Por: Miguel Ángel Jasso Espinosa
I Robert Faurisson.
El historiador francés Robert Faurisson (1929-2018) uno de los principales exponentes del “revisionismo histórico”, murió a la edad de 89 años en Vichy, ciudad al sur de Francia.
La noticia de su muerte casi pasó inadvertida para el universo intelectual y académico, excepto para sus enemigos políticos que no desaprovecharon la ocasión para endilgarle una vez más el rótulo de “negador del Holocausto”.
Nacido el 25 de enero de 1929 en la localidad británica de Shepperton, de madre escocesa y padre francés, realizó todos sus estudios en Francia.
Faurisson era un modesto profesor de literatura hasta que, a finales de los años setenta, los medios de comunicación empezaron a hacerse eco de sus teorías, que cuestionaban las “posibilidades técnicas” de la existencia de las cámaras de gas utilizadas por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Su nombre se asoció desde entonces, con los del también francés Roger Garaudy, con el del británico David Irving, y aunque en menor medida, con el alemán Ernst Nolte –los nombres de estas personalidades formaron en conjunto la corriente de pensamiento que sus enemigos políticos popularizaron como “el negacionismo”–.
Como lo escribiera en su momento Humberto Eco, gracias a estos autores, un fantasma comenzó a recorrer Europa al finalizar la década de los ochenta del siglo XX: la escuela del revisionismo histórico.
Si bien el desarrollo de esta corriente de pensamiento comenzó desde la década de los cincuenta, con la publicación del libro La mentira de Ulises[1] del historiador Paul Rassinier, no fue sino hasta el inicio de la década de los ochenta cuando dos de sus principales exponentes, el historiador inglés David Irving y el historiador francés Robert Faurisson, provocaron que sus respectivas tesis, así como el revisionismo histórico en general, ocuparan un lugar central en el debate de los historiadores acerca de la revisión histórica de la trágica experiencia del nacionalsocialismo alemán.
Con excepción de Paul Rassinier quien no tuvo a fin de cuentas tan enconadas salvaguardias de sus ideas, los otros dos autores, al paso del tiempo y principalmente por la constante defensa de sus respectivas tesis (el inglés la argumentación de que “no existe ni una sola prueba documental que demuestre que Hitler ordenó el asesinato o genocidio de los judíos”, mientras que el francés argumentó que “las cámaras de gas, nunca existieron, ni se asesinó allí –mediante gaseamiento– a ningún judío dada la imposibilidad técnica de los gaseamientos con Ziklon B)”, o bien, ya sea por el encono de otros historiadores contra la extraña “insolencia” de las ideas de Faurisson y de Irving, sí provocaron que el mundo académico volviera la mirada hacia ellos, ya sea para repudiarlos y denostarlos, o bien para ofrecerles un mínimo nicho para el desenvolvimiento de sus tesis.
Mención aparte, y no obstante en amplia vinculación con el revisionismo histórico, merece el trabajo del historiador alemán Ernst Nolte, quien si bien nunca negó el asesinato de millones de judíos, sus polémicas tesis refieren que antes de juzgar a los alemanes, cabe recordar que el gulag soviético, históricamente, es anterior a Auschwitz. De modo que éste último se explica como una reacción defensiva del régimen de Hitler al internacionalismo bolchevique y la persecución de los disidentes políticos por parte del régimen de Stalin.[2]
La historia del desarrollo del revisionismo histórico es muy extensa y muchos intelectuales se han acercado a sus filas con particulares simpatías, aunque la gran mayoría huyó, luego de conocer el clima de persecución ideológica política de la que han sido objeto en general los representantes de esta corriente de pensamiento.
La exigencia de historiar la experiencia del nazismo se planteó desde el primer momento, al término de la Segunda Guerra Mundial, tanto como justificación de culpas que había que circunscribir, así como de cara a una necesaria superación. Con el paso del tiempo, ésta parecía una salida natural, consecuencia de la sucesión de las generaciones, pero esto último no es tan simple, en la medida en que no es fácil responder a una “ingenua neutralidad”, porque los jóvenes historiadores, al estar en contacto con sus maestros se dotan a fin de cuentas de alguna filia política.
Para ilustrar lo anteriormente expuesto cito al historiador Pier Paolo Poggio, quien refiere la siguiente anécdota:
Una reflexión de Jean Amery sobre estos temas se inspira en la protesta de un joven alemán que, en nombre de sus contemporáneos, escribía: “Estamos verdaderamente hartos de oír cómo se nos repite que nuestros padres mataron a seis millones de judíos. ¿Cuántas mujeres y niños han matado los estadounidenses con sus bombardeos, cuántos Boers los ingleses en la guerra de los Boers?” La respuesta de Amery es que mientras los alemanes no decidan vivir totalmente libres de la historia, deberán atribuirse la responsabilidad del nazismo, al que no fueron ellos quienes pusieron fin.[3]
Los alemanes no pusieron fin al nacionalsocialismo ni son precisamente los autores responsables de escribir la historia política posterior a la experiencia totalitaria. Se recuerda aquí que la historia la escriben los vencedores. Esto último es el mayor impulso del ahora llamado “negacionismo”.
