Por: Justo Mirón
¿Cómo han estado, mis queridos chiquitines? De todo todo corazón espero que bien y que la pandemia les esté pasando de lado porque, en honor de la verdad, sí está muy, pero muy canija. Ya ven que cada cuarenta y ocho horas se registran mil muertes en promedio y hubo un día que se rebasó la marca del número de contagios con más de 7,500. Hasta el momento de escribir estas líneas, nos acercamos rápidamente a los treinta y cinco mil decesos, y la famosa «curva aplanada» brilla por su ausencia. Pero, ya ven, en momentos en que el famoso coronavirus atacaba implacable y sin cesar el organismo de los mexicanos, en ese preciso momento, insisto, es que se dio luz verde al desconfinamiento, si bien con algunas restricciones y muchas recomendaciones. ¿Pero qué sucedió, mis amigochos? Pues simple y sencillamente que miles de personas se dejaron venir como búfalos en estampida sobre el Centro Histórico de la ciudad de México y en otras plazas comerciales del resto del país, así como en multitud de parques, jardines y otros centros recreativos. Y, claro, los contagios se multiplicaron peligrosamente y se aceleró el número de víctimas fatales, pues muchísima de esa gente no observó medidas de precaución ni siquiera en mínima medida.
¿Y saben ustedes por qué se dio ese sorpresivo giro de laxitud en las medidas hasta entonces adoptadas? Pues simple y sencillamente porque El Megalómano de Palacio aseguró, urbi et orbi, que «lo peor ya había pasado» y veladamente instó a retomar las actividades en la «nueva normalidad». Naturalmente no pasaron muchas horas para que el inefable Hugo López-Gatell, ahora transfigurado en estrella hollywoodense sobre todo por las revistas del corazón (¡chale, así se les dice!), asegurara igualmente que ¡los contagios iban cediendo y ya se registraban menos, cuando ocurría precisamente lo contrario! Todo esto era pues una flagrante mentira, peeeeeero el tal Hugo tenía que ajustar, necesaria y naturalmente, sus comparecencias públicas a la agenda política de El Megalómano. De manera entonces que si éste afirmaba que la pandemia iba retrocediendo, el obsequioso subordinado no se iba a quedar atrás (¡qué esperanzas!) y lo secundaría entusiastamente. Total, los resultados están a la vista y bien a bien no se sabé para cuándo se llegue al pico de los contagios ni de las muertes que, por cierto, «otros datos» (no los del gobierno de El Megalómano) hacen ascender a éstas a un número que se aproxima a los cien mil. De ahí pues, mis queridos cuatatanes, redoblen por favor sus cuidados, extremen precauciones y, en una palabra, cuiden su vida y la de los suyos.
Pasemos brevemente a otro asunto, amiguitos:
Ya ven ustedes que un día sí y otro también El Megalómano de Palacio se pone loco contra la prensa y las antes benditas (cuando lo adulaban, claro) redes sociales. Ha lanzado rayos y centellas, descargas y relámpagos, chispas y proyectiles de todo calibre contra Reforma, El Universal, Milenio, El Financiero, The New York Times, The Economist, The Wall Street Journal y creo que también contra La Voz de la Teporocha, La Tos de mi Mamá, La Carabina de Ambrosio y El Mero Petatero, sin olvidar, desde luego twitter, instagram, internet… Todos son conservadores, corruptos, mafiosos, chayoteros, emisarios del pasado, señoritingos, fifís y mil lindos adjetivos más. Y es que de plano su tolerancia a la menor crítica es nula, como todo mundo sabe.
Pues bien, en ese orden de ideas ahora resulta que acaba de ocurrir algo gravísimo que casi casi pasó de noche a los mexicanos: senadores y diputados (ambos con mayoría morenista) aprobaron reformas a la Ley Federal del Derecho de Autor y al Código Penal Federal, dizque para adecuar la legislación mexicana al capítulo de propiedad intelectual del T-MEC y fortalecer así la protección a los derechos de autor y el combate a la piratería. Pero aquí resulta que al no considerar excepciones, los malhadados cambios redundan en una clara amenaza para la libertad de expresión y de información.
Las tales reformas contemplan sanciones de hasta diez años de cárcel por eludir «candados digitales» (para impedir el acceso, copia o modificación de información), sin exceptuar el derecho de reparar aparatos o dispositivos propios, realizar una captura de pantalla o digitalizar un libro o video para consulta propia. Igualmente, permiten a cualquier actor pedir que bajen contenido de Internet por violar derecho de autor sin pruebas ni juicio de por medio.
Semejantes lineamientos fueron puestos en vigor sin tomar en cuenta que el propio acuerdo signado con Estados Unidos y Canadá brinda un plazo de tres años para adecuar y discutir estas leyes nacionales sobre derecho de autor, innovación industrial, infraestructura de la calidad y al mismo Código Penal Federal. No se tomó en cuenta para nada a ninguna organización empresarial ni de hecho a la sociedad civil. Se actuó apresuradamente, dentro de la crisis de la pandemia, para dar luz verde a todo lo anterior.
Lo grave aquí es que queda planteada una censura digital a través del mecanismo denominado «notificación y retirada» presente en la iniciativa de reforma a la Ley Federal del Derecho de Autor, que obliga a los proveedores de servicios de Internet (ni siquiera al autor) a remover cualquier publicación o contenido realizado por sus usuarios cuando una persona alegue que se han violado sus derechos de autor, aunque no presente prueba alguna sobre el particular y sin que lo ordene una autoridad judicial tras un juicio celebrado con las garantías del debido proceso.
Ante todo esto, diversas organizaciones no gubernamentales alertaron ante la aprobación de estas reformas que significan un abierto atentado a la libertad de expresión de los usuarios de tecnología en nuestro país y decidieron recurrir al Poder Judicial para hacerle ver la inconstitucionalidad de semejantes actos violatorios de los derechos humanos. De hecho se asume que todo lo aquí resumido no constituye sino una sumisión del Estado mexicano a los intereses privados extranjeros.
En el fondo, mis amiguitos, lo que se pretende con el mecanismo de «notificación y retirada» es que si existen contenidos en Internet –¡y vaya que existen!– que no sean del agrado o molesten, así sea levemente, a la 4t y/o a El Megalómano de Palacio, se puedan retirar de un plumazo o en un santiamén.
Se va consolidando, a querer y no, el camino de la dictadura…