni Engels nos contemplaban como un pueblo que, pese a sus múltiples y complejos problemas, podría algún día salir adelante. En momento alguno se aprecia su solidaridad con un país en vías de desarrollo y amenazado por un vecino poderoso. Los dos creadores del comunismo nos consideraban tan de baja condición y sentían tal desprecio hacia nosotros, que ni siquiera nos reconocían el elemental e inquebrantable derecho a la libertad. De paso, se solazaban de la expansión yanqui y su creciente predominio y hasta lo presentaban como una gran ventaja para el resto del continente americano.
No mucho tiempo después, Engels volvió a ocuparse de los mexicanos, y en un texto fechado el 15 de febrero de 1849, tras referirse al anarquista Mijaíl Bakunin –con quien tanto Marx como Engels mantenían diferencias– para aseverar que la guerra de conquista impuesta por los Estados Unidos a México «fue llevada a cabo única y exclusivamente en beneficio de la civilización», preguntaba: «¿O acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos que no sabían qué hacer con ella? ¿Lo es que los enérgicos yanquis, mediante la rápida explotación de las minas de oro que existen allí aumenten los medios de circulación, concentren en la costa más apropiada de ese apacible océano, en pocos años, una densa población y un activo comercio, creen grandes ciudades, establezcan líneas de barcos de vapor, tiendan un ferrocarril desde Nueva York a San Francisco, abran en realidad por primera vez el Océano Pacífico a la civilización y, por tercera vez en la historia, impriman una nueva orientación al comercio mundial? La independencia de algunos españoles en California y Texas sufrirá con ello, tal vez; la justicia y otros principios morales quizá sean vulnerados aquí y allá, pero ¿qué importa esto frente a tales hechos histórico-universales?» (Artículo Der Demokratische Pavslawismus, publicado en la Neue Rheinische Zeitung, en Marx y Engels, Materiales Para la Historia de América…, pp. 189-190).
Como se aprecia sin mayor dificultad, Engels aplaudía la derrota de México, nos insultaba y hasta sugería que a la potencia vencedora –a la que prodigaba grandes elogios– se le agradeciera su innoble acción.
A su vez, Marx escribió a Engels una carta en la que le dice que ha leído la historia de la guerra entre México y Estados Unidos en la obra de Roswell Sabine Ripley (The War With Mexico), y que de la misma concluye que los generales estadunidenses Zacary Taylor y Winfield Scott eran «muy mediocres», pero que toda la contienda «constituye seguramente una digna obertura para la historia bélica de la gran Yanquilandia», y enfatiza –sin que en momento alguno condene aquella guerra de agresión– que el merito tanto de Taylor como de Scott radicó en el hecho de que «ambos estaban convencidos de que los yanquis siempre saldrían a flote por más hondo que se metieran en el pantano». Y en otra misiva de Marx al propio Engels, después de enumerar los que considera errores de Scott cometidos durante la campaña, concluye con la afirmación de que «los españoles están completamente degenerados», pero que los mexicanos resultan peores «con todos los vicios, la fanfarronería, bravuconería y donquijotismo a la tercera potencia, pero de ninguna manera lo sólido que éstos poseen. La guerra mexicana de guerrillas, una caricatura de la española y aun las huidas de los ejércitos regulares infinitamente superiores. En esto, empero, los españoles no han producido ningún talento como el de Santa Anna» (Cartas de Karl Marx a Friedrich Engels, Londres, 30 de noviembre y 2 de diciembre de 1854, en Marx y Engels, Materiales Para la Historia de América…, pp. 201-204).
Con estos botones de muestra que hoy expongo aquí al lector amigo, queda perfectamente comprobado el profundo sentimiento de animadversión que tanto Karl Marx como Friedrich Engels abrigaban por México y los mexicanos.
Si muchos compatriotas aún albergan admiración por semejantes individuos es por el profundo desconocimiento que se tiene sobre ellos y sus engañosas tesis. Como anoté líneas arriba, procuraré ocuparme de nuevo del auténtico Marx, del Marx íntimo, y de los sentimientos que de verdad le animaban, muy alejados por cierto de los que le adjudican sus simpatizantes…