Por: Ignacio Herrera Cruz
Era un país empobrecido por la guerra. Los concursos de belleza eran una de las pocas vías de escape honestas de manera rápida hacia el ascenso social para las muchachas lindas. Para el Miss Italia de 1947 se inscribieron, entre otras, Gina Lollobrigida, Silvana Mangano y Eleonora Rossi Drago, tremendas beldades. Esa edición la ganaría una chica de 16 años, había nacido el 28 de enero de 1931, de familia humildísima, por eso trabajaba desde los 12 años, pero que resultó ser la bella entre las bellas, su nombre: Lucia Borloni, pero se haría conocida con el apellido Bosè.
A ella la había descubierto Luchino Visconti vendiendo pasteles en la célebre pasticceria Giovanni Galli, en la calle Victor Hugo, en Milán, quien le prometió que sería una estrella de cine, pero sus padres muy conservadores, se oponían a que actuara. Por eso, cuando vieron que salía en fotos en traje de baño con la banda de Miss Italia en la revista Tempo, le prohibieron que participara en Arroz amargo (Giuseppe De Santis, 1949). El papel recayó en la Mangano, quien se volvió una estrella internacional por esa actuación.
De Santis, sin embargo, entendió que Lucía y las cámaras de cine estaban hechos los unos para la otra, convenció a los padres con una buena oferta económica, y la hizo debutar en 1950 en Non c’è pace tra gli ulivi. A partir de allí, al lado de Sofía Loren y la Lollobrigida se volvió una de las figuras femeninas más importantes del cine italiano en la década de los cincuenta, la del renacimiento artístico y popular de esa cinematografía.
El cerebral Michelangelo Antonioni, un gran director de mujeres, la eligió para Cronaca di un amore y luego para La signora senza camelie y la pulió como actriz. Pero Lucia tambien participó en comedias ligeras como Parigi è sempre Parigi y Le ragazze di piazza di Spagna de Luciano Emmer.
En 1955 aparece en su primera película extranjera: Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem.
En 1956 en pleno estrellato, sacudiría al mundo de la farándula por su matrimonio, que resultaría tormentoso, con el torero español Luis Miguel Dominguín. Tendrían tres hijos un varón, el cantante Miguel Bosé, y dos mujeres, Lucía y Paola. Los rumores circularon que el suicidio de Miroslava Stern en 1955, se había dado porque la belleza europea-mexicana estaba enamorada de Dominguín y no podía soportar que se hubiera comprometido con la italiana, aunque la verdad parece que el amor de Miroslava era Cantinflas.
Por su casamiento tiene un semirretiro del cine, en el que destaca su participación en Gli sbandati de Francesco Maselli, en el que actúa de una obrera de la que se enamora el hijo de una condesa enloquecida. Ya en España a donde se mudó y pasó el resto de su existencia, la llaman para papeles Fellini (Satyricon), los hermanos Taviani (Sotto il segno dello scorpione) o Francesco Rosi (Cronaca di una morte annunciata),
Ya en sus últimos años aparece come Doña Isabela en la serie Capri; su última película es, Alfonsina y el mar, de Pablo Benedetti y Davide Sordella, que es la historia de la escritora argentina Alfonsina Storni.
En el 2000 cumple su sueño de inaugurar en el pueblo de Turégano un museo dedicado a los ángeles del mundo, que reúne más de ochenta obras de artistas contemporáneos dedicados a esculturas angelicales. Murió de Coronavirus el 23 de marzo, en la medieval Segovia, conservando el pelo teñido de azul, su sello personal en sus tiempos postreros.
Lucía se desvaneció en su mejor momento, bajo Antonioni pudo haber sido la actriz de La aventura y El eclipse, era mucho más atractiva que Monica Vitti, y al ir mejorando sus dotes cómicas pudo haber brillado mucho más en la comedia erótica ligera de los sesentas. Pero quedan allí sus cintas, su frescura, su rostro agradable, recuerdo de una era ida cuando la femineidad era mucho más valorada. Al final, suponemos, habrá quedado en la compañía de sus amados ángeles.