Por: Luis Reed Torres
–II y Último–
Si en la entrega anterior reproduje de manera íntegra y como primicia la carta inicial de don Vicente Guerrero a don Agustín de Iturbide fechada en Tixtla el 28 de mayo de 1822 y publicada en la Gaceta del Gobierno Imperial de México el 6 de junio siguiente –en la que aquél se adhiere con entusiasmo a la coronación del hombre de Iguala–, hoy inserto a continuación la segunda misiva del caudillo suriano al Emperador para redondear el asunto y ratificar así que el auténtico Libertador de México no es otro que el propio Iturbide. El texto está igualmente fechado en Tixtla, tierra natal de Guerrero, el 4 de junio de 1822 y asimismo lo dio a conocer la citada Gaceta el día 18 de ese mes.
Esta segunda carta, al igual que la anterior, era sólo conocida de manera fragmentada y fue publicada completa por primera vez en 2017 en mi libro El Libertador sin Patria, México, Instituto de Investigaciones Históricas, Políticas, Económicas y Sociales (IDIHPES), Prólogo de C.M. Mayo, 279 páginas.
El revelador y concluyente documento es del tenor siguiente:
«Señor.- Desde que tuve el honor de conocer a V.M.I. (Vuestra Majestad Imperial) protesté ser su amigo, y no he aspirado a otra cosa que a darle gusto y complacerlo, sin otro principio que en reconocer en V.M.I. al verdadero Padre de la Patria, como lo declaré antes que otros lo conocieran. Dígolo para satisfacción mía porque así lo anuncié a la faz del mundo. Mi patria es la primera que amo y V.M.I. unió a ella sus intereses, le ofreció su existencia por salvarla y tuvo la dicha, que envidian muchos, de haberlo conseguido; nada ha podido alterar mi espíritu sino el placer de ver sin cadenas a la nación mexicana, por quien tan costosos sacrificios hice, y el tener por amigo al mejor de sus hijos. Siempre me he lisonjeado de ello, y si V.M.I. no trabaja más que por la felicidad del Imperio, ¿cómo podré nunca igualar mi agradecimiento al tamaño del mérito de V.M.I.? ¿Ni quién podrá creer que yo deje de contribuir a tan laudables fines?
«Me confieso el más débil instrumento y el más ínfimo ciudadano; pero no me puedo persuadir que otra persona más que yo ame la libertad y prosperidad de sus compatriotas. Si tales ideas fomentan mi entusiasmo, bien se puede conocer que aún deseo derramar mi sangre en obsequio de la patria, y que no dejará de ser amigo de V.M.I. el más inútil de sus súbditos que en cuanto alcancen sus fuerzas sabrá y se esforzará en ayudar a V.M.I. para aminorarle el grave peso que ha tomado bajo sus hombros, pues aunque es grande ciertamente la rectitud de sus intenciones, las luces de los sabios, el influjo y poder de los amigos, el voto general de la nación y, sobre todo, la protección del cielo, que mira en V.M.I. un genio benéfico a la humanidad, le dará fuerza y luces capaces de regir con acierto el Estado, hasta llenar sus buenos deseos y merecer por siempre las bendiciones de los pueblos.
«La provincia que yo tengo la honra de mandar ha visto con el más alto aprecio la exaltación de V.M.I. manifestando su regocijo con las mayores demostraciones públicas. En este pueblo (se refiere a Tixtla), que primero se tuvo la noticia, fue celebrada con general aplauso, salvas de artillería, repiques, dianas, etcétera. Nada faltó a nuestro regocijo sino la presencia de V.M.I.; resta echarme a sus imperiales plantas y el honor de besar su mano; pero no será muy tarde cuando logre esta satisfacción si V.M.I. me lo permite. Bien querría marchar en este momento a cumplir con mi deber, pero no lo haré ínterin no tenga permiso para ello; y si V.M.I. llevare a bien que con ese objeto pase a esa corte, lo ejecutaré en obteniendo su licencia, que espero a vuelta de correo.
«Esta es contestación a la muy apreciable carta de V.M.I. de 29 del próximo pasado mayo, con que me honró, protestándole de nuevo mi respeto, mi amor y eterna gratitud. Creo haber dado pruebas de estas verdades, y me congratulo de merecer la estimación de V.M.I., en quien reconoceré toda mi vida a mi único protector.
«Dios guarde a V.M.I. dilatados años para la felicidad del Imperio. Tixtla, 4 de junio de 1822.- Señor.- A los imperiales pies de Vuestra Majestad.- Vicente Guerrero» (Gaceta del Gobierno Imperial de México, martes 18 de junio de 1822, Tomo II, Folios 415-416, número 55, 8 páginas, Imprenta Imperial del Sr. Valdés, Hemeroteca Nacional de México).
Nótese la satisfacción de don Vicente por la coronación de don Agustín, en quien reconoce al verdadero Padre de la Patria y al mejor hijo de México, elevado al trono por el voto unánime de la nación. En ningún momento le reclama república alguna, ni le echa en cara haberse encaramado al trono merced a sucios procederes, ni le manifiesta descontento porque Iturbide supuestamente hubiese contravenido de alguna manera con sus actos el sentimiento popular. Por el contrario, es devota la adhesión de Guerrero al Emperador, a quien contempla como su «único protector», amén de manifestarle sentirse profundamente honrado y agradecido por las muestras de afecto que éste le ha profesado.
Y esto último lo escribe Guerrero porque el Emperador le había colmado de gracias y de favores, pues le hizo Mariscal de Campo con honores de Capitán General en la provincia del sur y jamás recibió el menor agravio de parte de don Agustín.
Pero…¿qué sucedió después?
Pues simple y sencillamente que don Vicente se desdijo de todo lo anterior y se levantó en armas contra Iturbide.
Empezaba la parte oscura del antiguo insurgente, cuya bondad e inteligencia innatas contrastaban, sin embargo, con su rudeza intelectual, desventaja que personajes tan insidiosos como Joel R. Poinsett y Lorenzo de Zavala aprovecharon malévolamente. Que años después pretendiese Guerrero sacudirse esa serie de influencias nefastas y pagara con la vida el intento, constituye otra historia que ennoblece su memoria.
En otras palabras, la incansable lucha del caudillo suriano durante la insurgencia, su valentía y honradez acrisolada, resultan prendas que, sin duda, le hacen merecedor del reconocimiento de los mexicanos. Pero de ahí a obsequiarle la paternidad de la independencia, la proclamación del Plan de Iguala y la creación de la bandera nacional, así como de considerarle un personaje sin mácula, media, simple y sencillamente, un abismo.
Tal es la verdad de todos estos asuntos y sólo la carencia de información o la abundancia de mala fe pueden soslayar hechos rigurosamente históricos.
Colofón: Durante un largo siglo –de 1821 a 1921–, don Agustín de Iturbide fue reconocido siempre como Libertador de México, y personajes tan liberales como Andrés Quintana Roo, José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías, José María Lafragua, Mariano Otero, Manuel Payno, José María Iglesias, León Guzmán, Juan Alvarez, Ponciano Arriaga, Ignacio Comonfort, Benito Juárez, Matías Romero, Francisco Zarco y decenas más, así lo atestiguaron en libros, proclamas y discursos. Pero igualmente durante un siglo –de 1921 a prácticamente 2021– los odios y furores revolucionarios han borrado su figura de la Historia Mexicana. En 1910, el polemista liberal don Francisco Bulnes hacía votos porque, «en plenitud de su cultura», el pueblo mexicano reconociera todo lo que le debía a Iturbide.
En «plenitud de su cultura»…
¿Será posible?…