Por: Graciela Cruz Hernández
Juana Catalina Romero Egaña, nació en noviembre de 1837, en Tehuantepec, Oaxaca, sus padres fueron Juan José Romero y María Clara Egaña, era una familia humilde.
Su padre cultivaba de la tierra y también trabajaba un telar primitivo. Su madre doña María Clara, elaboraba cigarros de hoja, ayudando así al gasto familiar. Juana Catalina no asistió a la escuela y fue analfabeta por muchos años, pero poseía una gran inteligencia que le ayudó a salir adelante. Su padre murió cuando Juana era niña aún. Su madre la llevó a vivir a San Sebastián en la villa de Tehuantepec. Juana pronto aprendió a elaborar aromáticos cigarros de hoja aromatizados con anís y jazmín istmeño y con la venta de ellos, pudo sobrevivir hasta convertirse en una bella joven tehuana, de admirable carácter.
Cuando la Guerra de Reforma llegó a Tehuantepec los liberales y conservadores se alternaban en la ocupación militar de esa plaza, el ejército liberal se había acuartelado en el convento de Santo Domingo en la villa de Tehuantepec, las tehuanas iban al cuartel a vender diferentes tipos de alimentos propios de la región. Entre estas mujeres destacaba Juana, de bella presencia y de andar altivo. Decían que aparte de elaborar cigarros, tenía el don de curar, pues conocía las hierbas medicinales.
Juana Catalina convivió diplomáticamente con ambos bandos. En 1858 llegó como Jefe Político y Militar a Tehuantepec, Porfirio Díaz. La relación entre ambos, aunque es histórica, está llena de leyendas anecdóticas. Sin embargo, el poco tiempo que permaneció Porfirio en Tehuantepec y sus constantes acciones militares, hacen dudar de que en caso de haber existido una relación sentimental ésta fuera profunda. La información que Juana Catalina obtenía en su trato con militares y personas del bando opositor de Porfirio, pudo servir a éste para obtener avances en su guerra contra los “patricios” conservadores de la región. La relación de Porfirio con Juana Catalina la conservó siempre, dando razón de ello, diversas cartas que le escribió cuando él era presidente.
En su trato diario y común con la tropa, Juana aprendió a usar las armas, también aprendió el juego de naipes, el cubilete y el juego de billar. A pesar de que era muy popular entre la tropa, Juana, sabía hacerse respetar.
En su libro “Viaje por el Istmo de Tehuantepec 1859 – 1860”, Charles Brasseur, describe a una mujer tehuana, a la que llama “La Didjazá” y aunque no menciona su nombre, seguro que se trata de Juana Cata, como así se le conocía; aquí un resumen de lo que de ella dice: “Don Juan Avendaño, tenía una tienda en la esquina de su casa; junto a la tienda había una cantina y, en el gran salón contiguo, se encontraba un billar. El billar reunía cada noche, en casa de Avendaño, a los notables de la ciudad. Era una reunión curiosa: se escuchaban muchas cosas y para mí era una fuente de nuevas observaciones cada día. Aunque las mujeres de Tehuantepec, son las menos reservadas que haya visto en América, tienen no obstante la suficiente modestia todavía de no presentarse en lugares públicos como éste. Nunca vi más que a una que se mezclaba con los hombres sin la menor turbación, desafiándolos audazmente al billar y jugando con una destreza y un tacto incomparables. “Era una india zapoteca, con la piel bronceada, joven, esbelta, elegante y tan bella que encantaba los corazones de los blancos, como en otros tiempo la amante de Cortés. No he encontrado su nombre en mis notas, ya sea que lo he olvidado, o que nunca lo haya oído; pero me acuerdo que algunos la llamaban la Didjazá, es decir, la zapoteca, en esta lengua; recuerdo también que la primera vez que la vi quedé tan impresionado por su aire soberbio y orgulloso, por su riquísimo traje indígena, tan parecido a aquel con que los pintores representan a Isis, que creí ver a esta diosa egipcia o a Cleopatra en persona. Su cabello, separado en la frente y trenzado con largos listones azules, formaba dos espléndidas trenzas, que caían sobre su cuello, y otro huipil de muselina blanca plisada, enmarcaba su cabeza. Además del conocimiento profundo de las hierbas medicinales y de sus combinaciones, se le atribuía un sinnúmero de conocimientos. Los indios la respetaban como una reina; a cualquier hora de la noche que ella se atreviera a pasar por delante de los puestos de guardia, los centinelas se abstenían de su ¿quién vive? Ni una sola vez tuve la ocasión de hablar con esta mujer, me contentaba con observarla mientras escuchaba lo que ella decía y lo que se decía junto a ella. Se expresaba en un castellano tan bueno como el de las mejores señoras de Tehuantepec; pero nada era tan melodioso como su voz cuando hablaba en esa hermosa lengua zapoteca, tan dulce y sonora que se podía llamar el italiano de América.” Hasta aquí el resumen de la cita de Brasseur.
Juana Catalina, con las ganancias de la venta de cigarros y otros artículos, pudo iniciar por 1867 un pequeño comercio en el barrio de San Sebastián. En su éxito como comerciante, mucho influyó el obispo José Mora quien había sido enviado junto con otro religioso desde Oaxaca por el Arzobispo Gillow a reforzar la religión católica en ese lugar, llegaron a la casa de Juana Catalina, presentándole una carta del Arzobispo en donde le pedía los apoyara en sus necesidades de alimentación y alojamiento. Los religiosos se dieron cuenta que ella no sabía leer. El Padre Mora se encargó de enseñarla a leer, a escribir y a hacer cuentas, Juana aprendió rápidamente, los religiosos, también pulieron sus modales, Juana Cata se transformó en Doña Juana una dama culta y refinada; en ese entonces tenía alrededor de treinta años.
