Por: Luis Reed Torres
Rudolf Hess, nacido el año 1894 en Alejandría, Egipto, de padres alemanes, escaló elevadas posiciones políticas y llegó a ser Stellvertreter (lugarteniente) de Adolfo Hitler en la época de oro del Tercer Reich. El 10 de mayo de 1941, cuando prácticamente Europa entera ardía por la guerra, Hess voló a Escocia en un desesperado intento de entrevistarse con el Duque de Hamilton a fin de que éste, a quien se consideraba de particular influencia en la política inglesa, gestionara junto con Hess la paz entre Alemania e Inglaterra, tanto más importante de lograr en ese momento cuanto que todo estaba virtualmente listo para la acometida germana sobre la Rusia soviética. El Stellvertreter soñaba con una alianza angloalemana frente al bolchevismo –postura que jamás le perdonó el Kremlin– y de ahí su urgencia por frenar el derramamiento de sangre entre ingleses y alemanes. A pesar de todo, el régimen de Churchill encarceló a Hess y luego, finalizada la Segunda Guerra Mundial, el antiguo Stellvertreter fue llevado de regreso a Alemania, donde el tribunal aliado le condenó a cadena perpetua por sus actividades en el gobierno hitleriano.
En otras palabras, Hess estuvo encarcelado poco más de cuarenta y seis años –murió el 17 de agosto de 1987– y fue el único ocupante de la gigantesca prisión berlinesa de Spandau –de 600 celdas y demolida a raíz de su deceso para que no se convirtiera en lugar de culto o peregrinación para los alemanes– a partir de 1966, en que fueron liberados Baldur von Schirach, líder de la Hitlerjugend (Juventud Hitleriana) y más tarde Gauleiter (Jefe de Distrito) en Viena, y Albert Speer, ministro de Armamento y Municiones, que purgaron veinte años de condena –desde 1946–. El inmueble fue permanentemente vigilado por soldados estadunidenses, franceses, ingleses y soviéticos.
De cuando en cuando e incluso hasta poco antes de la muerte de Hess, determinadas organizaciones solicitaron la liberación del anciano prisionero, pero siempre le fue denegada en el marco de un odio y rencor inextinguibles contra el antiguo adversario. En este caso no valieron los sacrosantos derechos humanos.
Todo lo anterior es información conocida. Pero…
Resulta que una película exhibida en México en 1986 y que recientemente vi de nuevo –Los Gansos Salvajes II–, en la que el rescate de Hess de la prisión de Spandau a través de un comando especialmente entrenado para el efecto constituye el interesante argumento, me hizo recordar un interesante libro sobre la misión y la prisión de Rudolf Hess, que se sustrae enteramente de la ortodoxia histórica –sintetizada líneas arriba– para dar paso a una hipótesis decididamente sorprendente, pero no por eso menos digna de tomarse en consideración, esto es que el prisionero de Spandau no era Rudolf Hess sino un doble del verdadero Stellvertreter. Y esto no de tiempos recientes, sino desde el mismo 10 de mayo de 1941, cuando el verdadero Hess despegó en un avión Messerschmitt 110-D a fin de dirigirse a Escocia.
En efecto, en el volumen titulado «El Asesinato de Rudolf Hess. ¿Quién es el Prisionero número 7 de la Cárcel de Spandau», investigado y escrito por el doctor W. Hugh Thomas y editado por Bruguera en 1982 –es decir todavía en vida de Hess–, se sostienen inesperadas afirmaciones y sesudas reflexiones que mueven, sin duda, a reconsiderar todo este interesante asunto en aras de la verdad histórica. El libro en cuestión fue publicado también por Emecé con anterioridad en 1979 bajo el rubro de «El Enigma de Rudolf Hess», y si bien existen algunas diferencias de traducción entre una y otra versión (el título original de la obra es «The Murder of Rudolf Hess», lo cierto es que de ninguna forman alteran lo medular de la cuestión ni mucho menos se aprecia contradicción alguna entre ambas. Para los efectos de este ensayo dividido en varias entregas yo aproveché la versión citada en primer término, y las citas textuales que más adelante utilizaré señalando la página corresponden, pues, a aquélla.
El caso se sintetiza, entonces, de la siguiente manera:
Hugh Thomas nació en 1935 y durante ocho años, de 1970 a 1978, fue médico militar en el Cuerpo Real Médico del Ejército Británico, donde se especializó en heridas producidas por armas de fuego. Destinado por sus superiores a la prisión de Spandau, los vastos conocimientos de Thomas en cuanto se refiere a su rama le hicieron caer en profundas sospechas que derivaron luego en una exhaustiva investigación sobre la vida, la misión, la aprehensión y el confinamiento de Rudolf Hess: éste había sufrido una grave herida de bala durante la Primera Guerra Mundial, que le dejó perennes cicatrices en el tórax. Empero, el prisionero de Spandau –ocupante de la celda número siete– carecía de ellas e incluso puede afirmarse que jamás sufrió lesiones semejantes. Estas observaciones y otras que a continuación se detallan inclinaban ciertamente a pensar que el prisionero número siete no era Rudolf Hess:
1.- Hasta ahora se ha dado por sentado que el hombre que arribó a Escocia tras lanzarse en paracaídas era Rudolf Hess. Sin embargo, en ese tiempo, 1941, nadie lo identificó jamás satisfactoriamente ni se han publicado, ni siquiera en extracto, los interrogatorios a que el MI-5 –contraespionaje británico– debió someter al prisionero (p. 14)
2.- Rudolf Hess fue herido dos veces en la Primera Guerra Mundial, una en 1916 y, la más grave, en 1917, el 8 de agosto, cuando la bala de un fusil le interesó el pulmón izquierdo y le obligó a un internamiento hospitalario que duró cuatro meses. Pues bien, el «Rudolf Hess» de Spandau fue revisado minuciosamente por el doctor Thomas en el curso de dos exámenes rutinarios el mes de septiembre de 1973 y en su tórax no se halló el menor rastro de aquella grave herida, ni tampoco la de otra lesión que el verdadero Hess había sufrido en el antebrazo izquierdo. Cuando el doctor Thomas le inquirió directamente sobre sus antiguas heridas, el prisionero anciano de Spandau se tornó visiblemente nervioso y sólo alcanzó a balbucear: «Demasiado tarde, demasiado tarde». De paso, debo asentar aquí que Thomas explica concienzudamente por qué es imposible que desapareciese del cuerpo de Hess todo vestigio de aquella lesión casi mortal que, sin embargo y como queda dicho, brillaba con refulgente obsesión por su ausencia en el caso del hombre de Spandau, retenido ahí desde el fin de la guerra (pp. 20, 21, 22, 28, 29, 30, 31, 33, 35, 38, 41).
3.- «Puede objetárseme –escribe Thomas– por qué no comuniqué al instante mi hallazgo. No lo hice porque en aquella época era yo oficial del Ejército y conozco la mentalidad castrense: respecto del número siete cualquier descubrimiento aducido por mí habría sido archivado al momento y archivado durante otros treinta años. En lugar de recabar apoyo oficial, seguí investigando por mi cuenta» (p. 37)
(Continuará)