En palabras de uno de sus más enconados opositores, el revisionismo histórico quedaría definido de la siguiente manera:
Denominaré aquí “revisionismo” (histórico) a la doctrina según la cual el genocidio practicado por la Alemania nazi contra los judíos y los gitanos no existió, sino que es producto del mito, de la fabulación y del fraude.
El revisionismo se halla en la encrucijada de ideologías muy diversas y, a veces contradictorias: el antisemitismo de tipo nazi, el anticomunismo de extrema derecha, el antisionismo, el nacionalismo alemán, los diversos nacionalismos de los países del Este, el pacifismo libertario, el marxismo de la ultraizquierda. Como resulta fácil de prever, esas doctrinas parecen en estado puro como, e incluso con la mayor frecuencia, bajo la forma de variadas condiciones.[4]
Y es que en efecto, el revisionismo histórico ha recorrido un largo trayecto. Por lo que hace a sus pretensiones de respetabilidad académica, desde el trabajo pionero del historiador francés Paul Rassinier en 1950, con su libro La mentira de Ulises[5] atravesando por la obra del historiador británico, David Irving, quien en 1977 publicó el libro La guerra de Hitler,[6] pasando por la intención de “organización” de los escritos revisionistas (hasta entonces dispersos en distintas publicaciones académicas o en publicaciones independientes) encauzada por el denominado Institute for Historical Review (Instituto para la Revisión Histórica) establecido en California desde finales de los años setenta bajo el patrocinio de William David McCalden con el apoyo del historiador francés Robert Faurisson, hasta llegar al entusiasta aliento a la cohorte de historiadores revisionistas, dado por el régimen iraní de Mahmud Ahmadineyad al acoger y financiar el “Congreso Mundial del Revisionismo Histórico” en diciembre del año 2006, convocado ante el mundo académico bajo el título de “Revisión del Holocausto: una visión global”.
II Aportaciones al Revisionismo Histórico.
Faurisson escribió que “durante y tras la Segunda Guerra Mundial –como la mayoría de los franceses de la época–, tenía sentimientos anti alemanes. Que en todos sus años escolares le enseñaron a saber la forma cómo su patria había sido invadida por un ejército de genocidas y que dicho ejército había contado con el apoyo de simpatizantes franceses a los que había que condenarles para siempre”. No obstante, al asistir a la universidad comenzó a darse cuenta que su “pasión anti alemana” carecía de cualquier fundamento racional e incluso político.[7]
En el año de 1979, ya como historiador profesional y como catedrático en la Universidad de Lyon, publicó un artículo de gran controversia en el Journal of Historical Review: “Auschwitz: los hechos y la leyenda”, en donde propuso su duda acerca de la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración nazis, así como cuestionó la masacre de judíos y otros grupos, considerando estos hechos como “técnicamente imposibles de llevar a cabo bajo las condiciones de guerra total durante los últimos tres años de la Segunda Guerra Mundial”.[8]
En el año de 1979, Faurisson escribió que llegó a una conclusión después de leer las obras de Paul Rassinier, así como las de Maurice Bardéche, quienes le ayudaron a “restablecer la verdad –tan maltratada, despreciada y deshonrada– en un punto muy concreto de la historia de la Segunda Guerra Mundial”.
Después de la publicación de “Auschwitz: los hechos y la leyenda”, fue apartado de la docencia y de su puesto como analista de textos de la Universidad de Lyon bajo el cargo de “falsificar la historia, por difamación e incitación al odio racial”.
Fue en el año de 1988 cuando las vidas de los historiadores David Irving y Robert Faurisson se entretejieron para siempre en el universo del revisionismo histórico.
La ocasión fue a raíz de un proceso judicial contra el germano canadiense Ernst Zundel.
Ernst Zundel (1939 – 2017), fue un publicista profesional, quien hacia el año de 1982, publicó un libro de Richard Harwood: ¿Murieron realmente seis millones? Lo cual provocó una reacción de condena que lo llevó de inmediato –junto con el autor del libro– a responder ante las autoridades de Canadá por «difundir falsa información perjudicial para el interés público racial y la tolerancia comunitaria».
En dicho proceso, David Irving fue solicitado por Zundel para atestiguar a su favor; le solicitó expresar públicamente lo que el historiador había afirmado en su libro La guerra de Hitler: “que no había habido orden expresa por escrito de Adolf Hitler para el exterminio de los judíos”, “que pese a sus intensas búsquedas no había un documento con la firma de Hitler, con esa orden expresa”.
