Por: Justo Mirón
Bueno, parece que el eterno candidato López, nunca estuvo satisfecho con ser el presidente López. Si antes tenía miles de comerciales políticos y ahora un show televisivo de lunes a viernes -en ocasiones de lunes a domingos-, ahora nos quiere recetar una dosis mayor de comerciales, giras y programa matutino. ¡Ah, canijo!
¡Qué lindo es hacer promesas y qué feo es tratar de cumplirlas, Esperancita! El país ideal que López nos asestó durante tres campañas electorales: un México sin corrupción, con un sistema escandinavo de salud y una industria petrolera árabe, se derrumbó en sólo año y medio de ejercicio del poder.
¿Cuál es entonces la solución ante la falta de resultados? ¡Pues una nueva campaña de promesas! Es así que a López se le hace tarde para que su trampa engañabobos: la votación para revocarle el mandato que está contemplada para 2022, se anticipe un año, y así emparejarla con los comicios federales de 2021. ¡Ah, el pillín!
Recordemos que cuando gobernó el DF hizo esos tipos de consultas, entonces telefónicas y dos veces resultó vencedor. No hay nada que le guste más a López que ser candidato, de convencer a los votantes que cuando llegue al poder sí sabrá hacer las cosas. Lo que pasa es que ahora que ya está en Palacio Nacional, pues resulta que no le encuentra la cuadratura al círculo y que el paraíso soñado se ha vuelto un infierno.
López se envalentonó: ¡Sean demócratas, déjenme competir de nuevo por la presidencia! ¡No ven que repartir el dinero en proyectos faraónicos inútiles, en ninis, en despilfarros no detiene la caída de mi aprobación!
Ah, que malos somos los mexicanos que exigimos resultados. Así sea un mínimo 1% de crecimiento económico, que la cifra de homicidios dolosos no crezca año tras año y que haya empleadores para que alguien pueda pagar impuestos.
Estar en la boleta electoral – como lo hizo en 1988 y 1994 para la gubernatura de Tabasco; 2000 para el GDF; 2006, 2012 y 2018 para la presidencia de la república -, es para López el equivalente de la cocaína para un adicto. Le produce emoción, le levanta el ánimo, le proporciona una meta.
Además, la supuesta revocación de mandato es el truco perfecto para perpetuarse en el poder, es el ejemplo que le han enseñado Hugo Chávez y Evo Morales: si el pueblo quiere que siga, ¿Entonces para qué debo irme?
López ha mostrado en 17 meses de, digamos, mandato, que tenía un proyecto para empobrecer al pueblo mexicano y volverlo así dependiente de los subsidios y dádivas del gobierno, de limitar la crítica y las ambiciones de crecimiento individual; por lo tanto, su enemigo más claro es la clase media, la que siempre busca progresar. O que es tan mal gobernante que en los rubros principales ha sido un estrepitoso fracaso.
López sólo cree en los resultados de las urnas cuando resulta vencedor, por lo tanto es de una gran ingenuidad que este político mediocre, inculto, violento y acomplejado, sea capaz de admitir un resultado adverso. Pero él cree que los millones que reparte entre un número enorme de la población le garantizan que vuelva a ganar una elección.
Pero tal parece que los trucos de este mago de pacotilla ya los conocen demasiado bien los espectadores, que los conejos y palomas que sacan de la chistera no son suficientes para hacer olvidar que el dinero es escaso, que los asaltos y robos siguen a la orden del día, que los enfermos tienen cada una peor atención en los hospitales.
López visualizó su llegada al poder como una garantía de su paso a la historia de México como uno de sus personajes principales. Por el contrario, ha enseñado ser una simple comparsa, muy pequeña ante los retos que le tocó encarar.
Lo más piadoso para él será terminar su periodo, retirarse en silencio y dejar que los mexicanos reconstruyamos las ruinas del país que nos legará. No hay mandato qué revocar, porque gobierno no ha habido.