Por: Graciela Cruz Hernández
Hijo de Prudencio Guízar y de Natividad Valencia, nació Rafael Guízar y Valencia en Cotija, Michoacán, el 26 de abril de 1878, de una familia profundamente católica. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento. Séptimo de once hermanos, de los cuales otros cuatro consagraron su vida a Dios.
Aprendió sus primeras letras en la escuela parroquial y en 1980 fue al colegio San Estanislao que fundaron los Jesuitas. Años más tarde entró al seminario mayor de Zamora para iniciar su preparación para el sacerdocio.
El 1º de junio de 1901 a los 23 años de edad se ordenó sacerdote en el templo de San Francisco en Zamora. El día 6 de junio del mismo año en la festividad del Corpus Christi celebró su primera Misa.
Tenía un don de gentes que le ganó el apodo del “padrecito mueve-corazones”.
En junio de 1903 fundó una Congregación de sacerdotes misioneros encomendada a Nuestra Señora de la Esperanza, esta obra duró poco tiempo, pues fue suspendida en 1910 por los acontecimientos políticos que se suscitaron en el país.
Fue Director Espiritual del Seminario de Zamora, así pudo desarrollar la actividad misionera que tanto amaba, en la que involucraba a los alumnos del Seminario y les enseñaba a la vez «el arte del apostolado».
Con el estallido de la Revolución Mexicana, la tranquila vida sacerdotal de Guízar y Valencia se ve perturbada. En mayo de 1911 los maderistas tomaron Zamora y mucha gente huyó. Rafael Guízar se fue a Ciudad de México con algunos de sus seminaristas. Encargó a los sacerdotes de la diócesis siguieran sus labores desde el anonimato. Estableció trescientos centros en los que se guardaba la Eucaristía para culto de los fieles y donde ellos podían comulgar de su propia mano.
En 1912 fue nombrado Canónigo de la Catedral de Zamora, pero debido a las condiciones políticas no pudo viajar a Michoacán y se quedó en Ciudad de México. Le tocó vivir la Decena Trágica, en febrero de 1913, y disfrazado de catrín le da auxilio a los heridos y moribundos.
Más tarde, el arzobispo primado de México, don José Mora y del Río, nombra a Guízar y Valencia como uno de los recaudadores de donativos para instalar una tipografía con rotativa con la finalidad de publicar el diario La Nación, órgano del Partido Católico Nacional. Uno de sus objetivos era defender a la Iglesia católica. Rafael viaja por el país haciendo su colecta para juntar lo suficiente para iniciar los trabajos.
Para 1915 hay una orden de aprehensión en su contra, por lo que tiene que hacer uso constante de su ingenio para evitar ser hecho prisionero. En su biografía hay muchas anécdotas que hoy día parecen divertidas de cómo lograba escapar de sus enemigos.
A fines de 1915, Rafael se refugia en Laredo, Texas. En México muchos sacerdotes y religiosos fueron asesinados o desterrados. Muchos conventos y colegios católicos cerraron sus puertas.
Guízar y Valencia estuvo exiliado cuatro años. Y estando en misión en Cuba, el 30 de noviembre de 1919 el papa Benedicto XV lo eligió como el nuevo obispo para la diócesis de Veracruz.
El día 1º de Enero de 1920, partió rumbo a Veracruz a la Ciudad de Xalapa, Sede de su Obispado, en donde tomó posesión el día 9 de Enero del mismo año. En su Diócesis tuvo que enfrentar los estragos de un gran terremoto que devastó la Zona de Xalapa. Se dio a la incansable tarea de ayudar a quienes lo necesitaban y a visitar las regiones más afectadas, llevando la palabra del Señor y víveres para asistir a todos los dañados por el sismo.
Con un clima político-religioso más favorable, el obispo de Veracruz, en 1920, recupera y reconstruye el edifico del antiguo seminario diocesano. El inmueble había sido expropiado por un general carrancista en 1914. El mitrado lo restablece, pero en 1921 el gobierno lo vuelve a expropiar. Tras peregrinar, el seminario de Xalapa termina en un cine viejo y abandonado en la localidad de Tacuba, donde operó en la clandestinidad durante décadas.
