Por: Luis Reed Torres
Prosigo con el apasionante caso de Rudolf Hess y su posible suplantación desde 1941:
10.- Según Thomas, otra prueba de que el piloto que llegó a Escocia no era Hess radica en el hecho de que éste saltó en paracaídas innecesariamente en lugar de aterrizar, toda vez que existía una pista para el efecto. Por otra parte, el modelo de avión que llevaba –un Messerschmitt 110-D– no era secreto en modo alguno y no cabe, por tanto, la posibilidad de que pretendiera ocultar sus características destruyéndolo. Más bien el piloto hizo todo lo anterior para que no se supiera de dónde procedía realmente y evitar así una rápida identificación. Asimismo, el piloto carecía de toda cartilla que revelara que era Hess –punto fundamental si se hallaba en una misión tan delicada– y el uniforme que portaba resultaba demasiado sospechoso a los ojos del acucioso médico inglés, pues el que Hess usó al partir de Augsburgo no era de él, sino de un compañero –Helmut Kaden– que había bordado su nombre completo en uno de los bolsillos, en tanto que el utilizado por el piloto que dijo ser Hess carecía de este revelador detalle. El propio Thomas inspeccionó detalladamente ese uniforme que permaneció en Spandau hasta 1987.
11.- El comportamiento del piloto que arribó a Escocia fue siempre muy diferente al observado por Hess durante toda su vida. Aquél hablaba atropelladamente, sus modales distaban mucho de ser correctos y no traía consigo notas o proposiciones correctamente mecanografiadas. Igualmente, a sólo cuatro días de estar prisionero, el piloto empezó a dar muestras de confusión mental y de diversos desórdenes psíquicos. Algo ciertamente muy extraño cuando se toma en consideración que Hess se mantuvo siempre en primer nivel de la jerarquía nazi, sin perjuicio de que enfrentara intrigas palaciegas de gente tan inteligente como Göring y Bormann, por ejemplo, sin perder jamás la serenidad.
12.- La prolija investigación del doctor Thomas revela que el servicio de contraespionaje inglés –MI-5– no tiene constancia alguna de que el piloto haya sido sometido a un interrogatorio minucioso y profesional, o bien sí se efectuó y sus resultados se ocultan. “La respuesta –anota Thomas– debe estar descansando en algún archivo todavía secreto. Mientras aquel expediente no vea la luz, sólo pueden apuntarse algunos indicios que señalarían que los ingleses, efectivamente, sospecharon que tenían entre sus manos a un impostor” (p. 140). De otro lado, el prisionero que se identificó como Hess proporcionó datos equivocados en referencias elementales de su familia.
13.- Thomas hace notar también que el prisionero que se decía Hess no fue utilizado jamás por los ingleses para efecto de propaganda como la que, por ejemplo, aprovecharon los alemanes con el inglés “Lord Ja Ja” en transmisiones de radio. Es más, ni siquiera se permitió fotografiar al prisionero y, por tanto, no existe una sola gráfica del supuesto Hess durante su larga estancia de cuatro años en Inglaterra, esto es hasta la terminación de la guerra en 1945. Adicionalmente, cuando Thomas inquirió, muchos años después, al ministerio británico de Relaciones Exteriores acerca de las dudas que albergaba en cuanto a la verdadera personalidad del prisionero de Spandau, recibió siempre respuestas evasivas o de plano largos silencios.
14.- El piloto que se decía Hess no habló jamás de sus pasadas hazañas militares durante la Primera Guerra Mundial, desconocía las reglas del tenis –que Hess sabía perfectamente– y sus modales en la mesa resultaban ordinarios, también en contraposición a los del antiguo Stellvertreter. Luego, de plano, fingió amnesia: “La razones que tuvo para fingir pérdida de la memoria no pueden ahora exponerse con certeza. Tal vez lo hizo con la esperanza de ser repatriado, o simplemente con el propósito de ser exonerado de toda la responsabilidad por lo que estaba ocurriendo en la guerra. Empero, cualquiera que fuese el móvil, el hecho irrefutable es que la amnesia era una incapacidad utilísima para un doble; le proporcionaba una inmejorable excusa para no recordar detalles sobre su pasado y, por tanto, fortalecía su coraza protectora” (p. 178).
15.- Al referirse a la prisión del piloto que dijo ser Hess en Inglaterra, el doctor Thomas anota lo que sigue en cuanto a las cicatrices que el detenido debería haber tenido forzosamente como consecuencia de sus heridas en pecho y espalda durante la Primera Guerra Mundial: “Si hubiera sido puesto en manos de un médico general, o si en algún momento hubiese sido reconocido por un cirujano que dispusiera de alguna información sobre los antecedentes médicos del auténtico Hess, la verdad, inevitablemente, habría salido a luz. Sin embargo, debido a una serie de imponderables, nuestro hombre nunca fue reconocido por un médico que respondiese al doble requisito de ser cirujano y a la vez conocedor de ciertos datos históricos”. Y a continuación agrega Thomas: “La noche en que llegó a Escocia fue examinado por el coronel Graham, competente médico que no encontró cicactrices en el tórax ni huellas de lesiones antiguas en los pulmones del visitante: una observación torácica mediante rayos X, informó Graham, ‘evidenciaba campo pulmonar claro, salvo pequeña área calcificada en la zona superior derecha’ (consecuencia de una tuberculosis). Graham, ni qué decir tiene, no sabía gran cosa del pasado del verdadero Hess” (pp. 182-183).
