–II y último–
Por: Luis Reed Torres
Prosigue Miguel Ángel Quevedo, propietario y director de Bohemia –en su tiempo la revista más importante de Cuba–, la carta-despedida-testamento político que empecé a reproducir en sus partes más impactantes en la entrega anterior, y cuyo autor, decidido propagandista inicial de Fidel Castro, se suicidó de un balazo en 1969, en Caracas, al comprobar una y otra vez que había coadyuvado, aun sin desearlo, al establecimiento de una tiranía que todavía hoy, sesenta y un año después de su implantación en 1959, flagela a aquella hermosa nación isleña. Ya señalé igualmente que mis comentarios, donde se destacan las asombrosas analogías con lo que ocurre en México, van entre paréntesis:
«Fue culpable el Congreso, que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República».
(En nuestro México, los congresos anteriores no frenaron a López cuando pudieron hacerlo legalmente después de cometer varias tropelías, y el actual, dominado ampliamente por Morena, opera únicamente en el sentido que indique el Presidente. Muchos medios lo apoyaron para que arribara al poder, y la masa desquiciada sigue enfervorizada al escucharlo y aplaude a rabiar cualquiera de sus disposiciones y/o afirmaciones, por más insensatas, falsas o dañinas que sean)
«Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen –escribió el arrepentido magnate periodístico Quevedo–. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal (…) Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al gobierno a entregar el poder».
(Una analogía más de las varias que ya he señalado desde la primera parte de este texto: la iniciativa privada mexicana, en sus más altos niveles, se ha mostrado tímida, escurridiza, timorata y complaciente frente a López. Y solamente Gustavo de Hoyos, Presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), y Gilberto Lozano, dirigente de Frente Nacional Antiamlo (FRENA), se han atrevido a alzar la voz frente a los excesos del régimen. Aclaro aquí que no conozco ni guardo la menor relación personal, laboral, ni de ninguna otra índole con alguno de estos dos personajes. Naturalmente, se han registrado maniobras para crear un organismo patronal paralelo a la COPARMEX con la intención de acallar esos reclamos discordantes, y De Hoyos ha recibido ataques directos de López. Quizá muchos millonarios esperan que si apoyan al actual régimen o por lo menos no lo incomodan con alguna declaración, quedarán congraciados con el Ejecutivo y sus capitales e inversiones se hallarán a salvo. ¡Qué equivocados están! No saben historia y, a lo que se ve, tampoco les interesa mucho aprenderla, así sea de manera panorámica. Es una iniciativa privada… de razón. Con cuánta exactitud el columnista Darío Celis escribió —El Financiero, 28 de enero de 2020– que la IP le cedió la plaza a López, y enlistó a varios empresarios absolutamente tímidos, tibios y sumisos frente a él, tales como Carlos Salazar Lomelí, dirigente del Consejo Coordinador Empresarial; Antonio del Valle Perochena, del Consejo Mexicano de Negocios; Francisco Cervantes, de la Concamin; José Manuel López Campos, de la Concanaco; Luis Niño de Rivera, de la Asociación de Bancos de México; y Nathan Poplawsky, de Canaco)
(En cuanto al clero, tampoco condena oficialmente las acciones gubernamentales y, por el contrario, muchas «sotanas rojas» –como diría el malogrado Quevedo– lo apoyan. Díganlo si no las declaraciones del prelado jesuita David Fernández Dávalos, quien como rector de la Universidad Iberoamericana –plantel fifí por excelencia– manifestó su decidido apoyo a López y sus «proyectos populares», y afirmó que «la derecha» perpetra un ataque clasista permanente contra el gobierno emanado de Morena, amén de congratularse del triunfo de este partido en Baja California y Puebla —Índice Político, 8 de julio de 2019. Nota de Edgar González Martínez)
Cedo de nuevo la pluma a Quevedo: «Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las Fuerzas Armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el Departamento de Estado, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba».