Aún en medio de la adversidad su visión como pastor, le concedió darle una importancia capital a la formación de los sacerdotes mediante la obra del Seminario Diocesano, en el que habrían de formarse muchos sacerdotes que multiplicarían sus misiones y la atención a las numerosas parroquias de todo el territorio Veracruzano donde predicó muchas misiones. Mantuvo abierto su Seminario, aun en contra de las leyes persecutorias contra la Iglesia, y supo infundir en todos los fieles la confianza en Dios para resistir a los males de este mundo. La caridad, la pobreza, la humildad, la obediencia y el espíritu de sacrificio, fueron entre otras, algunas virtudes que más adornaron su alma y ministerio episcopal.
Era un hombre de lo más humilde y sencillo, alegre y hasta bromista; completamente desprendido de lo material. Un día llegó a su casa con los pies ensangrentados porque se había encontrado a una persona en el camino que no tenía zapatos.
Compraba canastos de pan y los repartía a los pobres. Un día se presentaron unos pobres pidiendo de comer pero ya no había pan. Monseñor Guízar se enteró de la presencia de estos necesitados y dijo a sus ayudantes que fuesen por los canastos de pan. Estos, dijeron que habían repartido todo; el Padre Guízar insistía en que aún quedaba pan por distribuir. Cuando sus asistentes fueron por los canastos, los encontraron milagrosamente repletos de pan. Hay varios testigos, que le vieron en alguna ocasión levitando. También tenía el don de la bilocación.
Como Obispo de Veracruz sufrió los estragos de la persecución religiosa en México. Así comenzó su calvario en el que tuvo que padecer calumnias, vejaciones, destierros y hambre. No obstante todo ello, su grande confianza en Dios Providente y su amor filial a María Santísima, le dieron la fortaleza necesaria para resistir.
La policía lo buscaba y para encontrarlo torturaron a su sobrino, soltándolo luego con el fin de que fuera a avisar a su tío que, si no se entregaba, lo fusilarían a él como represalia. También amenazaron a su hermano Prudencio: si no se entrega el obispo Rafael, lo encarcelarían con su esposa e hijas. El mitrado decide entonces entregarse al secretario de Gobernación callista, Adalberto Tejeda. Fue desterrado y el 23 de mayo de 1927 se marchó en misión por Estados Unidos, Cuba y Colombia.
Predicaba la Doctrina Cristiana, con un sencillo catecismo que él mismo compuso y escribió, adaptado para los sencillos de corazón, insistiendo a la devoción a Jesús Eucaristía y a la devoción a la Virgen María.
Para el Padre Rafael Guízar, «ganar almas para Dios», era su motivación de vida.
Durante los conflictos bélicos en México ayudó cuanto pudo a los enfermos y moribundos por el movimiento armado. En el estado de Morelos se filtró en el ejército de Zapata, disfrazado de vendedor de baratijas, en medio de la batalla se acercaba a los heridos que agonizaban y les ofrecía la reconciliación con Dios, les impartía la Absolución Sacramental, muchas veces les daba también el Sagrado Viático, que llevaba consigo de manera oculta para que no lo descubrieran como sacerdote.
Un día lo descubren y creyéndolo un espía lo llevan al paredón. Escapó diciéndoles que como último deseo les regalaría un reloj con cadena de oro lo lanzó lo más lejos que pudo y cuando los soldados corren a ver quién lo gana aprovechó para huir.
Escondido en la Ciudad de México por la persecución religiosa en el Estado de Veracruz, se dedicaba a prodigar la caridad entre los fieles y a conseguir bienes para el sostenimiento de su Seminario, el cual era para él “como la pupila de sus ojos”.
Afectado de diversas enfermedades murió el día 6 de junio de 1938 en la Ciudad de México, en una casa contigua al edificio de su Seminario, donde éste estaba escondido por la persecución religiosa en Veracruz. Trasladado su cuerpo a Xalapa, fue sepultado con grandes manifestaciones del pueblo fiel, que le demostró su amor y gratitud.
Doce años después, el 28 de mayo de 1950 se exhumó su cadáver, su cuerpo fue hallado incorrupto, salvo un ojo, él ofreció en vida un ojo por la conversión de un General que había causado mucho daño, cuando encontraron el cuerpo del Padre Guízar vieron que tenía un ojo seco. El Excmo. Sr. Don Manuel Pío López Estrada, inició el proceso de beatificación. Su Santidad Juan Pablo II lo declaró Beato el día 29 de Enero de 1995, en Roma y canonizado el 15 de octubre de 2006 en la Plaza de San Pedro, por el Papa Benedicto XVI. San Rafael Guízar y Valencia es el patrono de los obispos latinoamericanos.