El proceso duró siete semanas y se convirtió en el centro de atención de los revisionistas de todo el mundo. Ninguna otra persona había conseguido antes alistar bajo su causa a tal número de expertos de distintas partes del mundo en materias tan diversas, prescindiendo de sus puntos de vista políticos e ideológicos. Así pues, en este proceso Zundel consiguió que David Irving atestiguara a su favor. Pero la responsabilidad mayor de la defensa recayó en el testimonio del ingeniero estadounidense Fred Leuchter, experto en el diseño y fabricación de instrumental de ejecución utilizado a lo largo de los Estados Unidos, quien en esa época, contaba entre sus principales proyectos con el diseño de una nueva cámara de gas de la Penitenciaría Estatal del Estado de Missouri. Fred Leuchter aceptó la petición del historiador francés Robert Faurisson de realizar un peritaje a las paredes de las cámaras de gas de Auschwitz y saber si efectivamente allí existían residuos de Zyklon B, utilizado en grandes cantidades para el asesinato de millones de judíos, como “lo proponía la historia oficial escrita por los aliados”. En este contexto y tras una inicial investigación de Fred Leuchter revisando fotografías aéreas tomadas durante la guerra, así como planos de los crematorios y fotografías de las cámaras de gas, además de documentos relativos al Zyklon B, junto con diapositivas tomadas por el investigador suizo Ditlieb Felderer, el 25 de febrero de 1988, Leuchter salió para Polonia junto con su esposa Carolyn y un equipo de colaboradores. A su regresó el 3 de marzo de 1988, presentó un informe que comprendía inicialmente 192 páginas incluidos los apéndices. Sus conclusiones eran diametralmente opuestas hasta lo entonces conocido por el mundo académico y científico:
No hubo cámaras de gas de ejecución en Auschwitz, Birkenau y Majdanek y las cámaras de gas que hay allí, no pudieron haber sido, ni entonces ni ahora, utilizadas o seriamente consideradas para funcionar como cámaras de gas de ejecución.
En el proceso seguido contra Zundel se afirmó que “el análisis de las muestras de suelos, paredes y otras estructuras tomadas en el interior de las cámaras revelaba la ausencia de rastros de cianuro”.[9]
Desde entonces y hasta este mismo año, Faurisson se vio envuelto en toda clase de controversias, no sólo en Francia sino en todo el mundo, por la defensa de sus ideas. Después de comparecer en el proceso seguido contra Zundel, vino sorteando una ola de condenas mundiales, que incluyeron agresiones físicas y procesos judiciales en su contra por cuestionar las posibilidades técnicas de la existencia de las cámaras de gas.
[1] Rassinier, Paul: La mentira de Ulises, Barcelona, editorial Acervo, 1961.
[2] Jasso Espinosa, Miguel Ángel: Salvador Borrego E. (un escritor conservador en el siglo XX), México, tesis de doctorado en Ciencias Políticas y Sociales, UNAM – FCPyS, 2013.
[3] Poggio, Pier Paolo: Nazismo y revisionismo histórico, Madrid, ediciones Akal, 2006.
[4] Poggio, Pier Paolo: Nazismo y revisionismo histórico, op, cit, p. 23.
[5] Rassinier, Paul: La Mentira de Ulises, París, diversas ediciones, la original de 1950.
[6] Irving, David: La guerra de Hitler, Madrid, editorial Planeta, 1989.
[7] Entrevista de Bernardo Gil Mugarza a Robert Faurisson: véase en https://www.vho.org/aaargh/espa/fauris/RFMugarza.html bajo el título de “Las cámaras de gas: la lucha del Galileo del siglo XX en pro de la verdad”.
[8] Faurisson, Robert: “Auschwitz: Los hechos y la leyenda”, Véase en https://www.vho.org/aaargh/espa/fauris/RF950111esp.html
[9] Los días 20 y 21, de abril de 1988, Fred A. Leuchter testificó en Toronto. Primero contestó a las preguntas de los abogados de Zündel, Dough Christie y sus ayudantes Keltie Zubko y Barbara Kulaszka, y luego fue sometido a las repreguntas del acusador John Pearson y su equipo en el que había numerosos consejeros sentados justo detrás de él en la sala. Junto al profesor Faurisson, presente también en aquella sala, estaba un equipo de revisionistas históricos entre los que se contaba William Lindsey, jefe de investigación química de Dupont Corporation hasta su jubilación en 1985. Después de Fred Leuchter declaró el Dr. James Roth (Ph. D. por la Universidad de Cornell) gerente de los Laboratorios de Análisis Alpha de Ashiand, Massachussetts, quien declaró que el análisis de las muestras de suelos, paredes y otras estructuras tomadas en el interior de las cámaras revelaba la ausencia de rastros de cianuro.