(Esta aseveración es importantísima en lo que se refiere a lo sucedido en la isla. En efecto, fue el Departamento de Estado un factor decisivo para que Cuba cayera en manos del marxismo. Sobre el particular, destaco aquí que el embajador de Estados Unidos ante el Presidente Fulgencio Batista, Mr. Earl T. Smith, recibió órdenes de facilitar en mil formas el ascenso de Castro y sus barbudos, incluida la de manifestarle a Batista que la Casa Blanca consideraba terminado su gobierno. Smith cumplió sus instrucciones a regañadientes y, tiempo después, cuando John F. Kennedy le propuso ser embajador en Suiza, declinó el ofrecimiento y prefirió escribir el libro El Cuarto Piso. Relato Sobre la Revolución Comunista de Castro, México, Editorial Diana, 1963, 235 p., donde denunció la tortuosa maniobra que facilitó grandemente la toma del poder en Cuba por Fidel Castro. El Cuarto Piso se llama así porque hace referencia a la Subsecretaría de Estado Para Asuntos Latinoamericanos, ubicada en ese nivel del edificio ocupado por el Departamento de Estado y que fue la oficina en que se urdió la entrega de ese país a Fidel)
«Todos fuimos culpables –refiere la dramática e ilustrativa misiva–. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más ´virtuosos´ y los más ´honrados´ eran los pobres».
(¿Hará falta decir que para López sólo los pobres son virtuosos y honrados? Sin perjuicio, claro está, de que a raíz de su ascenso al poder los haya tornado no sé si más virtuosos, pero sí más pobres, indudablemente, a juzgar por todos los indicadores económicos serios realizados tanto en México como en el extranjero)
Escribe Quevedo: «Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa ´izquierda democrática´, que tan poco tiene de democrática y tanto de izquierda. Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas».
(Quevedo se refiere en el párrafo anterior a Rómulo Betancourt, en su juventud miembro del Buró Político del Partido Comunista Costarricense y años más tarde Presidente de Venezuela; José Figueres Ferrer, costarricense, también tendiente a la llamada «izquierda democrática» y Presidente de su país; y Luis Muñoz Marín, liberal portorriqueño, gobernador de la isla y muy admirador de Franklin Delano Roosevelt)
No tienen desperdicio los últimos párrafos de la carta-despedida (yo le llamaría también carta-advertencia) del famoso director de la revista Bohemia:
«Ojalá que mi muerte sea fecunda y obligue a la meditación. Para que los que puedan aprendan la lección, y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieren que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie a esas voces de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas».
(De mucho tiempo atrás se ha visto en México a poderosos empresarios cubrir con sus anuncios planas enteras de publicaciones enemigas de la libre empresa y, por ende, de ellos mismos. Esto ha ocurrido regularmente debido a una actitud insensata, suicida o francamente cobarde de la iniciativa privada que, en aras de congraciarse con medios de izquierda, pagan costosos anuncios en la suposición –equivocada, claro está– que la izquierda los va a respetar una vez llegada al poder, y a la vez niegan su colaboración –o bien la brindan a cuentagotas– a órganos informativos decididamente antimarxistas. Fue emblemático, por ejemplo, el caso de la revista Negocios y Bancos, del desaparecido y combativo periodista nacionalista Alfredo Farrugia, quien a duras penas sostuvo su publicación durante más de cuatro décadas y a quien los grandes capitostes de la empresa privada mexicana le cerraron virtualmente las puertas –o casi– para que subsistiese de una manera digna y honrada. ¡Y Negocios y Bancos era un órgano informativo abiertamente anticomunista, con un contenido variado e interesante y desde luego orientado a la exposición de las ventajas que se derivan de la libertad económica!)
Concluye Quevedo: «Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera.
«Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo: ‘Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano».
(El periodista alude a don Gaspar Núñez de Arce, ilustre poeta y político vallisoletano que fue Ministro de Ultramar en España en 1883 y destacado exponente del lirismo poético, en el que se ocupó de temas religiosos, morales y literarios)
«Adiós. Este es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho» (Cuba 100 Años Después. Espacio Dedicado al Centenario de la República de Cuba, www.contactomagazine.com).
Fundada en 1908, la revista Bohemia fue muy popular durante décadas en toda Iberoamérica, y la más leída en Cuba sin duda alguna. La publicación aún existe, pero únicamente como órgano propagandístico del régimen castrista, muy alejada de sus antiguas glorias periodísticas. Bohemia apoyó decidida y entusiastamente la revolución de Fidel Castro y así le fue después.
Miguel Ángel Quevedo, íntimamente atormentado por haber coadyuvado con su importante publicación al triunfo de la tiranía marxista, que no era el propósito popular de la lucha contra Batista, pero sí la intención encubierta y verdadera de Fidel Castro, no pudo superar sus demonios internos y se descerrajó un tiro que puso fin a su vida.
Era el 12 de agosto de 1969, en Caracas, Venezuela…