Estableció en 1892 en Tehuantepec una escuela para varones “San Luis Gonzaga” educados primero por padres Maristas y posteriormente por maestros de la región y otra escuela para niñas, consiguió del Arzobispo Guillow, el envío de seis monjas teresianas para la escuela de niñas, desafortunadamente, las monjas murieron por una epidemia de cólera. En 1904 financió los gastos de personal médico y paramédico en auxilio de los afectados a quienes proporcionó medicina y comida, durante la terrible epidemia de viruela que azotó al Istmo de Tehuantepec.
En 1906 para continuar la labor de educar a niñas, invitó a las monjas Josefinas pagándoles su salario, hospedaje y alimentación; además, estableció un dormitorio para estudiantes que comenzaron a llegar de diferentes lugares.
Al paso del tiempo, cuando el pequeño comercio de doña Juana comenzó a crecer mediante la exportación de añil, azúcar, piloncillo, pescado y camarón secos y otros productos de la región istmeña, buscó un local más grande para establecerse, y consiguió una casa en las inmediaciones del mercado de Tehuantepec, donde en 1907 para celebrar 70 años de vida, la mayor parte de ellos dedicados al comercio y al cultivo de caña y producción de azúcar, inauguró “La Istmeña”, que abarcó el portal entero y los edificios contiguos, ahí vendía artículos traídos desde diversas partes de la república mexicana y de otras del mundo, por ejemplo artículos como telas, perfumes, adornos caseros europeos entre otros artículos que llegaban por el puerto de Veracruz.
Compró la finca Santa Clara, cambiándole el nombre por “Santa Teresa”; la finca ya estaba cultivada con caña de azúcar y contaba con algunas cabezas de ganado. A doña Juana, acudía la gente en sus apuros económicos o morales. Utilizó los adelantos tecnológicos para modernizar la agricultura y mejoró el nivel de vida de sus muchos trabajadores. Su primer viaje, al extranjero fue a Cuba, enterada de que este país era el mayor y mejor productor de azúcar; a ella le interesaba en mejorar la producción de su trapiche. De Cuba, trajo cogollos de caña de azúcar de la variedad llamada “Habanera”, mejorando la calidad de su producción de azúcar y alcohol. Juana Catalina era la mayor y más importante comerciante de Tehuantepec y del Istmo, con relaciones comerciales, no solo en esa zona, también en Veracruz y la Ciudad de México.
Cuando tenía 55 años viajó por primera vez a Europa. No se casó ni tuvo hijos. Adoptó a Mariano, hijo natural de Juana Gallegos, al que dio su apellido, por lo que fue conocido como Mariano Romero.
En 1904 La azúcar molida “Santa Teresa de Jesús” ganó una medalla de plata en la Exposición Universal de San Luis Missouri, y en 1908 en el concurso mundial de azúcar celebrado en Londres, Inglaterra.
Juana Catalina, fue quien estilizó el traje regional de la tehuana, para el que usó muselinas y encajes para el “resplandor” y seda con los hermosos bordados que aún se usan en huipiles y faldas.
La fastuosa “Vela Bini” fundada por ella en 1907, se realizaba en un salón con columnas de madera pintadas en blanco y oro, cubierto con un gran cielo de cañamazo del cual pendían candeleros de cristal para festejar a visitantes nacionales y extranjeros al Istmo de Tehuantepec, con ocasión de la inauguración de la línea del ferrocarril, conservó por muchos años la suntuosidad que le daban los candelabros, espejos, alfombras y otros adornos importados de Europa por doña Juana.
Don Porfirio, acudió en 1905, para inaugurar el Ferrocarril del Istmo. En aquel acto presidencial, Juana Catalina lo recibió organizando una serenata con la banda de música que estrenaba instrumentos financiados, ocasión para la cual las familias más destacadas acompañaron a la ilustre benefactora de Tehuantepec, las mujeres iban vestidas con el traje tradicional que para entonces, y gracias al comercio de Juana, había adoptado las finas telas europeas para diseñar huipiles y elegantes faldas que sustituyeron la sobriedad del huipil y el enredo indígena que hasta la fecha da sentido al traje istmeño.
Financió la intervención de la Catedral de Tehuantepec, cuyo piso fue dotado con mármol de Carrara; también la restauración de la Capilla de San Pedro, la barda del panteón del Refugio que dotó con un gran portón de hierro, además de obras como los anexos al mercado central, el apoyo a la construcción del palacio municipal y el embellecimiento del zócalo.
Doña Juana Catalina viajó otra vez a Europa en 1913 y visitó Tierra Santa, cumpliendo uno de sus más grandes sueños.
Doña Juana Catalina Romero Egaña, falleció el 19 de octubre de 1915, en Orizaba Veracruz, en un viaje que hacía a la Ciudad de México, buscando alivio a su salud. Fue sepultada en la cripta que ya tenía preparada. La ciudad de Tehuantepec lloró la muerte de esta mujer esforzada, inteligente, audaz y benefactora de su pueblo.