Por: Ignacio Herrera Cruz
El martes 2 de septiembre empezó a circular la información de que Marcela Alemán, madre de una niña que había sido ultrajada en su natal San Luis Potosí en 2017, se había amarrado a una silla en la principal sala de juntas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), ubicada en la calle República de Cuba No. 60, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, tras de que en una reunión con la actual presidenta de ese organismo, Rosario Piedra, no se había llegado a ningún acuerdo para atender su caso.
Tras esa protesta solitaria, el colectivo de feministas “Ni Una Menos” ingresó al edificio para apoyar a la señora Alemán. En la ocupación del inmueble sacaron a relucir una cocina, en la que encontraron en un refrigerador cortes de carne de buena calidad que se servían en las comidas de la presidenta. Después comenzaron a escribir en los muros los lemas que hemos visto en las manifestaciones, y también pintarrajearon cuadros que estaban colgados en las paredes.
Uno de ellos, un retrato de Francisco I. Madero, provocó la reacción del presidente de la república, Andrés López, quien manifestó su indignación: “No estoy de acuerdo en la violencia en el vandalismo no estoy de acuerdo con lo que hicieron a la fotografía, a la pintura de Francisco I. Madero, yo creo que quién conoce la historia de este luchador social sabe que debemos guardarle respeto”, dijo. Con ello, López le daba prioridad a la imagen de un ex presidente, que a castigar al culpable del abuso a una menor y a la inactividad de la CNDH.
Entonces, el asunto tomó otra perspectiva. Era la segunda ocasión en este gobierno, que la representación pictórica de un personaje histórico provocaba una gran controversia.
La primera fue cuando en noviembre de 2019, en el Palacio de Bellas Artes, en una exposición un cuadro del pintor Fabián Chaírez, titulado “La Revolución”, representaba a Emiliano Zapata montando un caballo desnudo, en actitud provocativa y con zapatos de tacones.
En los siguientes días hubo manifestaciones exigiendo el retiro de la pintura, encabezadas por la familia de Zapata, en una inclusive se llegó a los golpes. Bellas Artes no retiró el retrato, que fue adquirido por el coleccionista español Tatxo Benet.
En cuanto al caso de la pintura sobre Francisco I. Madero, la madre de la niña explicó que su hija la había pintado como parte de un proceso de sanación de sus daños físicos y psicológicos.
Posteriormente, las ocupantes de la sede del CNDH, la sacaron a subasta junto con otras pinturas de Hidalgo, Morelos y Juárez del autor José Manuel Núñez.
Paradójicamente, el retrato de Madero, en lugar de perder valor, lo incrementó: las activistas informaron que se había llegado a ofrecer 70 mil pesos por la pintura. Pasó de ser una imagen más y repetitiva del político coahuilense, a una que externaba un simbolismo de rebelión e inconformidad.
Surgen varias preguntas acerca del arte y la alteración de obras: ¿Qué sucedería si en vez de sobrepintarse el cuadro de un artista poco conocido, en pos de una causa política, se dañara el retrato de Silvia Pinal hecho por Diego Rivera o el de “Las dos Fridas” de Frida Kahlo?
¿Es correcto que para manifestar indignación por un agravio se manchara con lemas un paisaje de Jose María Velasco, una obra de Ricardo Martínez o Rufino Tamayo o un cuadro surrealista de Leonora Carrington?
¿Una obra de arte debe de aislarse de su entorno político y social y considerarse sólo por su valor artístico?
Coincidiremos en que la representación de un héroe nacional no puede estar exenta de controversias e interpretaciones, que la obra una vez acabada ya no le pertenece al autor.
Por ahora no hemos llegado al extremo de los iconoclastas bizantinos, el movimiento contra las imágenes que inició el emperador León III en el año 730 de nuestra era, al ordenar la destrucción de una representación de la Virgen María y que causaría que se quemaran miles de iconos -en la Unión Soviética, en la década de los 30 del sigo XX, se llegó a fusilar iconos como parte del rechazo a la religión cristiana, por parte del stalinismo- ni parece probable que se repita, pero sí se ha abierto un camino peligroso para que en aras de externar la ira por causas concretas o imaginarias, el blanco sea lo que se considera valioso por conceptualizar un ideal.
Nos acercamos al vandalismo como obra de arte en sí misma, como cuando El Guasón/Joker (Jack Nicholson) en la película Batman de Tim Burton (1989) destroza la colección del museo Flugelheim ya que se siente un poeta del crimen. Hay que estar atentos al desarrollo de esta tendencia.