16.- Si se estudian con detenimiento las cartas del supuesto Hess a su esposa Ilse, afirma Thomas, se verá que la dama es la primera que se refiere a cuestiones familiares, lo que, naturalmente, proporcionó a lo largo del tiempo un buen banco de datos para que el prisionero tuviese oportunidad de contestar la correspondencia. Por otra parte, no es posible cotejar la caligrafía del prisionero con la del verdadero Hess pues, por extraño que parezca, frau Hess no tenía en su poder ni una sola de las misivas que su marido le escribió antes de la guerra, si bien, sin embargo, aseguró a Thomas que ambas caligrafías resultaban muy similares, por no decir idénticas. Sobre este último punto, el médico inglés asegura que con un buen tiempo de práctica no resulta imposible imitar prácticamente a la perfección la escritura de otra persona, tanto más cuanto que de apreciarse alguna diferencia, ésta podría achacarse a los momentos de tensión que vivía el prisionero en Inglaterrra (Aquí encuentro un punto flaco en el aparato hipotético del doctor Thomas, pues no explica cómo el supuesto Hess lucía similar caligrafía a la del verdadero si no tuvo a la vista textos originales del Stellvertreter para ejercitarse imitándolos).
17.- El doctor Ben Hurewitz, cirujano del ejército estadunidense que reconoció en Nuremberg al hombre que se decía Hess, aseguró a su colega Thomas, años después, que el supuesto Stellvertreter carecía de cicatrices en pecho y espalda. Al comparecer en Nuremberg, el supuesto Hess veíase enflaquecido y demacrado, con los ojos hundidos; pero esto no llamó mucho la atención luego de cuatro años y medio de cautiverio en Inglaterra. Por lo demás, el resto de los líderes alemanes habían experimentado cambios físicos. Dicho de otro modo, Hess convencía en cuanto a su apariencia física, pero flaqueaba en todo lo demás de tipo político –que el doble, por supuesto, no podía saber con exactitud– y prefirió refugiarse enteramente en la supuesta amnesia. Asimismo, los restantes jefes nazis se sorprendieron desagradablemente por la conducta, digamos ordinaria y poco recomendable, del supuesto Hess ante el tribunal.
18.- Afirma Thomas: “De lo que nadie se dio cuenta en Nuremberg es de que no estaba representando un papel, sino dos. Los médicos sospecharon, con gran acierto, que se fingía chiflado para desconcertar a sus inquisidores, pero fracasaron por completo en comprender que también hacía el papel de Hess. El motivo por el que fingía estar amnésico no era el de escapar de la justicia; si éste hubiera sido su objetivo nunca hubiera comparecido para testificar ni habría confesado haber fingido. No. El objetivo de la continua disminución de sus facultades para recordar no era sino el de mantener en secreto su verdadera identidad” (pp. 211). Páginas más adelante, Thomas da cuenta de la primera conversación sostenida por el supuesto Hess con su esposa en la prisión de Spandau. En tal oportunidad, la señora Ilse notó con sorpresa que la voz de su marido se había tornado mucho más grave. Y esto resulta médicamente casi imposible, pues con la edad la voz tiende a volverse aguda y de ninguna manera grave, excepto, claro, que exista un padecimiento llamado midexema –que agudiza la voz por efecto de determinada acción de las cuerdas vocales–, que el prisionero no padecía ni padeció jamás.
19.- En cuanto a sus consideraciones finales, Thomas concluye haciendo hincapié en “cuán especial es que un cirujano de reputación internacional, con la requerida experiencia en heridas producidas por proyectiles de alta velocidad, proceda a examinar cuanto antes al prisionero, misión en la que huelga decirlo, me satisfaría muchísimo colaborar. Un reconocimiento de diez minutos de duración bastaría para probar, de una vez por todas, que el prisionero número siete no es Hess (recuerdo al amable lector que el doctor Thomas publicó su libro cuando el prisionero de Spandau se hallaba todavía con vida). Simultáneamente deberían tomarse fotografías del tórax de nuestro hombre para poderlas luego distribuir por todo el mundo. Ya existen diapositivas de los reconocimientos radiológicos; también éstas debieran difundirse internacionalmente a fin de disipar los últimos vestigios de duda” (p. 246).
(Continuará)
Ver la primera parte: https://wp.me/p8QdiV-E6
Ver la segunda parte: https://wp.me/p8QdiV-Ik