Por: Mnemea de Olimpia
Sin duda alguna, una de las incógnitas más grandes que las mujeres tradicionales podemos experimentar, es preguntarnos cuál es nuestro propósito en una sociedad tan dislocada como la nuestra. Por un lado, dentro de nosotras existe el deseo de formar una familia, tener a nuestros hijos, dedicarnos a ellos y a nuestro esposo. Por otro lado, desde pequeñas, casi todos a nuestro alrededor, familia, amigos, profesores y medios de comunicación, por igual, nos han dicho que debemos trabajar, ser profesionistas y así algún día realizarnos como mujeres. Finalmente, aún por otro lado más, vemos que en el presente los divorcios son una pandemia, que depender de que el hombre sea el único proveedor de la casa ya no es suficiente para solventar todos los gastos, y por supuesto, considerando lo fácil que hoy en día se rompen las relaciones, que siempre depender económicamente de otra persona ya no es una garantía de estabilidad para nosotras. ¿Cuál es nuestro rol, entonces? ¿Cómo conciliar todo lo anterior? Eso es lo que en esta ocasión trataré de explicar.
Para nosotras, mujeres hechas a la antigua, la idea de que algún día un “trocito de nosotras” yazca acurrucado, dormido en nuestro pecho, es nuestra razón de existir. Ello es nuestra meta, nuestra misión de vida. Por supuesto, para nosotras eso no es sinónimo de opresión y esclavitud, sino al contrario, la verdadera oportunidad de alcanzar la cúspide de nuestro potencial, pues a diferencia de ser abogadas, doctoras o economistas, ser madres es lo único que nosotras, exclusivamente, podemos ser. Dar vida es nuestro privilegio, nuestro regalo. Cualquiera, hombre o mujer, puede ser un analista financiero, un arquitecto reconocido, pero, ¿expertas y profesionales en la industria de dar vida? Eso sólo nosotras, las mujeres tradicionales. Dicho lo anterior, debemos considerar la realidad social que nos rodea, y que de cierta forma, nos condiciona. Para ello, tres son las áreas que debemos cubrir si es que deseamos ser exitosas en un mundo feminista y antifamilia:
Lograr la independencia económica. Muchas veces pensamos que trabajar y tener familia al mismo tiempo es algo incompatible, y en muchos casos, contraproducente, pues a excepción de una minoría de mujeres que logran hacerlo todo perfectamente, usualmente trabajar y ser madre al mismo tiempo se traduce en un desempeño mediocre en algún de las dos áreas, pues la realidad es que una hora dedicada al trabajo son 60 minutos no invertidos en nuestros hijos. Sin embargo, ello no debe forzosamente ser así. Si una mujer trabaja desde casa, según sus ritmos y tiempos, puede generar ingresos suficientes para sí misma, claro está, siempre y cuando no peque de una personalidad consumista compulsiva. Otra opción es trabajar un tiempo, ahorrar, y luego convertirse en socia inversora de algún proyecto. De esa manera, ella seguirá recibiendo ingresos, y mientras el trabajo lo hacen otros, ella podrá dedicarse a sus hijos. Así, la mujer hogareña podrá seguir generando riqueza, de tal manera que en el mejor de los casos, ella pueda ayudar al sostén de la casa, y en el peor de los mismos, no depender de nadie económicamente para salir adelante.
Ser mujeres cultas y sabias. Es curioso. Todo el mundo nos dice que debemos estudiar mucho para trabajar, pero nadie nos dice que debemos ser cultas para tener mucho que enseñarle a nuestros hijos. Al final, uno termina trabajando para desconocidos, y a nuestros hijos los acaba educando el sistema educativo, enseñándole a nuestros hijos lo que burócratas corruptos consideran es lo mejor para ellos. Pareciera que nuestros niños son más hijos del sistema que de nosotras, pues mientras que nosotras trabajamos para alimentarlos, el sistema es el que les inculca los valores que éste quiere, y las “verdades” que éste elige. Luego nos preguntamos por qué nuestros hijos tienen ideas tan radicalmente diferentes a las nuestras. ¡Y es que ya no son nuestros hijos! Su mente ha sido robada, y nosotros somos los culpables. ¿Qué hacer entonces? Educarlos desde casa, al menos los primeros años; enseñarles nosotras mismas, y armar grupos de madres que piensen igual que nosotras, para que los hijos de éstas sean los amigos de nuestros pequeños. Por supuesto, para ser buenas maestras, primero debemos ser buenas alumnas. Eso quiere decir que hay que leer mucho, ser cultas y sabias, para que llegado el día, y apoyadas con estrategias y métodos provenientes de la internet, nosotras mismas podamos convertirnos en las profesoras de nuestros hijos. Al final, ¿cómo podría compararse la paciencia y el amor de una madre a la hora de enseñarle a su hijo, con la atención proporcionalmente dividida entre 24 niños más, que una empleada en algún salón de clases le ofrezca? La educación elemental de nuestros hijos es nuestra responsabilidad y la de nadie más.
Aspirar a la autosustentabilidad. Una de las metas clave para una mujer tradicional, debe ser la de garantizar que sin importar lo que pase, sus hijos no morirán de hambre. Eso significa aprender a cultivar, ser capaz de sembrar y crecer los propios alimentos, y de aprovechar los recursos que la naturaleza nos ofrezca para el beneficio de nuestras familias. Por otro lado, es bien sabido que mucha de la comida que compramos en los supermercados posee conservadores dañinos para la salud, así como pesticidas cuyos efectos a largo plazo en el cuerpo humano son desconocidos. Cultivar la propia comida se convierte entonces en una forma de ver por la salud de nuestros hijos y de nuestro esposo.
Debe decirse que las tres áreas anteriores no son metas simples de alcanzar. Muchas de nosotras trabajamos, vivimos en la ciudad y no sabríamos cómo orientar nuestra vida con miras a gozar de un desarrollo óptimo en los pilares ya descritos, y es justamente por ello que para poder lograrlo, debemos necesariamente buscar a un compañero de vida que piense de forma tradicional, que igualmente sea culto y sabio y pueda ayudarnos a ver con claridad el camino por el que transitamos, y el destino al que deseamos llegar. Si nosotras queremos ser mujeres tradicionales y por inmadurez, estupidez o inconsciencia elegimos a un hombre cualquiera, sobretodo de espíritu y mente cimentados en la postmodernidad, entonces habremos de fracasar en nuestras aspiraciones, y serán nuestros hijos quienes paguen el precio. Como mencionaba anteriormente, convertirse en una mujer tradicional, en una compañera de vida experta, y en una madre profesional, no es algo que se logre en cuestión de semanas, sino que implica la total transformación de nuestras vidas y su reenfoque hacia una meta concreta: la supervivencia y el desarrollo integral de nuestros hijos. Los ideales descritos deberán ser entendidos justo como eso, ideales casi inalcanzables, y justamente por eso, dignos de ser perseguidos. Mientras mayor sea el standard de la feminidad tradicional que tengamos, mientras más alta sea la calidad de la maternidad a la que aspiremos, más elevada será la materia prima que produciremos.