Por: Justo Mirón
¿Cómo están, mis chiquilines? Deseo de todo corazón que se encuentren bien y gocen de plena salud en estos peligrosos tiempos del ya tristemente famoso coronavirus. Ahora más que nunca resulta de extrema importancia observar todas y cada una de las medidas aconsejadas para evitar contraer el mal. Y, quién lo dijera, la mejor forma de mantenernos unidos es aislándonos, como se ha repetido hasta la saciedad, tanto más cuanto que durante las próximas dos semanas se esperan tanto la arremetida fuerte y acelerada de los contagios como las manifestaciones ya evidentes producto de los mismos.
En esas condiciones, creo que es generalizada y con razón la creciente alarma que se registra en todos los sectores de la sociedad mexicana. A querer o no, todos tememos ser alcanzados por el rabioso virus o que miembros de nuestra familia se cuenten entre los enfermos. Sigamos las recomendaciones ya por todos conocidas y que huelga repetir aquí y, eso sí, procuremos no caer en pánico porque éste evita el raciocinio y la reflexión correcta y adecuada.
Por lo demás, sólo existe en este país una persona, una sola, que puede ver con desdén al coronavirus y hasta castigarlo con el látigo de su desprecio; una persona, una sola, que ni puede contagiar a nadie ni puede ser contagiado por nadie en virtud de una omnipotente y omnipresente fuerza moral; una persona, una sola que, a despecho de las advertencias médicas que resuenan en el mundo entero, recomienda –bueno, ahorita ya no, pero ya pa’ qué– salir a las calles, a los restaurantes y a las fondas, y a convivir con la familia como si nada.
El lector aguzado ya se habrá percatado que me refiero, nada más pero nada menos, que a El Megalómano de Palacio, el hombre que se habla de tú con ese virus y con otros que le pongan enfrente; el hombre que rechaza públicamente y con acritud utilizar el gel antibacterial que amablemente se le ofrece para asearse las manos antes de una comparecencia pública; el hombre que, a despecho de todos los demás mortales, rechaza tajantemente al personal médico del aeropuerto de Tijuana y se niega rotundamente a permitir que se le tome la temperatura tal y como se hace con el resto de los pasajeros debido a esta contingencia; el hombre que, a diferencia del mítico Aquiles y su talón vulnerable, se halla todo protegido en una impenetrable armadura que le preserva de cualquier daño, sea de la naturaleza que fuese, y que resulta tan hermética que hasta le impide estructurar un pensamiento racional.
Lo anterior, fieles seguidores de esta esperada y gustadísima columna, se resume al final en una sola cosa: todo, absolutamente todo, es un cúmulo de provocaciones para El Megalómano de Palacio que no tiene por qué acatar ¡Faltaba más!
Qué se creen esos reporteritos de los medios –todos fifís y conservadores, por supuesto– para osar preguntarle a El Megalómano de Palacio si ha considerado en sus elevadísimas cavilaciones someterse a la prueba médica que determinaría su situación física en relación al coronavirus.
Por eso su respuesta, siempre sabia, docta y, sobre todo, original: «No caeré en provocaciones».
Lo dicho, mis chiquilines, es la expresión más acabada de El Megalómano de Palacio. O, si se quiere de otra manera, es la muestra más genuina de su verdadera personalidad. La neta del planeta…