Por: Graciela Cruz Hernández
Nació el 4 de septiembre de 1854 en Tlalchapa, Guerrero, sus padres fueron don Agustín Agüeros, comerciante de origen español y doña Feliciana Delgado, mexicana de origen.
Cuando Victoriano tenía doce años su padre lo mandó a la Ciudad de México a que cursara sus primeros estudios en el Ateneo Mexicano.
En 1870 obtuvo el título de Profesor de instrucción primaria, el cual le fue expedido por el Ayuntamiento de México, después en el Ateneo Mexicano tuvo a su cargo algunas de las cátedras que ahí se impartían.
En 1877 ingresó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, sus horas libres las dedicaba siempre a la lectura de importantes obras.
En 1871 empezó a enviar sus primeros ensayos literarios a algunos periódicos, pero los firmaba con el pseudónimo de José. El escritor español Anselmo de la Portilla lo consideró como colaborador de su periódico “La Iberia” y le publicaba sus amenos artículos bajo el pseudónimo antes mencionado. En 1874 en el folletín de ese diario publicó su primer libro con el título “Ensayos de José”.
En 1877 siendo muy joven publicó “Cartas literarias”, libro que le dio grandes satisfacciones.
Ese mismo año sacó un pequeño tomo “Dos Leyendas, por José”, fue redactor literario en el folletín “El Siglo XIX” y colaboró en otros periódicos.
Sirviendo a nuestra patria, dio a conocer en el extranjero las glorias literarias de México, para lo cual publicó una serie de biografías y juicios críticos de escritores mexicanos, siendo su obra aplaudida por sus compatriotas y lo distinguieron con sus consideraciones los escritores más respetados de España.
La mayoría de esos escritos los hizo siendo aún estudiante de jurisprudencia, pues en alguna ocasión dijo:
“Yo no soy más que un estudiante y cuanto he escrito hasta hoy es pura afición y por distraerme, pero si Dios me lo permite y me da fuerzas, cuando acabe mi carrera de abogado procuraré dedicarme a trabajos serios de literatura, prefiriendo en todo caso los que se refiera a la de México”.
Dentro de las siempre buenas lecturas y excelentes escritores a los que recurría para nutrir su intelecto y su espíritu, no le faltaba la lectura de la Biblia y del maravilloso Kempis, lógicamente los libros sobre México o de autores mexicanos para los que tenía una preferencia especial.
En las obras de Victoriano Agüeros se vislumbra un alma sensible de un corazón sano y bien formado, su escritura describe las dichas del hogar, de la familia, del gusto por el trabajo; Victoriano no podía ocultar la nobleza de sus sentimientos. Un escritor mexicano decía que los escritos de Agüeros se dirigían a dulcificar los sentimientos del hombre, principalmente con relación a la familia.
En el prólogo que hizo el sr. Portilla en las “Cartas Literarias” dijo que la aplicación y el juicio del joven Agüeros lo admiraban, y más cuando supo algunas circunstancias de su vida como la firmeza de sus sentimientos religiosos en medio de un general descreimiento y la pureza de sus costumbres en medio de la corrupción general.
Don Pedro Antonio de Alarcón en una carta que le dirigió a Victoriano en enero de 1878 calificó las Cartas Literarias en estos términos:
“He leído sus preciosas páginas, y en ella la erudición y el buen juicio compiten con la pureza y la elegancia del lenguaje”.
Y así como las anteriores palabras, muchas alabanzas venidas de varios personajes le fueron dirigidas a Victoriano Agüero, a la mayoría de esas personas les dejaba maravillados ver como un joven de tan tierna edad tuviera ese gran talento y sensibilidad de espíritu.
Victoriano Agüeros obtuvo su título de abogado el 19 de diciembre de 1881 y en julio de 1882 se hizo cargo de la dirección y redacción de un periódico llamado “El Imparcial”.
El primero de julio de 1883 fundó un diario católico llamado “El Tiempo” yposteriormente “El Tiempo Ilustrado”.
Hacemos un resumen de lo que decía en uno de sus escritos Victoriano Agüeros:
“Quejábame yo en otro artículo (El estudio de la Historia) del abandono e indiferencia con que se ven en México los estudios históricos, en efecto hay entre nosotros poetas, novelistas, autores dramáticos, periodistas etc.; pero historiadores casi faltan por completo… Ninguna obra antigua se examina, ni nadie procura aclarar cuestiones oscuras en nuestra historia buscando libros raros y crónicas desconocidas, tan solo don Joaquín García Icazbalceta, don Manuel Orozco y Berra, don Alfredo Chavero y algunos otros se dedica a este género de labores…” Decía también: “La historia nacional es una mina inagotable que en muchas partes se halla todavía intacta”.
Y mencionaba Agüeros: “La biografía es un medio eficacísimo para despertar en los individuos aspiraciones nobles y honradas, deseos de distinguirse por el bien, por el trabajo y las prácticas de levantadas virtudes… Estimula a seguir siempre el buen camino, a luchar con fe y a procurar por todas maneras el estricto cumplimiento del deber”.
Concluimos con el resumen de un escrito que hizo en abril de 1894 debido a la colocación de la primera piedra de la construcción de un templo y que bien podríamos aplicarlo a estos tiempos actuales que estamos viviendo:
“Levantar templos en una época en que las tempestades de la impiedad los destruyen; construir santuarios cuando la zapa demoledora de los enemigos de Dios una a una va desgajando las piedras que forman los venerables monumentos de la piedad de nuestros padres, —¿es locura, Señores, o es alarde magnífico y valiente de la acendrada fe de los mexicanos católicos? Nunca, como hoy, todo lo que lleva el sello de la Religión del Crucificado tiene que sufrir tan rudos golpes, tan extraordinarios y continuados embates. Instituciones, ideas, creencias; templos, casas de caridad, claustros silenciosos donde sólo se ora y se bendice al Señor, todo sufre en esta época de molicie y de placer la implacable acometida de los poderes del infierno. Caen con estrépito las monarquías para ser sustituidas por gobiernos revolucionarios, enemigos de la paz, del orden y de la felicidad de los pueblos; en la escuela y en la tribuna, en la prensa y en el libro, se hace propaganda de ideas perturbadoras, sembrando así en todos los corazones el germen envenenado de pavorosas dudas y de mortales desengaños. Las moradas de Dios, esos santuarios donde en otras edades se tributaban fervorosos homenajes a la Divinidad, son profanados, derruidos, y de muchos de ellos no va quedando ya ni el recuerdo. En los apacibles retiros donde en otro tiempo sólo resonaban los cánticos de las vírgenes del Señor, oyese hoy, cuando no los alaridos de la orgía, las maldiciones y los conjuros de quienes quisieran borrar de la faz de la tierra hasta la última huella de los que creen y ponen sus esperanzas en el cielo. Demostrad también que al levantar estos muros, queréis hacer ostentación de vuestro glorioso título de hijos de Jesucristo, hoy que tantos quieren ocultarlo”.
Victoriano Agüeros fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, entre varias obras editó en 78 volúmenes la Biblioteca de Autores Mexicanos, En un viaje que hizo a Francia enfermó gravemente y murió el 8 de octubre de 1911 en París, sus restos descansan en el panteón del Tepeyac.